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La crítica de 'Cien años de perdón'.

Cien años de perdón (España, Argentina, 2016, 97 min.) Director: Daniel Calparsoro; Guión: Jorge Guerricaechevarría; Música: Julio de la Rosa; Fotografía: Josu Inchaustegui.Reparto: Rodrigo de la Serna, Luis Tósar, Raúl Arevalo, Patricia Vico, José Coronado, Joaquín Furriel, Marian Álvarez, Luciano Callejo

Oficio es el término que mejor le describe. Sin ningún matiz devaluador en la palabra sino todo lo contrario. Casi una decena de largometrajes ya y Daniel Calparsoro muestra en cada uno su oficio, su maestría para componer escenas tensas, llenas de adrenalina y  gusto por el cine de género, por el thriller oscuro de motivaciones pasionales y políticas. En una industria cinematográfica anémica en cuanto a producción, comparada con la norteamericana, francesa o inglesa, Calparsoro logra siempre sorprender, mantener la atención del espectador, y resuelve con solvencia tramas intrincadas, trufadas de escenas de acción y buenos diálogos.

Cien años de perdón debe ascribirse a la larga ya tradición de atraco a banco con rehenes, un subgénero de las películas de gangsters y policías. Si convenimos en que la seña de identidad del género es la angustia e inseguridad que provoca la ambivalencia moral de la sociedad, la dicotomía violencia física- violencia moral, más allá de la repetición de estereotipos (policías corruptos, policias honrados, criminales con código de honor, etc), la película de Daniel Calparsoro es paradigmática. El atracador no es el villano de la historia y de ahí su título “quien roba a un ladrón…”. Las simpatías del espectador no están en los dueños del dinero sino en aquellos que transgrediendo las normas destapan a los verdaderos villanos.

El valor del cine de gangsters como retrato de la sociedad queda muy subrayado en esta película. La crisis económica con su inseguridad laboral, sus desahucios o la corrupción de nuestra clase política están presentes en ella a veces de forma algo simplista pero demostrando el compromiso de su director con las esencias del género.

La trama tiene lugar, y no parece casualidad, en la ciudad de Valencia y casi exclusivamente en el interior del banco, lo que implica exigencias de guión que hagan posible el avance y desvelamiento progresivo de las motivaciones de los personajes y propongan sorpresas argumentales que no ahoguen el desarrollo de la historia. 

No es una película de persecuciones frenéticas o violencia gratuita. Tampoco hay un final de infarto y espectacularidad no es precisamente la palabra que mejor la define. En Cien años de perdón Calparsoro y su guionista, Jorge Guerricaechevarría (Celda 211, El niño), consiguen crear suspense echando mano de una suerte de macguffin, una caja de seguridad con información sensible. Tiene el pequeño defecto de anticipar pronto qué hay en esa caja, pero igualmente tiene la virtud de no ser predecible: el guión abre nuevas ventanas a las motivaciones personales de atracadores y empleados del banco.

Su carácter de coproducción hispano-argentina ha convocado a un grupo de actores y actrices de ambos países que ayuda a acentuar la tensión dramática con la riqueza de sus respectivos acentos. Todos, pero especialmente Rodrigo de la Serna (Diarios de una motocicleta, 2004) son muy efectivos y aportan los diferentes matices a sus personajes.

Si hubo una época en que parecía que el cine español se había especializado en comedias juveniles urbanas, desde hace ya algunos años nuestras mejores películas nos hablan con el lenguaje de la acción, de la rabia y del pesimismo. La Caja 507 de Urbizu, Nadie hablará de nosotras… de Díaz Llanes fueron grandes precedentes que tienen su continuación en No habrá paz para los mavados del propio Urbizu, Celda 211 y El niño, de Daniel Monzón, La isla mínima de Alberto González…etc.  

Puede ser casualidad u oportunismo, pero el cine no puede ni debe substraerse al clima de desconfianza general en las instituciones ni a la falta de referentes morales. Cien años de perdón, sin espectacularidad, cumple más que bien con su objetivo de entretener, pero también con el de hacer pensar y quizá tomar partido. De ahí su gran pesimismo y el gran placer que proporciona verla.

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Jorge Miró

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