El día en que una indignada Manuela Vargas se plantó, a finales de septiembre, por primera vez, frente al hotel Tierras de Jerez reclamando el salario que le adeudaban —más de 31.000 euros— seguramente no fuera consciente de que iba a protagonizar una de las acciones sindicales más heroicas de la historia moderna de Jerez.

Esos primeros días había desesperación y hartazgo en el rostro de una Manuela que seguramente nunca quiso llegar a tal punto. Por fortuna, también había esperanza; se vislumbraba en su mirada una extraña mezcolanza de fuerza e inocencia. Hablabas con ella, tan espontánea como es, y solo salían de su boca palabras de lucha, agradecimiento —al apoyo que iba recibiendo— y justicia. Transmitía esa calidez que solo desprenden las personas humildes.

Pronto se hizo conocida en los alrededores de la plaza de Las Angustias (curioso nombre, irónico destino) donde los viandantes, sobre todo las personas mayores que acudían al centro de salud, charlaban con ella. Se hizo un hueco en sus corazones. Manuela se convirtió con el tiempo en un atrezo más de Las Angustias, como el monumento al malogrado aviador Juan Manuel Durán González, como las sempiternas y ruidosas paradas de autobús, como la pequeña capilla que allí se ubica.

Su silla de playa y su pancarta ("Hotel Tierras de Jerez no paga a sus trabajadores", rezaba) pasaron a formar parte del imaginario colectivo de la vecindad.

Hasta allí fueron a apoyarla, a lo largo de estos 146 días de protesta, asociaciones de barrio (el Corral de San Antón), sindicatos (CNT, CGT y CCOO), colectivos feministas de Jerez y de la provincia, varios partidos políticos de izquierdas (Ganemos, Podemos e IU) e incluso un colectivo de kellys llegadas desde distintos puntos de España.

Nada de esto hizo mella en un patrón que se decía sin blanca pese a administrar otros negocios; fue un empresario que aseguró varias veces a Manuela que iba a pagarle pero luego nunca lo hacía. Ni le pagaba a ella ni a otros trabajadores del hotel. Actuaba como un día más en la oficina, sin el reproche de ningún representante de la patronal o del sector turístico y el silencio sepulcral de los partidos políticos conservadores.

Pero Manuela persistía

Pese a las adversidades, a la mella psicológica que deja a cualquiera tal situación, pese a las habladurías, pese a que muchos no creyeron que llegaría a ninguna parte, a los que sentían vergüenza, pese al clima enrarecido con otros compañeros, pese a la lástima con la que se le miraba, Manuela seguía ahí, perenne, combativa, finalmente indomable.

Manuela movió bien sus fichas y visibilizó su caso: en lavozdelsur.es, en la Ser, en Canal Sur y en otros medios provinciales. Incluso fue entrevistada en medios nacionales y caricaturizada (para bien) en las páginas de El Jueves.

Llovía a mares y ahí estaba ella, bajo ese plástico a modo de chubasquero que se fabricó. Hacía un frío de justicia mientras la veíamos grabar vídeos para su perfil de Facebook con bufanda y guantes. A menudo cruzaba la calle para calentarse con el sol, pues en la acera del hotel siempre da la sombra. Se vistió de Mamá Noel, organizó con otras mujeres cafelitos-protesta, cantó un villancico reinvindicativo, bailó, sonrío, lloró (y mucho) de impotencia…

Finalmente, tras durísimos tiras y aflojas, Manuela anunciaba en su Facebook, con voz entrecortada, que la pesadilla había terminado. Que le habían pagado. Le dedicaba el logro a su amiga Paqui, y lo hacía portando un gorro de color morado. Manuela quizás nunca escuchó hablar del término sororidad, pero su caso es el ejemplo perfecto del significado de una palabra que ya recoge la RAE y que hace alusión a la empatía y solidaridad entre mujeres en su lucha por la igualdad.

En unos tiempos laborales abyectos, el caso de Manuela Vargas se erige como un halo de esperanza para los trabajadores y las trabajadoras que procuran dignidad. Comenzó esta lucha sola porque así nos quieren desde arriba; solos, enfrentados, individuales, navegando a contracorriente. Pero Manuela no desfalleció; formó, con tesón, simpatía y constancia, una red de apoyos tan increíble como portentosa.

Manuela pudo porque lo hizo acompañada y pudo porque sabía que tenía razón. Conquistó sus legítimos derechos laborales y dejó escrita una página entrañable en nuestras retinas. Es historia viva de Jerez.

Manuela pudo con todo.

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Alejandro López Menacho

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