Todo en El Caminito es pequeño, hasta el nombre. Así que tampoco extrañó que en este Miércoles Santo de la tormentosa Semana Santa de 2024, su estación de penitencia quedase reducida también. Modificación en el itinerario de regreso, sobre todo.
Los responsables de la hermandad decidieron salir pero con el recorte de más de una hora, varios cientos de metros menos, en la estación de penitencia. Todo para evitar la amenaza de la lluvia y, sobre todo, de un ventarrón inquietante. Hasta algunos elementos, algún estandarte, se eliminaron también por seguridad.
Pero salió para recordar que pocas hermandades y cofradías en la provincia de Cádiz, más allá de las que abren el Domingo de Ramos a lomos de una borrica, son conocidas con un diminutivo.
El templo, casi templete, que acoge a la Virgen de las Angustias justifica la excepción. Hasta el sacerdote que oficia misa con regularidad parece entrar con dificultad.
Puede aspirar al récord de ser la sede más pequeña de una imagen en toda la provincia. Difícilmente caben más de 50 personas para rezar en sus reclinatorios en cualquier jornada común.
Ni siquiera los penitentes pueden quedar y organizarse en la ermita. Ni los cargadores pueden entrar más que en el momento emocionante de buscar la imagen. Eso de hacer vida cofrade en el templo antes del cortejo no encaja aquí. Todo tiene que ser exterior.
A cambio, llena de fervor distintos recintos, religiosos o laicos, alrededor. Rebosa la expectación a las calles del entorno, desde las estribaciones de Isabel la Católica y la Alameda con vistas a la Bahía hasta el muy monacal barrio de San Carlos.
Al borde de las siete de la tarde, el fervor que no cabe en la microtemplo bulle alrededor. La penitencia, en la vecina Casa del Rebaño de María. Los acólitos, en el colindante teatro municipal Sala Central Lechera.
Todos de luto, a la espera de formar en la plaza Argüelles y recibir a esa Virgen única en Cádiz por el estremecimiento del dolor en el rostro, con el Cristo en el regazo.
La capilla de El Caminito fue construida por el apasionado empeño de un capuchino, Fray Pablo, en 1701 y su confuso nombre se debe a un cambio de titularidad a mitad de trayectoria.
Durante más de 150 años, los primeros, estuvo consagrada a la Virgen del Camino y como el templo no podía ser más chico, se le quedó el nombre popular. El diminutivo, como tantas veces, es muestra suprema de cariño y respeto. Alrededor de 1860 pasó a acoger a la Virgen de las Angustias pero ya para qué andar con líos. Caminito se le quedó.
Un gran número de cofrades gaditanos, mujeres mayores por acotar con generalidades, sienten un fervor descomunal y secreto por esta talla concreta, con una cara inconfundible, a la que curiosamente conocen por el nombre de otra. Contradicciones menores, palabras mayores.
Una de esas veteranas es Ana García Pérez. Ya no tiene las piernas para procesiones, dice con gesto entre pena y rabia. Ni siquiera puede estar con la penitencia en la que formó "38 años, sin faltar uno".
Su hija, con el mismo nombre, se repone estos días de una operación quirúrgica y no puede darle el relevo que suele. Así que aparece la nieta, homónima. A sus 20 años, "cumplidos en enero".
La más joven tiene las ideas claras y el gesto recio. Se muestra firme en el encargo y no quiere muchas preguntas, no está para distracciones.
La "niña" tiene estatura de atleta olímpica escandinava. La abuela le llega casi por el codo pero en El Caminito todo lo relacionado con el tamaño es accesorio, anecdótico. El riguroso negro de las dos, el gesto común, la complicidad y hasta el parecido pesan más que cualquier nadería.
Las dos juntas forman el reflejo mate de un ritual ajeno al tiempo y a las edades. "Salgo por mi abuela tanto como por mí. Si ella no puede, yo vengo cada año de su parte. Las dos sabemos por qué". Y a nadie más, salvo a la Virgen de las Angustias, le importa un comino lo que sea.
Lo que pasa en El Caminito, en El Caminito se queda. Quedan en buscarse con la mirada en un punto determinado del recorrido para confirmar que las dos -las tres, por la madre ausente- van en el cortejo aunque aparezca una sola.
Cuando relatan el acuerdo se les saltan las lágrimas pero retumban tanto las cercanas olas cabreadas, hace tanto viento en la esquina -casi se ve la Plaza de España- que aprovechan para bromear, "algo que nos ha entrado en los ojos" y se ríen abrazadas.
Este pacto entre mujeres y generaciones ilustra cómo el templo más diminuto de todos en la Semana Santa de Cádiz acoge y atrae una de las mayores concentraciones de fervor cofrade en la ciudad.
Para mayor consuelo en este año de tanta cancelación y desconsuelo, una leyenda de la carga de Cádiz, José Luis Pájaro, ejerce como capataz.
Aunque con mucha menos popularidad que otras imágenes (Nazareno de Santa María, Medinaceli, El Caído...) por su naturaleza luctuosa, de recogimiento extremo, los sentimientos y las voluntades que agrupa El Caminito son de una grandeza y unas dimensiones asombrosas.
Como sorprende el contenido que acogen las humildes proporciones del templo. El retablo de mármol policromado tan apreciado por los historiadores cofrades. Teóricamente es de origen genovés (como la mitad de toda la ciudad de Cádiz, incluyendo apellidos) y del siglo XVIII.
El que quiera más hallazgos insesperados tiene el grupo escultórico que completa el conjunto, alrededor de la conmovedora Virgen de las Angustias, en madera policromada, pura escuela sevillana fechada alrededor de 1770.
Desde esa pequeña cajita de piedra y para introspectiva satisfacción de sus muchas adoradoras que aguardaban alrededor, la Virgen de las Angustias salió a la calle.
Otras dos hermandades del Miércoles Santo en Cádiz, Las Aguas y Cigarerras -también con honda tradición entre mujeres de muchas generaciones- no pudieron hacerlo en este lluvioso y ventoso 2024. Se quedaron a resguardo.
La Sentencia sí tomó las calles, a ritmo acelerado por precaución, desde su elevado templo de Santa María, desde La Merced.
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