El imperio del sol

'Cuentos de azúcar', con la que Eva Yerbabuena celebra el veinte aniversario de su compañía, conecta de forma inquietante, primero, y muy luminosa, después, el universo creativo de la bailaora con las leyendas que canta Anna Sato de la remota isla japonesa de Amami

'Cuentos de azúcar', espectáculo que ha presentado Eva Yerbabuena en el XXIII Festival de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
'Cuentos de azúcar', espectáculo que ha presentado Eva Yerbabuena en el XXIII Festival de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA

En el fondo del mar que rodea la isla Amami, en la zona subtropical de Japón, aparecieron circunferencias misteriosas. Extraños dibujos que no tenían explicación. Pasados unos años, investigadores concluyeron que un pez globo de poco más de diez centímetros era el responsable de construir estos misteriosos círculos como una forma de cortejo, el lugar en el que su hembra colocaría sus huevos. En la superficie, la isla fue una tierra de esclavos que vivía de la caña de azúcar y en la que habitaban leyendas de pájaros de mal agüero, mujeres que despedían a sus guerreros, serpientes venenosas, y nanas de niños perdidos. Un ínsula donde se habla un idioma aparte. Donde incluso, dicen, hay dos dialectos del japonés ininteligibles entre sí y que, en realidad, no tienen nada que ver con el japonés.

Gracias a que Anna Sato, cantante de shimauta —música tradicional de Amami— se puso en su camino, entregándole hace tres años un cedé con su música cuando coincidieron en una pasada edición del Festival de Jerez, la bailaora y coreógrafa Eva Yerbabuena ha creado su nuevo trabajo, Cuentos de azúcar, a partir de sus propias vivencias y su propio universo en comunión con el de una cultura que ha ido atrapándole y descubriendo desde entonces. Y como el amor, decía Adorno, es buscar semejanzas donde no las hay, guiada por la intuición, ha tratado en todo momento de interconectar estos dos mundos, sin fagocitar uno ni otro. Con su habitual exquisitez y con su deseo permanente de explorar más que encontrar.

Con Sato entonando cánticos espirituales ininteligibles, pero que, a veces, tienen la fuerza telúrica de una seguiriya, y otras, como si fueran directamente extraídos del más allá, y Eva bailando flamenco con todo su repertorio de pasos y mudanzas que la hacen única en su especie, el resultado es cuando menos fascinante. De una belleza inquietante e hipnótica. Algo que solo podía acabar, bajo una luna pálida, con la ceremonia sagrada del té, una de las artes tradicionales japonesas en la que, por encima de todo, importa la armonía, la simpleza, el respeto y la pureza. Justo lo que exhibe Cuentos de azúcar, espectáculo con el que Yerbabuena celebra veinte años con compañía propia, que estrenó en el pasado Grec de Barcelona, y que ha traído hasta el Festival de Jerez.

Otro instante de 'Cuentos de azúcar'. FOTO: MANU GARCÍA

Emerge en sombras con manos de origami, en medio de una circunferencia de seis metros de diámetro cercada por algo parecido a concertinas. Metáfora de ese profundo nido marino del pez globo, pero también de una prisión que esclaviza. “Todo el mundo le pide a Dios, la salud y la libertad, yo le pido la muerte, y no me la quiere mandar”, canta su letanía Miguel Ortega, acordándose de Granada y Morente. Poniendo en conexión la caña, que Eva baila con bata de cola metalizada, ralentizada, bajo el espeso manto de las canciones que evocan, quizás, el pasado trágico de la tradición Amami —entre otras cosas, la isla estuvo unos siete años bajo control estadounidense tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial–. Hay una primera parte más sombría, un tanto redundante, que remonta cuando el otro cantaor, un soberbio Alfredo Tejada, cubre con un mantón rojo a la bailaora en un juego de oscuros que acaba con un exótico y contemporáneo paso a dos con el versátil bailarín Fernando Jiménez.

Ceremonia del té de Sato y Yerbabuena, al final del espectáculo. FOTO: MANU GARCÍA

Ambos hacen creer que es fácil eso tan complejo que hacen con sus cuerpos. Con sus brazos, con sus torsos, con sus piernas. Ese escorzo tan típico de Eva con el mantón sobre el pecho. Esos brazos en diagonales imposibles. Ese zapateado limpio que es otro instrumento que sumar a la batería, el cajón, las congas y el taiko. El toque de Paco Jarana es el auténtico conector de ambos mundos, a veces también el traductor de una y de otra. Pero es Jiménez el que derriba el cercado con sus pies. Y entonces, todo se abre, todo fluye, y por Oriente nace sol. Y qué sol abrasador es el baile de Eva. El montaje llega de repente a un largo clímax por tangos, medias granaínas para enmarcar en la garganta del dúo de cantaores, alegrías y unas bulerías de Cádiz donde en todo momento Anna Sato participa e introduce sus melodías, no como un pastiche o una anécdota, sino como una parte más de un sentimiento universal que está por encima de idiomas y distancias.

"Sin entender ni una palabra, aquellas melodías transmitían algo profundo, como el flamenco", ha venido repitiendo la artista granadina para tratar de justificar un encuentro que no necesita más explicaciones que dedicarse a vivirlo y sentirlo. Es como cuando de niños nos contaban cuentos que no entendíamos, pero los disfrutábamos y nos hechizaban a partes iguales. El corazón, ya saben, tiene razones que la razón no entiende. Y Yerbabuena, siempre con su habitual destreza y habilidad para pellizcarnos, parece decirnos que a veces nos movemos en círculos, a menudo viciosos, a menudo etnocéntricos, cuando basta con trazar una línea recta para comprobar que, en realidad, no venimos de sitios tan diferentes. Sin sol, perecemos.

Compañía Eva Yerbabuena

Cuentos de azúcar (***)

Dirección, idea y coreografía: Eva Yerbabuena. Dirección musical y guitarra: Paco Jarana. Colaboración especial: Anna Sato. Cante flamenco: Miguel Ortega y Alfredo Tejada. Batería: Antonio Coronel. Taiko: Kaoru Watanabe. Cajón y congas: Rafael Heredia. Baile: Fernando Jiménez. Dirección teatral: Eva Yerbabuena. Composición musical: Paco Jarana. Día: 24 de febrero de 2019. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno con las entradas agotadas.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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