Rosa Sauci, la bisabuela jerezana de 100 años: "Tengo tres amigos: Dios, el silencio y la soledad"

La veterana, nacida en 1918 y huérfana desde los 5 años de edad, vive sola desde que falleciera su marido en 1999 y sigue dedicándose a su gran pasión: la costura y el bordado

Un detalle de las manos de Rosa. FOTO: MANU GARCÍA.
Un detalle de las manos de Rosa. FOTO: MANU GARCÍA.

Vive en La Serrana, en un bloque con dos puertas. En la grande, la que apenas abre, hay una plaquita dorada donde aparece el nombre de su difunto marido: Antonio Pérez de Cos. "Él se fue en 1999, le faltaban tres meses para conocer el milenio...", expresa Rosa con una nostalgia de las que se palpan. "Él sigue aquí, está aquí", murmura mientras acaricia su nombre.

No le ha faltado el dinero, pero sí una familia. Quizá es por eso que a lo largo de su vida se ha encargado de formar la suya propia. A sus 100 años, Rosa Sauci Sánchez tiene cinco hijos —uno ya fallecido—, 15 nietos y 12 bisnietos. Nacida el 21 de junio de 1918 en el barrio de San Marcos, se quedó huérfana con tan solo 5 años de edad. Su madre se fue por una pulmonía, su padre, "no lo sé, sé que murió", expresa mirando al suelo. La pequeña de cinco hermanos solo llegó a conocer a dos de ellos: Antonio y María Pepa. "Una de mis hermanas murió con 18 años por tuberculosis. Recuerdo que entonces en la calle San Blas había cuatro o cinco muchachas de 16 a 19 años muertas por la infección, casi a diario".

Hasta los 16 años la crió su abuela Rosa, a la que llamaba cariñosamente mamá Rosa. "La recuerdo muy guerrera, como yo", incide, al tiempo en que continúa: "Somos la misma estampa, ella murió con un siglo y siete años. Y yo..., bueno, no sé, tengo mi memoria muy bien, tengo todo bien", ríe.

Rosa señalando una foto donde aparece con su marido y sus cinco hijos. FOTO: MANU GARCÍA.

De familia pudiente, jamás pasó hambre. Su abuelo poseía varias viñas, entre ellas: Nuestra Señora de la Viña, de camino a Sanlúcar, La Niña del Caballo, por el camino de Rota, o La Canariera. "Pasé muy buena infancia, mis tíos eran muy buenos y me llevaban en una tartana muy grande a la playa. Entonces no había camiones, nada más que carros", comparte. Tampoco le faltó una educación. "Mamá Rosa se encargó de que yo fuera al colegio, a las Carmelitas", donde residió desde que su abuela muere en 1934 hasta que se casa con Antonio en 1945, a los 27 años de edad.

Allí, con las monjas, fue donde aprendió su pasión: "las labores", bordar, coser, tejer... "Cuando yo tenía 12 años había un obrador donde se bordaba en oro aquí en Jerez. A mí me gustaban mucho las labores. Terminaba la clase de estudio y me iba arriba a bordar con las Carmelitas, ahí es cuando empecé como aprendiz". Trabajó de ello, sí, pero no de manera remunerada. "No hacía falta que yo me colocara a trabajar", confiesa. "A mí me lo pagaba todo la condesa de Puerto Hermoso, el internado, vestidos cuatro veces al año... Ella se hizo cargo de mí porque mi padre se lo pidió: El día que yo falte, Carmen, a mi hija, trátala bien, que no le falte lo necesario".

Rosa Sauci cosiendo un penitente de la Borriquita en miniatura para uno de sus nietos. FOTO: MANU GARCÍA.

Al entrar en su casa, a la izquierda todavía conserva el despacho de su marido: con sillones verdes antiguos, un ordenador cabezón de sobremesa y un teléfono rotatorio de los 70. A la derecha, una entrada que da paso al salón, repleto de recuerdos: cuadros de Antonio saludando al Rey emérito, él y su hijo vestidos de la hermandad de la Borriquita de Jerez, la familia al completo celebrando las bodas de oro o el siglo de Rosa. Muchas fotografías de su familia, de sus seres queridos, pero pocas de ella. Rosa se sienta en uno de sus butacones, flanqueada por el retrato de su difunto marido y varias imágenes religiosas.

Hermana de la Borriquita de Jerez desde que era una cría, es muy creyente. No es solo cofrade. Reza sus rosarios a diario. "Para mí Dios es una cosa muy grande, muy buena, que me protege espiritualmente", explica. "Pido mucho por mis nietos, por los que están fuera. Ella –señala a una de sus nietas presentes durante la entrevista— solita allí, y este —otro de sus nietos— que estuvo en Barcelona y ahora está en Atocha, más cerquita...".

Rosa, camino de los 101 años, no le faltan visitas, salidas o llamadas en la semana. Pero confiesa que, desde que perdió a su marido, a veces se siente sola. "Tengo tres amigos: Dios, el silencio y la soledad..., y no me dejan. Yo sé que tengo la soledad encima, y el silencio igual". Dice que estos amigos le acompañan en muchos momentos del día, pero que es una soledad a ratos. "Somos una familia muy grande y venimos a verla muy a menudo", comenta una de sus nietas. "Y siempre que viene alguien de visita, no se puede ir de vacío, sin tomar nada", manifiesta otro de ellos. Es por eso que su nuera Blanca trae una bandeja de la cocina, con un plato repleto de queso y chacina, y catavinos. Luego, va a por las dos botellas de la casa: Tío Diego y Tres Cortados, ambos de Valdespino, bodega que Antonio dirigió durante años.

Algunos de los saquitos bordados a mano por Rosa. FOTO: MANU GARCÍA.

De la Guerra Civil, cuenta bien poco. La vivió junto a las Carmelitas, en San Marcos. Tan solo recuerda que durante la guerra el panadero le traía la telera escondida en el burro. "Tome Doña Rosa, no se preocupe, ya me pagará", le decía, con el miedo en el cuerpo, y ya alejándose. Fue en el mismo año del estallido de la Guerra Civil cuando conoció a su marido Antonio, en la Escuela de San José. "Lo vi por primera vez cuando desfilaba con la Falange. Pero él fue quien me buscó", aclara, altiva. "Estuvimos hablando nueve años, y me casé a los 27", prosigue.

Antonio Pérez de Cos, director de Valdespino durante años, también llegó a ser uno de los 21 concejales de la alcaldía de Miguel Primo de Rivera y Urquijo en Jerez (1965-1971), impuesta por Franco, junto a otros conocidos bodegueros como Carlos González Rivero, César Pemán y Andrés Contreras Salido, de González Byass; Antonio Morenés, que trabajaba en Garvey; Salvador Díez, en Díez Lacave; así como Beltrán Domecq y Lorenzo Caro Muñoz, en Williams.

Rosa, que siempre fue vecina del casco histórico, recuerda que su marido compró un piso en La Serrana "pensando que esto iba a quedar en el centro". "Yo le decía, Antonio, que parece que voy a quedar presa, con tantos militares por aquí", en referencia al antiguo cuartel Fernando Primo de Rivera, conocido como 'El Tempul', a escasos metros de su actual residencia. Fue allí donde criaron a sus cinco hijos: Antonio, Alfonso, Ángel, Álvaro y Rosa María. "A mí me tiene que dar una medalla Franco..., todos los hombres que le estoy dando a la patria", se decía a sí misma. Desde entonces, Rosa se ha dedicado a educar, pintar, coser, bordar... Ella, que siempre ha sido muy autónoma, a sus 100 años, todavía es capaz de hacer de todo.

Rosa Sauci durante la entrevista, rodeada de tres nietos y de su nuera Blanca. FOTO: MANU GARCÍA.

"Vivo sola desde 1999", dice orgullosa pero apená, mientras se atusa la falda bajo las rodillas. "Tengo una muchacha que viene a limpiar..., y se acabó. ¿Quién me va a cuidar a mí?", dice casi ofendida. "Ella es muy independiente", espeta su nuera. Rosa sale con las amigas, almuerza los domingos en casa de su hija Rosa María, visita el campo de olivos de uno de sus hijos... Ella solita se hace sus mandaos, se sienta a bordar saquitos para su familia, o a coser penitentes personalizados en miniatura para sus nietos.

Rosa no toma ningún tipo de medicamentos. "¡Estoy como un longines!", suele decir. "Cuando los médicos ven mis análisis me preguntan por mi truco, quieren saber cómo me mantengo así", sonríe. Dice que para ella la clave es cenar poco: una pieza de fruta, unos piquitos, una medianoche... En su día a día se levanta sobre las ocho de la mañana y se suele acostar cerca de las dos de la noche: "Me voy a la cama cuando tengo sueño, si no, no". Coqueta, se arregla a diario. Y abandonó el luto cuando un cura le dijo que empezara a vestir de blanco. "Ahora estoy como Lola Flores", dice con alegría abriéndose la chaqueta de estampado floral. En definitiva, Rosa dice que, casi con 101 años, a la vida le pide que siga tal y como está. Pero claro, "yo, lo que me dé Dios".

Sobre el autor:

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Claudia González Romero

Periodista.

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