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Todo hombre de acción, ya sea un tiburón de Wall Street o un rapsoda de burdel, odia que le hagan perder el tiempo. No renta. Bien lo saben los hijos del agobio a los que cantaba Triana.

En 2009 el escritor argentino Rodrigo Fresán publicaba En el fondo del cielo (editorial Mondadori). Corrí presto a la librería local El Laberinto que dirige el diligente Manolo Romero. Tal era mi fascinación por Fresán en la época que partía a favor de cualquier publicación suya. Además, esta vez, el argumento de la obra calzaba al acomodo de todas mis obsesiones juveniles: la ciencia ficción, la novela negra, la sátira, la conspiranoia rutinaria, la cultura pop, el ideal de amor romántico y las urgencias del sexo... La distopía al fin.

Un año antes había devorado con glotonería desaforada 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley de una sola tacada y a dos carrillos. A su vez, me ocupaba de saciar mi pasión rockera gracias a los tres primeros libros de Ray Loriga: Héroes, Lo peor de todo y Días extraños. De alguna manera estas lecturas parejas en el tiempo me educaron el paladar para sumergirme en la novela de Fresán.

¿Sinopsis de la obra? Rodrigo Fresán lo tiene prohibido. El autor argentino desea que a esta novela el lector se aproxime virgen. Algo así como JJ Abrams con El despertar de la fuerza. Escrutado, el hábil bonarense instalado en Barcelona desde hace años, se limita a clarificar su intención moralizante: "Ésta no es una novela ‘de’ ciencia ficción. Ésta –ésta fue y ésta será- es una novela ‘con’ ciencia-ficción".

Nada más. Corran a regalarla este seis de enero. Los personajes que habitan sus páginas permanecerán en su memoria toda la vida.

"Que no hagas caso de aduladores,

que no te fíes de los vencedores

ganando competiciones,

elecciones y popularidad".

Enrique Bunbury

En el mentidero las tragaderas del vecino del quinto no tienen límite. ¿Retozamos en un estercolero? Da igual mientras puedas pedir otra de gambas con una caña. ¿Sabría definir las líneas rojas del espectador globalizado? Naturalmente que la normalidad en las formas es otra memez de nuestra época. No cabe credibilidad alguna. Ni carta cabal. Nadie actúa de forma espontánea ante otra persona. Acudan raudos a la etimología de la palabra 'persona' si creen que exagero. Un gran cantante defiende su canción en directo o en diferido. ¿Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno? ¿Detrás del telón no hay nada? Bunbury escribió para el renacimiento de Raphael tras su breve noviazgo con la pálida dama: "Todo lo que en este mundo he amado/es una canción, un teatro y a ti".

A vista de pájaro cualquiera diría que todo el mundo sabe que la socialdemocracia nórdica se basa en tomar el cielo por asalto. Negarlo sería como perpetrar una herejía. Y, claro, no hay que ser tan membrillo hoy día. Para eso sobra con los ateos de nuevo cuño que celebran el solsticio de invierno en cualquier pradera jipiosa como si no hubiera mañana. Mi buen amigo tuitero @MrTupra siempre me recuerda que, como en la radio, la ironía no funciona en Twitter. Parece mentira pero lleva razón.

"A veces nos dirigimos a Dios mendigando un poco de alegría y otras veces le brindamos nuestra propia alegría. En tales momentos nos hallamos más cerca de él, porque no es nuestra necesidad, sino nuestra alegría lo que hacia él nos empuja".

Rabindranath Tagore 

Qué días más buenos, ¿verdad? Pensaba aprovechar estas fechas de esparcimiento y buscar hospedaje en algún pueblecito costero de Escocia. Nada. Bajé mis expectativas hasta Inglaterra. Busqué una alternativa pero no encontré una habitación ni siquiera en Bournemouth. Mi plan era ir a tomar té y beber cerveza en alguna taberna mientras leía Mardi de Herman Melville. En su lugar, improvisaré algún destino nacional alternativo y releeré 'Sumisión' de Michel Houellebecq. Siempre es bueno tener presente ciertas cosas. Por lo que pueda pasar, digo. Sé que mi admirado Óscar Carrera piensa como yo. Benditas sean las personas de buen corazón. Señores, en estos tiempos aciagos, hay que ser previsores.

“De Extremoduro he escuchado un solo disco y hace años. Mi hijo me obligaba. A Manolo Kabezabolo también. Me parece muy interesante Extremoduro, lo que pasa es que eso de ir un poco salvaje es muy contrario a mi manera de ser. Siempre recordaré cuando pone un plural a la palabra “escroto”, y digo, “eso no cabe por ningún lado”. Pero tiene versos muy interesantes y canciones muy interesantes. El Robe… Además, Albert Pla me ha hablado muy bien de él, como músico, por lo menos".

Javier Krahe

Siendo sinceros, todos admitimos alguna vez escuchar algo nuevo por recomendación de alguien con voz y voto. A pregunta de Jesús F. Úbeda para su web Acordes modernos, el trovador Javier Krahe emitía un juicio más o menos improvisado. Cabe destacar la agudeza del saleroso cantautor. A buen seguro las conversaciones que mantuvieron el maestro Krahe y el periodista Úbeda dan para un libro de anécdotas.

He de admitir que en los últimos dos o tres años ningún disco, libro o película me han emocionado lo suficiente para volver a ellos una y otra vez. Obviamente conservo en la memoria capítulos, extractos o canciones sueltas. Más allá de eso, nada. ¿Me preocupa tanto desinterés? No. Hace poco volví a escuchar 'Antiphon' de Midlake. Me vuelve loco la reactualización del folk y el country que hace este grupo. Junto a Tame Impala, Alt-J y The Dexateens son mi única novedad musical foránea en las últimas tres temporadas. ¿Y ninguna novedad autóctona? Absolutamente nada.

Carlos Domínguez siempre me recriminó mi obsesión con Lou Reed y los Stones. Sostenía que no era propio de alguien tan inquieto como servidor de nadie escuchar una y otra vez las discografías (e inéditos) de estos próceres. Zanjamos la inquisición una tarde de febrero caminando plácidamente por Antón Martín. 

Quien siga la sección de Domínguez y Carrera sabrá a estas alturas que estamos ante dos estudiosos de la música popular más elevada. Amigos lectores, no saben cuánta suerte tienen de poder leerlos en estos menesteres. Por su importancia completista, dentro de unos años se repasarán las publicaciones de Gypsy Rock como la enciclopedia bizarra que todo sagaz aficionado fantasea poseer. Resumiendo: Carlos Domínguez tiene seguramente muy superada la tentación de vivir en el lado oscuro de la luna. Como su ídolo Syd Barret, fundador de Pink Floyd, hace muchos años que decidió abandonar toda tentación de grandilocuencia y ostentación de vanidad alguna. Por eso, estimados lectores, encontramos un autor despojado de abstracciones y centrado en pulir su mensaje con una precisión digna del mejor cirujano. Difícil misión para un escritor pero toda una devoción para nosotros sus seguidores. ¡Alegría!

"Siempre fuimos fieles a causas perdidas. Hablo de una raza que tiene como el súmmum de su mentalidad la máxima: el tiempo es dinero”.

James Joyce

Todo hombre de acción, ya sea un tiburón de Wall Street o un rapsoda de burdel, odia que le hagan perder el tiempo. No renta. Bien lo saben los hijos del agobio a los que cantaba Triana.

Los estudiantes de sicología, y demás modernos, han puesto de moda el concepto de 'toxicidad' para referirse a las relaciones o a los ambientes sociales más o menos asfixiantes. Salvo por manido, el concepto es atinadísimo. En mi caso la misantropía es igual a un taxi o a una ambulancia: un vehículo para seguir vivo. Yo, como el Reino Unido, intento no tener amigos ni enemigos, únicamente intereses o cómplices. Dicho esto, sé quiénes son mis verdaderos correligionarios. A ellos les debo lealtad. Tanto es así que conservo amistades de hace veinte años. Con ellos me siento seguro. Vuelvo a ellos para encontrar el norte. Su amistad me sostiene de puta madre. ¿El resto? Humo. Fumata de ladrillo. O como diría el Robe: "¿Dónde están mis amigos? Los que no están en la cárcel los están buscando." Sirva esta exageración para hacerse una idea de lo que usted quiera.

Al sesgo, y por una de esas carambolas de causalidad que tiene este ir y venir del carajo que llamamos vida, me llega el siguiente christma por WhatsApp: "La amistad no se trata de quién vino primero o de quién te conoce más tiempo. Se trata de quién llegó y nunca se fue". Sobre esto, Sabina escribió: "Si te da por contar/ hombros donde llorar/ va a sobrarte una mano y seis dedos". Ariel Rot se preguntaba "¿Quién busca amores para siempre?" El poeta deambula descangallado y fané hasta lograr hallar en algún callejón delirante unas manos en mitad de la noche que entre tanto idiomas el suyo comprenda.

Lo que me gusta de Lidia es que tiene más de canción urgente que de antología poética. Lo que me apasiona de ella es la manera voraz con la que consume experiencias nuevas. Lo que me enternece son sus ojos de gacela auscultando mis ritmos circadianos. Lo que me vuelve loco son sus 19 años y su exquisita educación. ¿Para qué más detalles? Ya saben, hay asuntos de amor que dos amantes dispersos no deben contar.

Ningún acto de idolatría más. Ningún gesto de afecto fuera de lugar. Todo tiene encaje en la tradición pagana. Mientras, así en la tierra como en el cielo, Daisy Ridley nos protegerá. Feliz año nuevo.

Sobre el autor:

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Daniel Vila

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