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Todo placer auténtico si no es furtivo no es placer identitario. 

Todo placer auténtico si no es furtivo no es placer identitario. Está muy bien ser un bebedor social. Aún mejor, serlo en tu casita o en el bar de al lado. Se come si se está  hambriento, se bebe si se está sediento. Pero, eh amigos, ¡y lo que se disfruta! Ahí tienen eso que llaman gastronomía y tal. La gastronomía, ese gran invento de la civilización, es una excusa como otra cualquiera para justificar racionalmente (e inclusive artísticamente) un simple goce.

Sábado a la medianoche. Quedo con mi hermano para pasear, caminar, conversar de nuestros asuntos y, de paso, como broche de la velada improvisada, hacer unas fotografías monísimas de forma espontánea.

El centro histórico de Jerez durante la Feria del Caballo es una pasada. Nuestra ciudad nos brinda un corazón auténtico y milenario. Al mismo tiempo, los que abrazamos esas calles sinuosas disfrutamos de una paz salvaje difícilmente descriptible. Ya saben, la belleza desnuda parece quimérica cuando se materializa.

Vivo en calle Córdoba. Mi familia paterna vive aquí desde que tengo uso de razón. Esto es: la casa está a las puertas del recinto ferial. Esto tiene sus ventajas obvias y, cómo no, sus desventajas manifiestas. Tu intimidad se ve alterada. Inclusive, violada. Empero, compañero, cuando pasa un tiempo (y gracias a las comodidades que la tecnología nos ofrece en esta segunda década del siglo XXI) te acostumbras: tu pie se hace en ese zapato de charol nuevo un tanto impertinente que hace rozadura pero es hermoso y te hace bonito.

A mis diez años nos mudamos hasta nuestra villa natural. Desde entonces, llueve sobre mojada, uno experimenta eso que biólogos y sociólogos llaman adultez. A veces, forzada. Otras, autoimpuesta. La vida da lo que la vida quita. Santa Rita y el dios Pan bien lo saben. ¿Qué quiero decir con todo esto? ¿Ya me estoy yendo por las ramas? ¡Qué va! Miren, el refranero es más sabio de lo que pensamos. Puedo afirmar (y afirmo) que sí, que es cierto: cada cual cuenta la feria tal y como le ha ido.

Toda semana de feriado no deja de ser un laberinto, un periodo de iniciación. O, claro está, de degeneración. La Feria de Jerez posee este don: consigue que el feriante vea en ella (y en sus quehaceres oníricos) su propio reflejo. Quien se adentre en esa maraña se sentirá Mowgli en El libro de la selva.

¡Anímense y vengan a vivir Jerez!

Sobre el autor:

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Daniel Vila

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