La investigadora Elena Martínez presenta 'El Zaporito: 300 años de historia', una obra sobre este emblemático lugar de San Fernando que se convirtió en un importante centro económico en los siglos XVIII y XIX.

Sentarse a hablar con Elena Martínez Rodríguez de Lema (San Fernando, 1954) sobre el Zaporito, sí esa zona de San Fernando que se convirtió en un basurero y que ahora es una de las más atractivas de la ciudad, es como leer La isla del tesoro, cualquiera de los libros de Los cinco y el misterio de…, como ver alguna de las películas de Indiana Jones o la mítica Los Goonies. Produce la misma fascinación.

Como el profesor Jones, ella también recogió el testigo de su padre y su investigación sobre el Zaporito le ha acompañado durante toda su vida. Veinticinco años después de la publicación de su primer libro El Zaporito: su nombre, su origen y su historia, Elena presenta el próximo 6 de octubre El Zaporito: 300 años de historia, una obra mucho más profunda, que da respuestas a tantos misterios en torno a este enclave y que presenta una visión de futuro.

Prologado por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que nació en el barrio, su nuevo libro es un compendio de investigación, pasión y rigor: más de 380 páginas, 540 referencias y notas a pie de página y más de 80 fotos antiguas, documentos y cuadros, que configuran un trabajo que despierta el interés de cualquier lector y que, también, sirve como material de trabajo para cualquier investigador. “Me he ocupado mucho de eso”.

Y no podía ser de otra manera conociendo la trayectoria de Elena. Doctora en Filología Clásica, profesora durante 38 años, la escritora isleña tiene como dos personalidades: la de concienzuda investigadora capaz de desentrañar cualquier misterio y la de enseñante de unas lenguas muertas (latín y griego) que ella ha sabido revivir en cada clase. Su pasión por los clásicos también es su otra obsesión junto con el Zaporito y ambas se han ido entremezclando durante su vida.

Estudiaba en Sevilla cuando su padre le mandó unos documentos para que se los tradujera. Pedro Martínez había leído en Diario de Cádiz que el nombre del barrio del Zaporito de San Fernando era una derivación de San Hipólito a la que se había llegado por la forma particular de hablar de la zona. Desde entonces, la familia Martínez, primero en la figura de Pedro y luego la de Elena se ha dedicado a desterrar ese mito que, hoy día, sigue inserto en la sociedad isleña. El padre, que nació allí, escribió una contestación a ese escrito y empezó a investigar.

Elena lleva 25 años demostrando que Zaporito no viene de San Hipólito, como aún se cree, sino de Juan Domingo Saporito

Mientras, Elena terminó sus estudios y se sacó las oposiciones. Comenzó entonces su carrera educativa que tuvo el colegio de las Carmelitas su primer escenario. Luego los institutos Isla de León, Wenceslao Benítez, Isla de León de nuevo y, finalmente, Sancti Petri, donde se jubiló hace dos años. Con una sonrisa de oreja a oreja rememora sus años de docencia, “debo ser un bicho raro pero me lo he pasado realmente bien”. Ingeniosa, “me tuve que fabricar mis propios métodos de enseñar”, dice mientras recuerda cómo en las orlas de fin de curso, sus alumnos iban vestidos de personajes de la mitología que ellos mismos escogían y con vestidos que ellos se fabricaban; o cómo convirtieron el vestíbulo de entrada del instituto en el Templo de Hércules. “Hasta la reforma educativa que convirtió estas asignaturas en optativas, yo tenía grandes grupos en clase, hasta 35 alumnos”. Un éxito para el que se necesitaba “trabajar mucho: yo salía del instituto y seguía trabajando en casa porque insistía en la metodología de enseñanza”.

Paralelamente, el misterio de Zaporito seguía en su vida. Su padre fue encontrando archivos, datos que confirmaban que el caño venía de Saporito y no del mal habla de los isleños, pero desafortunadamente murió. Elena recogió el testigo y en 1992 publicó El Zaporito, su nombre, su origen y su historia, un trabajo que dejaba a las claras que Juan Domingo Saporito, un rico genovés que llegó a Cádiz a finales del siglo XVII con ganas de hacer fortuna era el origen del topónimo. Saporito se casó con la hija del jefe de la Aduana y se compró un terreno en San Fernando: una extensión de tierra que iba desde la Alameda Moreno de Guerra hasta el agua. En 1711, contrató un equipo y abrió un caño artificial que unió el embarcadero de su finca con el caño de Sancti Petri, una vía fundamental para los intercambios comerciales entre La Isla de León y Chiclana.

La única derivación fonética era la de ‘s’ a la ‘z’ y el caño era de Saporito que, ahora sí, por el habla se había convertido en Zaporito, pero de San Hipólito ná de ná, como escribió su padre en el periódico para defender el origen de la palabra y que quedó clara en el libro de Elena. Un libro que autoeditó porque coincidió con su etapa de concejala de Cultura en el Ayuntamiento de San Fernando y que, a pesar de ser seleccionada por la administración para ser publicada, no lo fue precisamente por la renuncia de Elena. “Fue muy bonita esa experiencia pero no volvería a repetirla. Yo no sirvo para la política”, dice entre risas.

Con el deber cumplido, Elena siguió con su faceta docente e investigadora, pero esta vez, enfocada a “mis queridos clásicos”. Aprovechando que le tocó el turno nocturno en el instituto, se metió en la biblioteca del Real Instituto y Observatorio de la Armada de San Fernando para investigar sus fondos. Encontró verdaderas joyas como una colección de incunables en latín de temas científicos o uno de los catorce ejemplares que hay en el mundo del Astronomicum Caesareum de Apiano, entre otras joyas. Con esta investigación, Elena hizo su tesis doctoral que mereció un sobresaliente cum laude y se convirtió en un libro, Los fondos humanísticos del Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando, editado por el servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz (UCA).

Una señal desde Italia

Pero hace ocho años, Saporito volvió a su vida. Ella nunca lo había dejado y, en estos años, había escrito artículos, había dado charlas en el recuperado molino de mareas y había seguido investigando. Pero el “botón de on”, como ella dice, se le encendió cuando estaba en Vigevano (Italia), adonde acudió para estar con su hija que iba a ser madre. Dando un paseo por la ciudad, se topó con la vía Saporiti. “Me quedé petrificada y supe que tenía que investigar qué tenía que ver este Saporiti con mi Saporito”. El tiempo “me vino dado”, dice, porque este año se cumplen los 300 años de la adquisición del terreno por parte de José Micón, su segundo propietario y el que mandó construir el molino de mareas. Comienza a partir de entonces el desarrollo económico de la zona y se convierte en un punto importante de San Fernando durante los siglos XVIII y XIX, con la construcción del muelle, la carpintería de ribera, destinada a la construcción de pequeñas embarcaciones de poco calado, como las candrays o faluchos, pequeñas industrias e, incluso, baños de agua de mar.

Una historia en la que Elena ahonda en su libro que incluye la decadencia y abandono de la última mitad del siglo XX y su segunda vida en el XXI. Sin querer revelar más de la cuenta, Elena apunta la necesidad de explotar el potencial histórico de la zona creando un centro de interpretación de la carpintería de ribera en el edificio que albergó esta actividad y que todavía hoy se conserva. En definitiva, aunar pasado y presente de un recurso cultural de máxima importancia en la historia de la ciudad y que sigue sin ser conocido lo suficiente.

Ella dice que aún no ha agotado las fuentes y que seguirá investigando un apellido, una familia, un enclave y una ciudad, San Fernando, que sigue despertando fascinación.

Sobre el autor:

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Vanessa Perondi

Periodista.

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Comentarios (1)

Jose Maria Hace 2 años
Me parece excelente ese esfuerzo de investigación que lleva a cabo Dª Elena Martinez.
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