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Recorre las calles como un perro perdido, con un extraño artilugio entre las manos, nadie diría que aquello construido con una lata de tomate, un tubo de papel higiénico y otros materiales rebuscados en la basura, es una máquina fotográfica. Cuando lo ven apretar el disparador, todos piensan que es un enajenado. En la ciudad la figura del andrajoso vagabundo es tan conocida como evitada. Nunca lo dejarían entrar en una piscina, se aposta tras la alambrada. Expulsado del paraíso, otea desde la distancia inalcanzable a sus ángeles de mármol o hielo. Mujeres de carne onírica, tras los setos, al borde de la nada. Paciente captura sus añicos de belleza, sustraídos del ámbito divino, antes de que en su fugacidad se desvanezcan. Esquirlas de sensualidad, en grises mal revelados. Con técnicas de desecho, una visión de soslayo al corazón, con su soledad intacta.

Estudiante de bellas artes en Chijov, al sur de Moravia, hoy República Checa, buscaba en el desnudo el misterio del dibujo, la propaganda del socialismo uniformó a los modelos con mono de trabajo, esto hizo que  abandonara la academia. Siguió su carrera de pintor al margen, dibujando de memoria, como Degas, a quien recuerda, en un cuchitril que le servía de estudio, de donde fue desalojado y acusado de disidencia. Sus carpetas de dibujos y bocetos tiradas a la basura. El acoso político lo llevo al psiquiátrico, donde regresaba como medida preventiva, cada vez que algún jerarca del partido visitaba la ciudad.  Cuando salió, como un náufrago aislado en la hostilidad de la ciudad, abandonó el dibujo y comenzó con sus rudimentarios medios a investigar la fotografía.

En un infecto rincón, lleno de mugre y piojos, revelaba sus negativos, imágenes borrosas de mujeres, sutilmente eróticas, poses cotidianas, en movimiento, a veces retocadas con un bolígrafo y que enmarcaba en cartones pintarrajeados. Un día alguien descubrió sus fotografías, muchas dañadas por la humedad y los ratones, comenzaron entonces a dar la vuelta al mundo. A Miroslav le dio lo mismo, cuando preguntaban al andrajoso mendigo por su éxito, brillaba su mirada irónica, la  que no pudo ser borrada por sus días en los psiquiátricos y cárceles, con que el estado comunista impulsó su carrera.

Un 12 de abril de 2011, a los 84 años de edad, apareció muerto este que fue voyeur de la vida. Dejó al mundo su poética del desahucio, del deseo estéril y enajenado, su leve testimonio de carnalidad, sus imágenes que son un manual de ausencias.

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Eusebio Calonge

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