Resignados a la suplencia todos acabamos aceptando el banquillo.
Fiodor Dostoievski comentaba que es mejor equivocarse siguiendo tu propio camino que tener razón siguiendo el camino de otro. ¿Acaso se puede ser más preclaro? Un pescador reconoce a otro pescador desde lejos. Algo así pasa en cada capítulo de nuestras vidas, pobres palimpsestos de la historia más polvorienta y olvidada. Resignados a la suplencia todos acabamos aceptando el banquillo.
Cuando encajas el primero, normalmente, debes optar entre el catenaccio total y que suene la flauta de Bartolo o desmelenarte e ir a por más que el empate como un kamikaze. Por igual, o sales los viernes o madrugas los sábados. No existe el término medio. La equidistancia es directamente proporcional a la ruindad moral de cualquier sujeto que la practique. La vanidad se lleva por delante a más despistados débiles que la fiebre amarilla. Los que llaman pan al pan y vino al vino suelen madrugar los lunes sin ducharse pero con mucha colonia y desodorante. Antes de que te la juegues tú, se la jugarán ellos.
Los salvapatrias y los lumbreras fueron los delegados de tu clase y serán los presidentes de tu comunidad de vecinos. A tu adormilado compañero de pupitre se le enciende la bombillita por cada bostezo y mientras las matrículas de honor coleccionan carreras y colas del paro, él irá por la tercera experiencia laboral a los treinta y se confesará satisfecho con su vida porque tuvo una idea que rimaba con la ambición individual dentro de cualquier colectivo que le amparara por currante y brillante emprendedor. Desolador el camino recto que se marea cuando toca hacer eses de vuelta a casa.
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