Sobre un blanco suelo de mármol, al solemne compás de un clarinete, bailan las sombras del patio florecido. Es viernes por la tarde, es junio y es Jerez, pero, a pesar de ello, el público expectante comienza a abarrotar las sillas y los bancos del colegio Miguel de Cervantes. A la mesa, gracias a la labor de la Asociación Cultural Pie de Página, está sentado el poeta santanderino Marcos Díez (XXIV Premio Internacional de Poesía Generación del 27) para hacernos una aproximación a este segundo volumen de la colección de poesía que tan bien edita José Mateos.
Bajo el busto de Miguel de Cervantes, Francisco J. Márquez, presidente de la Asociación, cede la palabra a nuestro invitado y a su presentador, el poeta sevillano Gonzalo Gragera (IX Premio de Poesía Joven RNE). Un respetuoso silencio toma el patio, todo está preparado para que vuelva a obrarse el milagro.
El recital se presenta como una fluida conversación a dos voces, aderezada con gusto y delicadeza por el clarinete de Cándido Núñez. La voz grave de Díez, maridada a la perfección con el afinado instrumento, consigue erizarnos el vello desde los primeros poemas. Con elegancia y hondura trata el tema de la muerte de unos niños inocentes y la pérdida de un compañero fiel. Versos que consiguen, como las llaves del instrumento, retener y liberar el aire del poema en el momento preciso: «Pocas cosas importan /más allá del temblor / de saber que existimos».
El diálogo, dirigido con soltura por Gragera, no tarda en mostrarnos la profunda naturalidad y la humildad de Marcos Díez. Un poeta cercano e irónico, cuya obra se alimenta del asombro por lo cotidiano y busca dejar el poema suspendido entre la realidad palpable y aquello que el lector percibe. Se trata de un lenguaje del equilibrio, de lo insinuado, una aproximación, casi erótica, que sugiere su desnudez sin mostrarla del todo: «Los poemas no logran alcanzar / el centro del decir / tan solo se aproximan, merodean». Destaca el sevillano la capacidad de Díez para revelar lo cotidiano, el asombro robado a cada instante, equilibrando las emociones y manteniendo la justa medida de los tonos para conseguir transmitir el sosiego y la armonía de la belleza y la verdad. Marcos refuta esta observación con palabras sencillas: «Uno pasea al perro 700 veces al año por el mismo camino y siempre encuentra algo nuevo: una piedra, un muro, un destello de luz... Gracias a la poesía todo me salta a los ojos».
Equilibrio constante entre la duda y la certeza
Gonzalo va desgranando los elementos de la poesía de Díez que según su parecer lo convierten en una voz tan clara como única: la capacidad narrativa del lenguaje, el proceso creativo que va de la observación sensible a la palabra, la humildad del alumno que se deja corregir por sus maestros, el compromiso personal con lo que se escribe, la música interior que hace latir al poema y la necesidad constante de derrumbar todo aquello que nos parece real para encontrarnos despojados ante la verdad de la vida, ese equilibrio constante entre la duda y la certeza que nos permite adentrarnos en la espesura de nuestra propia humanidad: «Mis ideas son velos, / se sitúan delante de las cosas. / A veces rasgo el velo y cuando miro / soy solo un animal».
En este sentido, dice el poeta: «Una idea que tengo muy presente es que la vida tiene algo de espejismo. Lo que creemos real se derrumba y nos deja ver nuestras vidas. Algo debe caer para que veamos que la muerte y el nacimiento van de la mano, que para que pueda haber maravilla también debe de haber alcantarilla». Una filosofía poética que termina por hacer de Las aproximaciones un libro redondo.
Un poemario breve pero intenso que mantiene el alto listón de la colección y eleva nuestras expectativas hacia el tercer volumen. Una verdadera delicia tanto por su sencillez formal como por su profundidad, su tono uniforme y su medida sensibilidad. Una selecta degustación de poemas que, aun estando dedicados a las cosas más sencillas (un gato, un perro, una avispa…), nos hace reflexionar, en cada línea, sobre el hondo misterio de estar vivos.
Un lugar al que volver con gusto y donde, como en aquel camino que el poeta redescubría al pasear con su perro, siempre nos esperarán gratas sorpresas y algún nuevo misterio que admirar y contar.


