Acompañamos a los voluntarios de 'Calor en la Noche' en una de sus salidas nocturnas para repartir mantas y comida a las personas sin hogar de Cádiz. 

Las noches de invierno son ásperas como el esparto. La humedad moja el suelo y los huesos, el viento alborota el sueño y el frío desvela cada refugio. Una amalgama de cuerpos invisibles habita las calles. Para algunos son rostros sin nombre, sombras que deambulan por la ciudad. Pero están ahí, en cada esquina. Acogidos por los brazos blancos de un Balneario, cobijados bajo el pórtico de Capuchinos, en el punto ciego de los miradores o en bancos de parques y parcas. Ellos caminan sin rumbo, buscando un poco de calor en la noche.

Según el último censo de personas sin hogar que coordinó el Ayuntamiento, a través de la Delegación Municipal de Asuntos Sociales, en Cádiz hay casi un centenar de personas en esta situación. No obstante, el colectivo de Calor en la Noche supera esa cifra con su número de voluntarios. Un total de 117 personas prestan su ayuda a los sin techo de forma totalmente desinteresada. El año pasado realizaron cerca de 4.200 asistencias entre las zonas del centro y extramuros. Además, cada mañana ofrecen desayunos en su sede a los más desfavorecidos y reparten ropa interior, productos de aseo y prendas de abrigo.  

Todos los viernes por la noche, dos grupos de voluntarios salen por la ciudad para repartir caldo caliente, bocadillos, café y mantas. Se dividen y encaran su ruta. El pasado viernes, en el centro de Cádiz, fue el turno de Mila, May, Pepa y Lola. Y lavozdelsur.es tuvo el privilegio de poder acompañarlas para ver en primera persona la importancia de su labor. A las 20:20 ya suele estar casi todo preparado: termos llenos, comida lista y todo a los carros junto a las mantas. Llevan un registro donde anotan los lugares donde saben que pernoctan los indigentes y siguen un itinerario fijo. Portería de Capuchinos, Balneario de la Palma, Pérgola de Santa Bárbara, San Antonio, plaza de Las Tortugas, Canalejas, San Francisco, Entre Catedrales y a su templo. La ruta en Puerta Tierra la hará otro grupo en coche, ya que la zona es más amplia.  

"Mucha gente quiere colaborar con nosotros viniendo a ayudar. Tenemos incluso listas de espera, porque realmente no hay trabajo para todos", nos cuenta May mientras ultima los preparativos. En cuanto al perfil "hay de todo: cristianos que están convencidos de que este es el ejemplo que deben seguir para predicar con el ejemplo, hay mormones, un musulmán, monjas y ateos. Aunque Calor en la Noche naciera en un entorno católico como es La Salle, aquí viene a prestar ayuda quien quiere, independientemente de cuáles sean sus creencias", asegura. Cuando nos disponemos a salir del local, en la calle Regimiento de Infantería, nos topamos con un Viacrucis. La paradoja del buen samaritano. Como si formaran parte del desfile, un grupo de usuarios se amontona en la puerta y acaban pasando al comedor para resguardarse del frío y del incienso. Se reparten los primeros vasos de caldo y café de la noche.  

"Aquí viene a prestar ayuda quien quiere, independientemente de cuáles sean sus creencias"

El grupo empieza a charlar con las voluntarias, como si formaran parte de una pequeña familia. Esto retrasa un poco la salida, pero esas 10 -quizás 15- personas ya se han ido con su cena y su ropa interior nueva. "Ha venido un usuario que estaba muy contento, porque hace unos días nos dijo que necesitaba un teléfono móvil ya que se había roto el suyo. Estaba esperando una llamada del hospital porque lo tienen que operar y le preocupaba que no pudieran localizarlo. De un día para otro uno de los voluntarios consiguió un teléfono para él, y hoy ha venido a agradecérnoslo porque ahora está más tranquilo sabiendo que cuando lo llamen para la operación podrá responder", nos cuenta May mientras emprendemos el camino hacia la primera parada.  

Parece que el frío y la previsión de viento y lluvias para el fin de semana les ha llevado a buscar mayor refugio, ya que no encontramos a nadie hasta llegar a Santa Bárbara. Una pérgola de 20 millones de euros que construyó el anterior equipo de gobierno, y que actualmente sirve como refugio para muchas personas sin hogar al disponer de una parte baja acristalada. Y es que el frío se ha cobrado dos víctimas este invierno."El invierno ha sido duro, por las bajas temperaturas que hemos tenido. Con las olas de frío hemos tenido que hacer salidas extraordinarias para repartir mantas y ropa de abrigo", relata May. Hace unas semanas, durante el temporal Emma, el Ayuntamiento habilitó el Baluarte de la Candelaria para que los sin techo pudieran resguardarse de la lluvia. Cabe recordar que la borrasca, además de los daños materiales en la ciudad, también supuso un demoledor desenlace para aquellas personas que pernoctan en los bajos del Balneario de la Palma, ya que la marea arrampló con todas sus pertenencias: ropa, cobertores y colchones.

Calor en la Noche recibe ayuda de los propios vecinos de la ciudad. "Son muchos los que vienen y nos dejan alimentos o zapatos. La semana del temporal llegó un usuario a desayunar con los tenis rotos, traía el pobre los pies chorreando, así que le apañamos con unos que nos habían dejado en la sede que más o menos le iban bien y pudo marcharse con los pies secos". En las mañanas, trabajando en el comedor, los voluntarios suelen ser personas más mayores, normalmente jubilados. Pero en los grupos de calle la edad responde a un abanico más amplio, desde los 18 en adelante. El de Mila, May, Pepa y Lola es un grupo familiar. Y es que son hijas y sobrinas de Manuel Mení, el presidente de la asociación. "Nosotras siempre hemos visto a nuestros padres luchar por esto, y ahora que ellos son más mayores recogemos el testigo". Y es que Calor en la Noche cumplirá 15 años de servicios el próximo mes de abril, y pretenden celebrarlo con una 'paellada' en La Salle para voluntarios, junta y usuarios.  

Calor en la Noche cumplirá 15 años de servicios el próximo mes de abril, y pretenden celebrarlo con una 'paellada' en La Salle.

Para algunos son rostros sin nombre, pero para este grupo de voluntarios son historias con apellidos. Como la de José, que con 50 años acaba de pasar de dormir en una celda a hacerlo en la calle. Ha salido de la cárcel después de 6 años, "en los que no he parado de trabajar en la cocina como un mulo", relata mientras se toma su café solo. José se crio en la calle San Juan, donde vivía con sus padres y sus once hermanos. "Mis padres ya murieron y también mis hermanos mayores, así que perdimos la casa. ¿Quién paga ahora 400 euros de alquiler por un piso más la luz y el agua? Para eso me quedo en la calle". Historias como la de Iván, un chico joven con problemas psicológicos que "responde siempre con una educación pasmosa", según cuentan las voluntarias. La de Paco, que tras morir su madre ya no tenía una casa a la que volver y se ha trasladado de las calles del centro hasta Santa Bárbara para "no estar solo". Como la de Sergi, que no sé sabe muy bien cómo vino a parar a Cádiz desde algún país del Este, pero que jamás lo sabremos porque es imposible llegar a entenderle. O como la de Carmelo, que siempre pide más tostadas, más café y más bocadillos, pero con una sonrisa. Historias que están a pie de calle y a las que todos hacemos oídos sordos. Historias que Calor en la Noche hace suyas cada día.  

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Estefanía Escoriza

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