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El comienzo de El maestro y Margarita hay que leerlo en un sillón con cinturón de seguridad, bien abrochado. Cuando una serie de pintorescos personajes salidos de un fértil imaginario llegan a la Moscú soviética, se concatenan los sucesos más disparatados. Algunos solo estrambóticos, otros crueles. El brillante autor libera así una cascada imparable de encuentros, de locuras, de diálogos rayanos en lo absurdo o en lo más profundo del alma. La potencia del verbo de Voland o de Ga-Nozri es inusitada. En este par de historias, una dentro de la otra como preciosas matrioskas, Bulgákov crea bestias carismáticas, seres humanos creíbles en sus manías y locuras y, no satisfecho, rescata del olvido a unos cuantos históricos. 

El maestro y Margarita se ríe de la exagerada burocracia en los tiempos de Stalin e incluso se permite deslucir, por boca de alguno de sus habitantes, a hitos literarios como Pushkin. Los filos de sus páginas son cortantes y están ribeteados con sal. Es también un himno a un amor robusto y estoico ante las cuantiosas amenazas que se ciernen sobre él. Ensalza a los buenos corazones sin importar el prestigio de sus dueños y castiga al pusilánime. Son los poderes sobrenaturales de la comitiva que aterriza en la capital rusa los que, usando el caos como herramienta, logran un orden más justo de los asuntos. Espectáculos de varietés que despiertan los impulsos más salvajes, la noche de Walpurgis, la pasión de Cristo, dos amantes y una novela maldita e inacabada se dan la mano dentro de ésta, trepidante y deliciosa.

En los tiempos en que se gestó esta novela, la censura era rígida. Mijaíl Bulgákov veía su pluma constreñida por la sombra de Stalin. Una de sus obras previas fue proscrita por el régimen. Aunque el manuscrito de El maestro y Margarita sufrió, hasta el punto de ser pasto de las llamas por iniciativa del autor, como dice el poderoso Voland durante la historia: "los manuscritos no arden". Y así fue; la obra de Bulgákov presagió su propia vida y fue reescrita de memoria. No obstante, la muerte se llevó a este genio en su regazo en 1940, poco antes de finalizar esta última tarea, y fue su esposa quien la acabó. Luego de años publicándose capada o bien como samizdat, esto es, obras al margen del gobierno, impresas y distribuidas en secreto, en 1966 vio la luz de forma oficial por primera vez, más de veinte años después de su escritura.

La filóloga rusa Marietta Chudakova, con ayuda de la infatigable compañera en vida de Bulgákov, publicó la versión más fiel del original —que no tuve la suerte de leer— en la editorial Nevsky Prospects. Su traducción al español vino gracias a Marta Rebón.

«¡Nunca pida nada a nadie! Nunca y, sobre todo, nada a los que son más fuertes que usted».

«Si es verdad que la cobardía es el peor vicio, el perro no es culpable. Lo único que temía este valiente perro era la tormenta. Pero el que ama, tiene que compartir el destino de aquel a quien ama».

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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