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Que Madrid tuvo tiempos mejores no lo podríamos asegurar. Que Madrid llegó a ser un centro de ebullición musical y contracultura mucho antes de la movida, no le quepa la menor duda.

Y es que hasta el Bernabéu se doblegó a las estridencias de la psicodelia. Que ya es decir. ¿No le parece? Bueno a lo que vamos. Mientras que la capital se consumaba en un nuevo amanecer y TVE sacaba del armario todo ese extraño atrezzo que formarían parte de los nuevos programas musicales para llenar la parilla de la mañana de los sábados, unos hombres de negro (los del business) comenzaban a calcular estrategias medianamente solventes con las que hacer caja, sobre unos adolescentes que parecían adquirir música en sus diferentes formatos, con la misma rapidez que dejaban crecer sus barbas y melenas. Resultaba ser un escenario más que abonado para el marketing y la venta. Las casas que se formaban prácticamente en cada esquina, apostaban por la producción a determinados artistas que a su vez veían en la música algo más que una afición desarrollada. Una auténtica profesión.

El empleo como productor musical, antes reservado a una selecta élite, que monopolizaba el hasta entonces mercado unitario de la música, proliferaba con una marcha que parecía incansable. Y no solo Madrid. Seguro que recordará auténticas producciones musicales, no tanto por calidad aunque sí en número, en la mayoría de pueblos grandes o ciudades pequeñas. Y claro, como no podía ser de otra forma, en Madrid confluían aquellos que por mérito o fortuna acaban de fichar por algún sello de peso.

Se dice que por la forma de administrar y gastar los primeros sueldos se puede conocer a la persona. Pues bien, le resultaría más que sorprendente lo poco o mucho que puede haber trascendido colateralmente de esa industria. Que si una moto, la letra de un coche, adiciones a la ropa. De entre todos esos pregoneros de la contracultura hippie-pop hubo quien se concedió la entrada de una casa en la playa de Marbella… No debemos olvidar de dónde venimos.

Hippie-pop es por lo tanto la temática de nuestro encuentro musical de hoy. Hoy hablamos de Shelly y Nueva Generación. Uno de esos proyectos con más visión teórica que práctica. De una trayectoria fugaz y un alcance menor, esta formación internacional que llegó a grabar tan solo tres sencillos, cultivó una potente imagen creando una figura de culto incluso hoy día. En su momento tuvieron un éxito discreto de ventas, pero fueron admirados como pocos debido a su pegada en directo y a su magnética cantante.

María de la Concepción Gutiérrez Lobo, Shelly, era una venezolana que había estado pululando en muchas formaciones destacando Los Driblings. En un momento determinado Maryní Callejo, uno de los máximos responsables del éxito de otra banda, Los Buenos, decide apostar por una formación bajo su liderazgo. Las bandas encabezadas por mujeres empezaban a ser icónicas, no tiene más que recordar el triunfo de Grace Slick de Los Jefferson.

En poco más de un año, Shelly y Nueva Generación publicaron tres sencillos, sufrieron la marcha de alguno de sus componentes, colaboraron en la película de Iván Zulueta, Un, dos, tres, al escondite inglés, asombrando al público madrileño con sus directos arrolladores y el inconfundible estilo de Shelly bailando, y se separaron casi sin dejar rastro tras una gira americana. Tiempo después, su escaso trabajo aparecería en diversos recopilatorios nacionales de freakbeat como uno de los grupos semiolvidados de la llamada Década Prodigiosa, lo que a la vez les ha convertido, sin lugar a dudas, en uno de los grupos de culto fundamentales en la comunidad mod patria.

 

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Carlos Domínguez Rico

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