Carta a Luis Balaguer sobre el instante y la duración

Cubierta de 'Canciones del Estrecho' a partir de una foto de Marco Barbon.
Cubierta de 'Canciones del Estrecho' a partir de una foto de Marco Barbon.

Querido Luis, hermano:

Amo la música de Federico Mompou, esas piezas pequeñas que él llamó cantos mágicos, música callada, paisajes ...; pequeñísimas, pero tan breves como intensas. Brillan con la verdad de una llamarada y en un instante perfecto se consumen, dejándonos huérfanos ante la fealdad estetizada del mundo que nos rodea, sin saber qué pasó, qué oímos, si fue cierta tanta belleza.

Siempre he soñado con una música capaz de desarrollar esa intensidad pero sin empobrecerla. Siempre soñé con una música que pudiera proyectar en el tiempo desierto esa plenitud sin convertir -como las formas habituales del desarrollo musical- el instante en duración, la armonía perfecta en discurso, la promesa en decepción.

Las miniaturas de Mompou se cierran planteándome esa pregunta, con su anhelo y su nostalgia: ¿habrá una música que sepa cómo abrir lo cerrado? Aunque la transparencia absoluta sólo vive en la gota de agua, en la mínima gota cerrada ¿habrá quien, sin enturbiarla, tenga el secreto para dejar vibrando sobre el acontecer, donde habitamos, el eco, aunque sólo sea el eco leve y deformado de aquella plenitud? Conciliar instante y duración, eternidad y tiempo, lo uno y lo múltiple... el gran sueño que, desde el hermetismo renacentista, ha inspirado los conocimientos del arte.

He encontrado en tus Canciones del Estrecho respuesta a ese deseo. Y ello las convierte para mí en una pausa entre dos enormes mares de tedio, de ruido y de desdicha: el antes y el después en este tiempo de la experiencia empobrecida.

Armonías, arpegios, nerviosos rasgueos, armónicos de una vibración casi hiriente... se unen como mínimas constelaciones y abren, de tu mano, sin esperarlo, el instante iluminador. Son fugaces apariciones de la belleza inalcanzable, que crece hacia dentro de sí misma. Breves momentos de la música extremada, como aquellas miniaturas mágicas de Mompou. Plenos de intensidad contienen, en su carencia, cuanto aún podemos soñar y aún podemos esperar los hijos del ruido. Apuntes sólo, desde luego, momentos, vislumbres apenas; pero ¿qué otra cosa seríamos nosotros capaces de soportar?

Y sin embargo, en tus Canciones del Estrecho, la música extremada no es una isla ni un paraíso clausurado. Sus iluminaciones no se cierran, inalcanzables en el instante perfecto; tampoco se apagan bruscamente para abandonarnos a la soledad del ruido cotidiano. Se desvanecen entre la propia música para resurgir de nuevo, recobrados, en el devenir de la música. Y así, apareciendo y desapareciendo hasta volver a aparecer y a rescatarnos, a maravillarnos, hacen de la música misma imagen de otro tiempo, tiempo de esperanza.

Quizás por ello estas canciones tienen también el don de evocar lo inmarchitable, que es lo hondamente vivido. Entre sus acordes regresan paisajes de tu ayer, tentativas de la infancia, rincones de la incierta juventud, recuerdos de lecturas que evocan mundos ya agotados. Resulta prodigioso cómo una música que no cae en la banalidad de lo descriptivo ni trata de imitar sonidos -esos dos extremos de la vulgaridad, que me perdone Beethoven- hace nacer dentro nuestra paisajes tan concretos y transforma la tierra que amamos, con sus horizontes limitados, sus orillas bajo el viento, sus laderas de pinos o brezales, en una tierra interior.

Nuestra cultura odia el silencio, o lo teme. Pero somos sus criaturas. Vivimos rodeados por el ruido incesante. En él se funden todo tipo de estímulos, indistinguibles ya, desde el roncar de los motores hasta la canción empobrecida, desde el parloteo de los falsos sabios hasta el llanto de las víctimas. Tanto es su poder que todo parece parte del rumor vacío y embrutecedor; sin remedio, sin salida. Gracias por estas canciones que nos consuelan de lo que hemos llegado a ser.

Y gracias por dejarme creer que en medio del gran ruido aún es posible la música. Gracias. La música, abriendo su hueco en la hojarasca, entre el ruido incesante, dejará algún día aparecer lo que más necesitamos, más aún que la belleza con toda su intensidad. Silencio. Silencio para pensar, silencio para sentir, para escucharnos a nosotros mismos y para escuchar a quienes aún tienen algo que decir. No dudemos: nada importa en qué lenguaje o desde dónde nos hablen, si hay alguna esperanza nos la darán los poetas.

Canciones del Estrecho, de Luis Balaguer está a la venta en Jerez en la librería La Luna Nueva y en Malamúsica.

Sobre el autor:

Emilio Rosales

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