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El secreto fetichismo de la mercancía

NOTA:

El capitalismo, más alla de los objetos, produce subjetividades. Este análisis de Marx, forjado durante casi 20 años de su vida, sigue proporcionando una luz poderosa a la hora de afrontar la actual sociedad del hiperconsumo, en un mundo gobernado por el neuromarketing y la construcción de iconos, que terminan siendo autoiconos. Hemos querido incluir en este dossier del bicentenario de Marx unos fragmentos sobre el fetichismo de la mercancía.

La producción no sólo produce un objeto para el sujeto,

sino también un sujeto para el objeto”.

Karl Marx, Introducción a la crítica de la economía política 1857, p. 81

 

EL SECRETO FETICHISMO DE LA MERCANCÍA

El capital, Libro I, capítulo primero (1867)

A primera vista, una mercancía parece una cosa obvia, trivial. Su análisis indica que es una cosa complicadamente quisquillosa, llena de sofisticada metafísica y de humoradas teológicas. En la medida en que es valor de uso, no tiene nada de misterioso, lo mismo si la contemplo desde el punto de vista de que por sus propiedades satisface necesidades humanas que si considero que no cobra esas propiedades más que como producto de trabajo humano. Está claro, sin más, que el hombre altera con su actividad las formas de las materias naturales de un modo conveniente para él. Así, por ejemplo, altera la forma de la madera cuando se hace de esta una mesa. Pero a pesar de ello, la mesa sigue siendo madera, una ordinaria cosa sensible. En cambio, en cuanto se presenta como mercancía se convierte en una cosa sensiblemente suprasensible. No solo descansa la mesa con sus patas en el suelo sino que, además, se pone patas arriba frente a todas las demás mercancías, mientras su cabeza de madera emite caprichos más maravillosos que las espontáneas danzas que emprenden algunas mesas.

Así pues, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Tampoco nace del contenido de las determinaciones de valor. Pues, en primer lugar, por diferentes que sean los trabajos útiles, las actividades productivas, es una verdad fisiológica que todos ellos son funciones del organismo humano, y que cada una de esas funciones, cualesquiera que sean su contenido y su forma, es esencialmente gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensible, etcétera, humano. En segundo lugar, en lo referido a la base de la determinación de la magnitud de valor, la duración de aquel gasto, la cantidad de trabajo, resulta que la cantidad se puede distinguir de la cualidad del trabajo hasta tangiblemente. En todas las circunstancias ha tenido que interesar a los hombres el tiempo de trabajo que cuesta la producción de los alimentos, aunque su interés al respecto no haya sido el mismo en los diferentes estadios de la evolución. Y por último, en cuanto los hombres empiezan de un modo u otro a trabajar los unos para los otros, su trabajo adquiere también una forma social.

¿De dónde viene, pues, el carácter enigmático del producto del trabajo cuando toma forma de mercancía? Evidentemente, de esa forma misma. La igualdad de los trabajos humanos cobra la forma objetiva de una igualdad de materialidad de valor de los productos del trabajo; la medida del gasto de fuerza de trabajo humano por su duración cobra la forma de magnitud de valor de los productos de trabajo, y por último, las relaciones entre los productores, relaciones en el seno de las cuales actúan aquellas determinaciones sociales de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los productos del trabajo.

Lo enigmático de la forma mercancía consiste, pues, simplemente en que devuelve a los hombres la imagen de los caracteres sociales de su propio trabajo deformados como caracteres materiales de los productos mismos del trabajo, como propiedades naturales sociales de esas cosas y, por lo tanto, también refleja deformada la relación social de los productores con el trabajo total como una relación social entre objetos que existiera fuera de ellos. A través de este quid pro quo, los productos del trabajo se convierten en mercancías, en cosas sensiblemente suprasensibles, en cosas sociales. De modo análogo, el estímulo luminoso de una cosa sobre el nervio óptico no se presenta como estimulación subjetiva del nervio óptico, sino como forma material de una cosa situada fuera del ojo. Pero en la visión hay realmente luz reflejada por una cosa, el objeto externo, hacia otra, el ojo. Hay una relación física entre cosas físicas. En cambio, la forma mercancía y la relación de valor de los productos del trabajo en la que aquella se expresa no tienen absolutamente nada que ver con su naturaleza física ni con las relaciones materiales que brotan de ella. Lo que para los hombres asume aquí la forma fantasmagórica de una relación entre cosas es, estrictamente, la relación social determinada entre los hombres mismos. Pero eso, si se quiere encontrar una analogía adecuada hay que recurrir a la región nebulosa del mundo religioso. En este los productos de la cabeza humana aparecen como figuras autónomas, dotadas de vida propia, con relaciones entre ellas y con los hombres. Así les ocurre en el mundo de las mercancías a los productos de la mano humana. Digo que esto es el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo en cuanto se producen como mercancías y que, por lo tanto, es inseparable de la producción mercantil.

Este carácter de fetiche del mundo de las mercancías nace —como ya lo ha mostrado el anterior análisis— del peculiar carácter social del trabajo productor de mercancías.

Los objetos de uso no se convierten en mercancías sino porque son productos de trabajos privados realizados con independencia los unos de los otros. El complejo de esos trabajos privados constituye el trabajo social global. Como los productores no entran en contacto social sino a través del intercambio de los productos de sus trabajos, tampoco los caracteres específicamente sociales de sus trabajos privados aparecen sino dentro de ese intercambio. Dicho de otro modo: los trabajos privados no actúan, de hecho, como miembros del trabajo social global más que a través de las relaciones que produce el intercambio entre los productos del trabajo y, mediante ellos, en los productores. Por eso a estos últimos las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les aparecen como lo que son, esto es, no como relaciones sociales inmediatas entre las personas mismas en sus trabajos, sino más bien como relaciones materiales entre las personas y relaciones sociales entre las cosas.

Solo dentro de su intercambio cobran los productos del trabajo una materialidad de valor socialmente igual, separada de sus materialidades de uso sensorialmente diversas unas de otras. Esta escisión del producto del trabajo en cosa útil y cosa-valor no se produce prácticamente más que a partir del momento en que el intercambio consigue ya extensión e importancia suficientes como para que se produzcan cosas útiles para el intercambio, de modo que el carácter de valor de las cosas importe ya en su misma producción. A partir de ese momento los trabajos privados de los productores cobran, efectivamente, un carácter social doble. Por una parte, en cuanto trabajos útiles determinados tienen que satisfacer una determinada necesidad social y confirmarse así como miembros del trabajo global, del sistema espontáneo de división social del trabajo. Por otra parte, no satisfacen las múltiples necesidades de sus propios productores más que en la medida en que cada particular trabajo privado útil es intercambiable con cualquier otra especie de trabajo privado útil, o sea, en la medida en que es equivalente a otro. La igualdad entre trabajos diferentes toto coelo no puede consistir más que en una abstracción de su desigualdad real, en la reducción de todos ellos al carácter común que poseen en cuanto gasto de fuerza de trabajo humano, trabajo humano abstracto. El cerebro de los productores privados no refleja ese carácter social doble de sus trabajos privados más que en las formas que aparecen en el tráfico práctico, en el intercambio de productos, a saber: el carácter socialmente útil de sus trabajos privados solo lo refleja en la exigencia de que el producto del trabajo sea útil, y útil precisamente para otras personas; y el carácter social de la igualdad entre los trabajos de especies diferentes, solo en un carácter de valor común de esas cosas materialmente diversas unas de otras, los productos del trabajo.

Así pues, el que los hombres relacionen los productos de sus trabajos como valores no se debe a que esas cosas sean para ellos meros caparazones materiales de un trabajo humano homogéneo. Al revés. Los hombres equiparan sus diferentes trabajos en cuanto trabajo humano porque equiparan en el intercambio sus heterogéneos productos como valores. No lo saben, pero lo hacen. El valor, pues, no lleva escrito en la frente lo que es. Antes al contrario: el valor convierte cada producto del trabajo en un jeroglífico social. Después los hombres intentan descifrar el sentido del jeroglífico, dar la vuelta al secreto de su propio producto social: pues la determinación de los objetos de uso como valores es tan producto social suyo como el lenguaje. El descubrimiento científico tardío de que los productos del trabajo son, en cuanto valores, meras expresiones cosificadas del trabajo humano gastado en su producción es un descubrimiento que hace época en la historia evolutiva de la humanidad pero no disipa en absoluto la apariencia material de los caracteres sociales del trabajo.

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Una nueva interpretación en la estela de Marx:

Un libro de ahora mismo (publicado el 16 de abril de 2018) que profundiza en esta noción

"Fetiche y mistificación capitalistas , La crítica de la economía política de Marx"

 

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