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Jaime Boned llena otro hueco de la incompleta historiografía del Hollywood clásico merced a una obra dedicada a la vida y obra del gángster eterno: James Cagney.

Junto a Humphrey Bogart y Edward G. Robinson, James Cagney (1899-1986) formó la primera línea de "tipos duros" del Hollywood clásico. Como ellos, también tuvo problemas a lo largo de toda su carrera para despojarse de esa imagen que le caracterizaba siempre con una pistola en la mano y un rictus endurecido que te hacía desear no cruzarte con él en una calle solitaria. A pesar de su baja estatura, su anómalo cabello pelirrojo, la energía de sus movimientos y su atropellada forma de hablar, casi como una metralleta, le convirtieron, tras unos inicios dubitativos, en el actor ideal para incorporar al gángster, al fuera de la ley, en una época -primeros años 30- que los había convertido en una especie de mitos para el público de las salas norteamericanas.

Su papel más recordado de esta etapa sería el de Tom Powers en El enemigo público (1931) con la famosa escena del pomelo aplastado sobre el rostro de Mae Clarke. Aunque la Warner, el estudio al que estuvo más vinculado pero contra el que luchó denodadamente por imponer sus condiciones sentando un precedente en las mejoras laborales de los actores y en su progresiva independencia de los estudios, trató de sofocar esa pasión por el lado peligroso de la vida logrando que Cagney se enfundara el uniforme de policía -G-Men, contra el imperio del crimen (1935)-, lo cierto es que fue incapaz de desligar al actor del poderoso icono cimentado en personajes como los de Ángeles con caras sucias (1938), Los violentos años 20 (1939) o la postrera Al rojo vivo (1949).

Miembro de una familia numerosa criada por su infatigable madre en el humilde barrio de Yorkshire, Cagney, como muchos personajes que luego incorporaría en la gran pantalla, se tuvo que fajar en la calle para sacar adelante a los suyos. Entre sus muchos trabajos, uno le dejaría una huella especial, el de bailarín, llegando a ser un consumado practicante, afición que, a la postre, le serviría para reportarle su único Oscar por su interpretación en Yanqui Dandy (1942). Sería este el momento culminante de una larga trayectoria a la que luego se añadirían westerns, películas de acción y comedias como la memorable Un, dos, tres (1961) de Billy Wilder, demostrando que su versatilidad artística abarcaba todos los géneros -antes de Errol Flynn, Cagney fue el actor elegido para hacer de Robín de los Bosques en el clásico de Michael Curtiz y William Keighley de 1938-. 

Estas y muchas otras curiosidades las relata con profusión de detalles Jaime Boned en una extensa biografía, la primera publicada en castellano sobre el actor americano, situado en octavo lugar en el olimpo de las grandes leyendas del cine americano dada a conocer por el American Film Institute en 1999. James Cagney, el gángster eterno (T&B, 2015) escarba en la bibliografía publicada sobre el actor en Estados Unidos para ir desglosando sus opiniones personales, sus episodios familiares, su atípica vida social -contrariamente a la vida de muchas estrellas, Cagney no gustaba de trasnochar ni de saraos, y sólo se reunía cada cierto tiempo con un club selecto de amigos entre los que se encontraban Spencer Tracy o Frank McHugh-, e introducirse en todos sus rodajes, los preparativos, los estrenos, y la repercusión crítica que tuvieron. Sólo algunas expresiones poco afortunadas chirrían en una obra muy completa que viene a llenar uno de los muchos huecos que todavía faltan en la historiografía del cine del Hollywood clásico.

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Juan Carlos Palma

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