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Nueva entrega de 'Habitantes del estante' con la conocida novela ambientada en África.

África puede tragarnos. Y a Charlie Marlow lo introduce por su esófago, que él compara con una brutal serpiente. El río cuyo nombre no se cita en toda la historia. El Congo. Cuanto más somos engullidos, más velada es la frontera entre la cordura y el abandono. En El corazón de las tinieblas se encuentra Kurtz, un hombre cuyo carisma parece recubrir su cuerpo de un halo magnético, atrayendo a todo y a todos hacia él. Esta historia nace de una previa; Marlow se sirve de otra serpiente, menos indómita, el Támesis, para narrar a sus compañeros de tripulación lo que le sucedió en latitudes ecuatoriales. Mediante un lenguaje a caballo entre la épica y la introspección profunda, Conrad crea una novela atmosférica donde cuesta aferrarse a algo. Todo es susceptible de ser tragado y deformado. Más que una serie de sucesos, El corazón de las tinieblas es el hilo del que todos penden. Todo se mezcla ayudado por la humedad y el calor de la jungla.

Remontando el gran río hasta la estación de Kurtz, seremos testigos del brutal colonialismo africano a finales del XIX y comienzos del XX. De cómo para el blanco el negro es un medio, una herramienta que se usa y, cuando ya agoniza, se la echa a un lado. Los personajes que se cruza Marlow en su camino alimentan la leyenda del hombre al que busca, el que debe ser rescatado de esa selva espesa que se come a las personas y sus mentes. Un soñador endiosado por la empresa de extracción de marfil que lo reclama de vuelta entre sus brazos. La leyenda de Kurtz es el eje de esta obra y, cuando al fin le alcanzamos tras superar numerosas vicisitudes, tenemos la verdadera sensación de haber hallado un templo glorioso. Pero el mecanismo de la novela recuerda a los espejismos y, cuando pareciera que llegamos al agua, esta se esfuma en el aire ardiente. El místico al que buscamos cumple su rol en la obra y después solo queda Marlow como mero recipiente, un anfitrión del parásito que es la historia de Kurtz. Y se ve obligado incluso a mentir, cosa que detesta, para darle un punto y final a dicha historia, que no es la suya pero que le poseyó.

El corazón de las tinieblas se ambienta en el nefasto Estado Libre del Congo, llevado por Leopoldo II, un rey belga que se sirvió en un plato este trozo del pastel africano en la Conferencia de Berlín de 1885. La explotación de los abundantes recursos naturales no fue posible sin la mano de obra esclava en un territorio colmado de miseria y dolor.

Francis Ford Coppola partió del andamiaje que proporciona la obra de Conrad para levantar Apocalypse Now, que traslada el peregrinaje de Marlow en busca de Kurtz a la guerra de Vietnam. Cambia así el Congo por el Mekong y el naranja que brinda la naturaleza al atardecer por el artificial que otorgan los muros de llamas que levanta el napalm.

Joseph Conrad nació en Polonia —actual Ucrania— con uno de esos nombres imposibles, y quedó huérfano a corta edad. A los dieciséis ya estaba surcando los mares del mundo. En su historia hay muchos sucesos inciertos, como en todos los mitos. Finalmente, dejó las olas por la pluma en una lengua que no era la suya, llegando a encumbrarse por la forma en que la usó, tal como ocurrió con el genio ruso Nabokov.

«La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención».

«Vi el misterio de un alma que no había conocido represiones, ni fe, ni miedo, y que había luchado, sin embargo, ciegamente contra sí misma».

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Jorge Miró

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