"Cap. 10, nota 6: Relativo a los SHASTRAS, literalmente, "libros sagrados", que comprende cuatro clases de escritura: la SHRUTI, SMRITI, PURANA y TANTRA. Estos tratados exhaustivos cubren cada aspecto de la vida religiosa y social, y los campos de la ley, medicina, arquitectura, arte, etc. Los SHRUTIS son las escrituras "directamente oídas" o "reveladas", los VEDAS. Los SMRITIS o el saber "recordado" fue puesto por escrito finalmente en un pasado remoto en forma de los poemas épicos más largos del mundo, el MAHABHARATA y el RAMAYANA. Los PURANAS son literalmente alegorías "antiguas"; los TANTRAS literalmente significan "ritos" o "rituales"; estos tratados encierran profundas verdades bajo un velo de detallado simbolismo".
Podemos convenir en que es una nota de página evocadora que siembra pistas para profundizar en el conocimiento de una antigua y venerable sabiduría. Pero, ¿había algo en este listado de términos sánscritos que justificara el disco más ambicioso de todos los tiempos?
Retrato cósmico de Paramahansa Yogananda.Jon no olvidó de conseguir su ejemplar del libro o bien (la historia no nos lo revela) lo recibió de manos del propio Muir. Una semana más tarde, Yes puso rumbo a Tokyo a proseguir la gira de promoción del disco Close to the Edge (julio de 1972- abril de 1973), de la que se habían dado un merecido descanso desde mediados de diciembre del año anterior. Anderson viajaba con su Autobiografía de un yogui bajo el brazo. Los compromisos sociales, profesionales y familiares durante estos días de asueto le habían impedido hincarle el diente aún, pero la soledad de la gira que se avecinaba, de casi dos meses, le depararía tiempo a raudales.La principal preocupación de Jon Anderson por aquel entonces era la naturaleza de su próxima obra. Se había estado devanando los sesos todo este tiempo tratando de concebir una temática, un estilo, un desarrollo con el que poder superarse. El disco que Yes se encontraba promocionando esos días, Close to the Edge (1972), estaba compuesto por tres largas canciones en las que el espíritu del rock progresivo se reconoció por fin a sí mismo. Para muchos, tanto hoy como en el momento de su lanzamiento, Close to the Edge no es sólo el mejor disco del género, sino el disco arquetípico, aquel que se podría utilizar para medir la "progresividad" de cualquier otro. ¿Cómo arreglárselas para ir aún más allá?Anderson se instaló en su habitación de hotel de Tokyo y se zambulló en la novelesca autobiografía del sadhu Yogananda. No tuvo que buscar mucho. Antes de haber leído un cuarto de sus páginas descubrió aquella notita escondida sobre los shastras, que le llamaba a través del tiempo y el espacio. De repente lo vio todo claro: había que componer una obra sobre aquellos cuatro apartados de la antigua literatura sagrada: SHRUTI, SMRTI, PURANA, TANTRA. "Una obra épica de cuatro partes construida alrededor de los temas de cuatro partes sobre los que estaba leyendo". El hecho de que le impresionase de tal modo la escueta descripción prueba que no tenía familiaridad previa con esos términos, pero el eco misterioso de aquellas palabras sánscritas, sumado a la fatiga y el cansancio del viaje, al estrés acumulado por el bloqueo creativo –y quizás a los últimos efectos de la tarta de marihuana que las traviesas novias y esposas de la banda habían servido en el avión desde Alaska sin avisar de su contenido- pusieron al místico Anderson a levitar a varios palmos del suelo.El tour prosiguió por Australia y los Estados Unidos. Anderson estaba cada vez más convencido de su planteamiento y no desaprovechaba momento de asueto para ir perfilándolo. No sabemos si llegó a terminar de leer su libro, pues no había tiempo que perder: convenció de su proyecto al guitarrista Steve Howe, y empezaron a escribir material entre concierto y concierto, en habitaciones de hotel iluminadas con ambientales juegos de velas. Una sesión "mágica" de seis horas en Savannah, Georgia, les facilitó el esqueleto musical y lírico de las cuatro grandes partes, que conformarían una sola canción de 83 minutos. Anderson había pensado el título de "Tales from Tobographic Oceans", tomando prestada la palabra "tobographic" de las teorías del espacio del astrofísico Fred Hoyle, pero alguien le sugirió que se parecía a "topographic" y eso a le sonó mejor.
Los componentes de Yes en torno a 1973. De izquierda a derecha, Alan White, Steve Howe, Rick Wakeman, Chris Squire y Jon Anderson.Tales from Topographic Oceans, pues, comenzaba a calentar motores. A la vuelta del tour, ya en Londres, Yes se reunió para tocar en los estudios Manticore, pertenecientes al supergrupo más barroco del rock progresivo, los Emerson, Lake & Palmer. Era todo un presagio de lo que iba a suceder en cuanto el nuevo material fuera puesto en común: los demás miembros del grupo mostraron algunas dudas sobre un trabajo que se asemejaba, en falta de contenido y sustancia concreta, a la nota a pie de página que lo inspiró. El teclista Rick Wakeman, en particular, se quejó de un planteamiento a su juicio excesivamente jazzístico y avant-garde.La grabación estaría llena de discusiones interminables y tensiones latentes. Anderson propuso grabar en una tienda de campaña en medio del bosque nocturno con generadores eléctricos enterrados en el subsuelo. "Get a life!", le increparon los otros, que ya lo conocían. Eddy Offord, productor e ingeniero de sonido, sugirió irse a la campiña, pero finalmente se quedaron en la ciudad para aprovechar la tecnología puntera de la que disponían en su estudio de Londres. Anderson, negándose a abandonar su fantasía rural, decoró el estudio con plantas, flores, macetas, animales de cartón y una vaca mecánica con ubres electrónicas. "Todos los teclados y amplificadores", revelaría Wakeman, "estaban colocados sobre pilas de heno". Un buen día, Anderson llegó al estudio en evidente estado de enamoramiento hacia el sonido su voz cuando cantaba en la ducha. Solicitó al ingeniero de sonido, Michael Tait, que construyera una caja cubierta de azulejos donde poder remedar aquellas domésticas resonancias. Tait respondió que no iba a funcionar, pero el cantante no cedió en su última locura, sólo para tener un tiesto más en el estudio del que se caían los azulejos con estruendo, estropeando las tomas en curso.Rick Wakeman no daba crédito a sus ojos, y menos a sus oídos, y se dedicaba a jugar a los dardos en el bar del estudio o a divertirse con los Black Sabbath, incluyendo una contribución en el álbum que estaban grabando en ese momento, que se cobró en cerveza. Hasta él, tan dado al surrealismo a la menor oportunidad, se había cansado del rocambolesco espectáculo que cada día podía suceder en aquel estudio. "A medio camino de la grabación", recuerda Offord, "las vacas estaban cubiertas de grafiti y todas las plantas habían muerto. Eso de algún modo resume aquel álbum entero...".


