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Un 14 de abril vio la luz. Muchos la esperaban, la celebraron, la aplaudieron por calles, plazas y condados. Corría el año 1931.

Cuando nació, su pequeño cuerpo distaba mucho del de un bebé. Sus ojos estallaban en cataratas cuando se abrieron por primera vez y sus huesos se sentían frágiles, como si hubieran sido articulados ya un puñado de millones de veces. Su piel estaba colmada de arrugas y carente de cualquier recuerdo de elasticidad. Nació vieja. Nació cansada. Como en el relato de Fitzgerald y en la película de Fincher, hablamos de alguien muy especial, una recién nacida pero anciana que despertó disputas, alegrías y desvelos. Hablamos de ella, de la que tantos y tantos echamos de menos sin haber conocido, de la que hemos aprendido a añorar o a desmitificar según nos sople la bandera. De la que nació para morir pronto. De la que nacerá mañana.

Un 14 de abril vio la luz. Muchos la esperaban, la celebraron, la aplaudieron por calles, plazas y condados. Corría el año 1931. Su llegada fue también dolorosa, temida y una afrenta para millones de españolitos. Como hizo el señor Button, muchos habrían deseado lanzar ese engendro a las profundidades de un río, abandonarla a su suerte y dejar que muriese de éxito o de pena poco después de nacer. Nada fue fácil para ella, su vida estuvo repleta de sobresaltos y peligros, pero también de logros, gestas y sueños cumplidos. Vivió cinco años en paz y tres más en guerra, aunque la paz no fuera paz y la guerra fuera mucho más que una guerra. La mataron un desalmado y sus secuaces, pero cuando cerró los ojos, estaba ocho años más joven.

Mañana es su cumpleaños. Cumpliría 87. Sería una viejecita entrañable con aspecto de quinceañera. Nació cansada y vieja porque a la mitad le dolió parirla y a la otra mitad le dolió perderla. Nació débil y moribunda porque sabía que jamás lograría la confianza de todos, porque fueron miles los que desearon acercarse sigilosos a la cuna y asfixiarla mientras dormía. Murió quizás de pena, quizás de rabia, porque era especial. Otros dirían incluso que porque no era para nosotros. Era como un pequeño y extraordinario milagro brotado en el seno equivocado. No murió, la mataron. Si la hubieran dejado vivir, ahora quizás tendría más vitalidad y frescura que nunca. Quizás, la pequeña Benjamina Botones sería hoy una niña aventajada, próspera y feliz.

El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde difundió el último parte de una guerra cruenta, fratricida y aniquiladora. Y con él, el asesinato de la joven anciana Benjamina y sus botones. Se marchó como vino: haciendo ruido y colmada de inquietud. Menos mal que nacerá mañana, que volverá a nacer ya entrada la primavera para acercarse a los noventa, para acercarse a su despertar.

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Jorge Miró

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