'Liberdanza': baile flamenco a vida o muerte

El bailaor y coreógrafo Andrés Marín presenta 'Carta blanca (mi flamenco impuro)' en el Festival de Jerez, un viaje por la historia mestiza de la música flamenca y un alegato contra las puertas al campo en el arte

Andrés Marín ha presentado en el Festival de Jerez 'Carta blanca (mi flamenco impuro'.
Andrés Marín ha presentado en el Festival de Jerez 'Carta blanca (mi flamenco impuro'. ESTEBAN

En el principio fue una explosión. Un guitarrazo a tientas y un golpe de baqueta con furia. Unas soleares electrizantes de Manuel Torre. “Como la quería yo tanto me la he llevaíto por la carretera le eché el sombrero a la cara para que el viento no le diera”, invoca Segundo Falcón. En el principio fue el baile, el estruendo de un zapatazo. Geometría variable con platillos en cada mano. Una atmósfera desértica, amarilla, como de western, que da paso a todo lo que viene en hora y veinte. Para existir, ser alguien. Para ser alguien, mostrar el hueso y dejar la carne, plantea el bailaor y coreógrafo sevillano Andrés Marín.

Del pregón de los caramelos a la zona oscura de la seguiriya, al tuétano del romance y el polo, al vivo sin vivir en mí, al vivo ya fuera de mí de Teresa de Jesús que atraviesa el pecho de un bailaor ya desenvuelto de los plásticos que cubren al arte en cuartos de humedad, arrumbado en la pared. Como fantasmas que creíamos vivos. Antes ha descendido a los infiernos en un viaje incómodo, catártico, pero por encima de todo honesto consigo mismo.“Yo reniego de lo falso, que no es contrario de lo puro sino de lo verdadero”, proclama Ortiz Nuevo en Alegato contra la pureza, ensayo que pareciera hecho años antes a la medida de esta Carta blanca (mi flamenco impuro) que ha presentado el artista en el Festival de Jerez.

Aquí hay una guerra sin cuartel donde Marín, en su campo de batalla del escenario, no perdona: ni la intolerancia, ni la intransigencia, ni la ortodoxia recalcitrante, ni el querer ponerle puertas al campo (aunque te coloquen dos cencerros). Aunque la discusión del talibanismo jondo es algo poco a poco superado a fuerza de golpes —hace sólo diez años este espectáculo hubiese estado plagado de deserciones entre el patio de butacas, ya fuese en el Festival de Jerez o en la Vietnam de Sevilla—, no está de más recordar que la creación exige no ponerse límites ni fronteras y que el flamenco —como la vida— es diverso y rico porque precisamente encuentra su riqueza en el mestizaje.

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Marín carga con la losa de la tradición.   ESTEBAN
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Andrés Marín en 'Carta blanca', anoche en Villamarta.   ESTEBAN
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 'Carta blanca', espectáculo que el bailaor sevillano ha presentado en el 25 Festival de Jerez.   ESTEBAN

Como un suspiro, Andrés Marín cumplirá el año que viene tres décadas de carrera profesional y dos con su propia compañía. Estamos antes que nada ante un hombre que ha mamado flamenco tradicional desde la cuna, en la escuela de su padre en Sevilla, pero también frente por frente a un creador que ha evolucionado a base de fundirse con otros lenguajes, con otros códigos, con otras disciplinas y artistas de otras latitudes. Artistas plásticos como Pilar Albarracín y, más recientemente, con José Miguel Pereñíguez (La vigilia perfecta); coreógrafas como Blanca Li; compositores experimentales como Llorenç Barber; músicos de Rajastán… Repasar todo eso es comprender el cosmos artístico tan singular que nutre esta danza de Marín. Una danza a veces macabra, a veces macarra, a veces futurista, como si bailara hoy lo que otros bailarán mañana. A veces, nadando en el manantial; otras, bebiéndose la raíz a sorbos.

En este trabajo (que estrenó en 2015 y que no ha podido verse hasta ahora en el Festival de Jerez) hay un viaje por la historia de la música flamenca y sus influencias, lo oriental, lo morisco, las idas, las vueltas, el imaginario celta,… y en todo ese periplo, repleto de apuntes, de notas sueltas, están subrayados dos impactos más recientes: el Omega morentiano y un guiño breve a Libertango, la pieza (libertad más tango) con la que Piazzolla fue arrollado en su momento por el tren de la ortodoxia y con la que acabó pasando a la historia por defender la libertad creativa para renovar lo clásico: la verdad de la búsqueda no tenía por qué liquidar la herencia de lo viejo.

Esta Liberdanza de Marín también nos recuerda que ahora se cumplen cien años de una frase. Igor Stravinsky: “El flamenco es un arte de composición”. O lo que viene a ser lo mismo que decir que el flamenco es un arte atravesado de arriba abajo por influencias, lenguajes y culturas de aquí y de allá.

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El bailaor, envuelto en plástico.   ESTEBAN

“Debe a su herencia oriental el sentimiento del ritmo”, añadía el genio ruso en su reflexión sobre el parecido entre aquella música andaluza y la música popular de su país. Y matizaba: “El ritmo es muy diferente del metro. Para el metro, cuatro siempre es igual a cuatro. Lo que plantea el ritmo es: ¿cuál es el número cuatro, el que resulta de tres y uno o aquel que resulta de dos y dos?”.

Marín juega con las matemáticas, traza una estrategia para llegar al cuatro por todos los caminos posibles e imposibles. Carga con la pesada losa de la tradición a sus espaldas y baila en la “loseta obsoleta”, recordando aquella máxima del falso purismo que entiende el baile encadenado a una pequeña porción de terreno pudiendo tener la finca entera.

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Marín, con platillos, escoltado por Falcón y Valencia.   ESTEBAN
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Otro momento del espectáculo.   ESTEBAN
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El flamenco en la cabeza.   ESTEBAN

No hay aquí aplauso fácil, aquí hay lava volcánica que rara vez da tregua. Hay un bailaor con gesto de Greco, como cansado a veces de sí mismo, y unos músicos que son banda en el buen sentido. Raúl Cantinzano (guitarra eléctrica y zanfoña), el clarinete de Javier Trigos, la guitarra flamenca de Salvador Gutiérrez, y la percusión de Daniel Suárez. Todos aportan caminando al compás de los senderos que abre el bailaor. Y luego hay un torrente agrio en el grito de José Valencia, que se escapa a chorros y duele, y un dulzor que equilibra de boca de Segundo Falcón. 

Es este un espectáculo concebido como cuaderno de bitácora de un náufrago cuyo barco de papel se ha hundido en mitad del océano de la inevitable incomprensión que siempre acompaña al genio creativo. Un ensayo experimental sobre la soledad frente a la tabla rasa. Una experiencia de cierto canibalismo flamenco, de un Saturno que devora a su hijo para salvarse él, de una fragua de Vulcano donde el golpe de yunque devuelve formas perfectas donde antes solo había masa incandescente. Una jugada a todo o nada. Es, en suma, una partida de ajedrez con la muerte. Baile a vida o muerte en un crescendo de ruido y furia siempre con lo jondo en la sesera, mostrando el hueso y apartando la carne.

'Carta blanca (mi flamenco impuro)'

Baile: Andrés Marín. Coreografía: Andrés Marín. Artista invitado: Segundo Falcón, José Valencia. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Percusión: Daniel Suárez. Clarinete: Javier Trigos. Guitarra eléctrica y zanfoña: Raúl Cantizano. Iluminación: Iván Martín. Sonido: Kike Seco. Regiduría: TBC. Distribución: ArteMovimiento - Daniela Lazary. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 18 de mayo de 2021. Hora: 20.30 horas.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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