Encima del caballo va solo ella, Flore Espina (Couvet, Suiza, 1985), pero para llegar hasta ahí, se ha tenido que dar un trabajo colectivo que va desde su madre, que cuida a su hijo de diez años cuando sale a competir, hasta sus patrocinadores, su entrenador y sus amigas, que la acompañan en sus largos viajes.
“En este mundo a veces tan individualizado, compruebo que si no fuera por la generosidad de mucha gente, no iría a ningún lado”, comenta Espina. Eso por no hablar de que “por muy buena amazona que seas, si no tienes caballo y no tienes dinero para moverlo, no haces nada”.
La amazona suiza-española lleva montando a caballo desde los cuatro años, pero no fue hasta después de un desgraciado accidente por el que perdió la pierna izquierda, cuando empezó a participar en campeonatos. Ahora tiene una meta clara: conseguir plaza para los Juegos Paralímpicos de París 2024 en la categoría de doma paraecuestre o paralímpica.
Flore Espina nació en Suiza, pero lleva justo la mitad de su vida en España.Su padre es sevillano. Su madre, suiza. Ella vive en El Palmar, pero pasa las horas entrenando en el Club hípico Roche, en Conil, con su caballo D’Artagnan.“Todavía tengo una parte suiza, sobre todo la organizativa, que me viene muy bien”, comenta. “Trato de guardar lo mejor de cada lugar”.
Aunque podía hacerlo por España, competirá con Suiza. La tramitación de su nacionalidad se demoró demasiado y optó por su país de origen. “Hubiera sido más lógico competir por España, pero al final las cosas siempre pasan por algo. Empecé con Suiza y mi principal sponsor fue suizo. De hecho, me compró el caballo. Fui a por él y lo elegí”, cuenta.
A la amazona, como ella misma dice, le pasan "cosas extraordinarias, para bien y para mal". Como quedarse sin caballo, por fallecimiento, pedir ayuda en redes sociales, y que un patrocinador suizo la contactar para comprarle uno. "Ni siquiera conoce al caballo, lo elegí yo y me lo traje de Barcelona en un coche rotulado con mis patrocinadores, y un remolque", recuerda.
Con D'Artagnan lleva más de un año entrenando casi a diario y viajando a distintas competiciones, tanto nacionales como internacionales. “Para ir a los Juegos tienes que ganar una plaza por tu nación. Suiza no tiene equipo, solo deportistas individuales”, explica Espina. Para contar con equipo hay que tener deportistas de los grados de discapacidad más severos —uno, dos o tres—. En su país, hay tres de grado cinco, el de menos nivel de discapacidad, por lo que optan a una única plaza, que se disputan entre ellos.
Eso sí, “cuando ganas una plaza no la obtienes como deportista, sino para tu nación. Si cuando lleguen los Juegos Olímpicos hay otro deportista en mejor forma, lo mandan a él”, agrega la amazona, que entrena muy duro para ser ella la elegida. “Para entrar no solo tienes que ser bueno, tienen que ser excelente”. Y en esas anda, buscando la excelencia cada día.
Al menos cuatro horas pasa cada jornada en la finca Cerrillo, donde vive D’Artagnan junto a otros caballos. En el picadero anexo a su cuadra, cabalgan juntos con el sueño de París entre ceja y ceja. Mientras habla con lavozdelsur.es, se va preparando para montar a su compañero de fatigas, para estirar las patas. A las mallas y el polo, conseguido gracias a patrocinadores, suma las botas, hechas a medida por Abraham Zambrana, para ajustarse perfectamente a su pierna ortopédica. Una vez puesto el casco, está lista para cabalgar.
"No vivo de esto; aunque no me cuesta dinero"
A pesar de que Flore Espina es una de las mejores amazonas de doma paraecuestre, no se puede decir que viva de su gran pasión. “Soy semiprofesional, pero no me da dinero”. Se da por satisfecha con “pagar los gastos y que no me cueste nada”. No es baladí, teniendo en cuenta que competir durante una temporada cuesta entre 30.000 y 40.000 euros.
“En cualquier disciplina hay premios en metálico, pero aquí te dan las gracias y con suerte”, expresa Espina. Eso, cuando llevar al caballo a un campeonato internacional le cuesta unos 7.000 euros, es un hándicap importante. "No es rentable, ni aún siendo de las mejores", lamenta. A lo que suma la dificultad añadida de desplazarse siendo una persona con discapacidad.
"Sería más fácil estar en mi el sofá de mi casa viendo una peli que montarme en un caballo de competición. Hay que estar muy enamorado de este deporte y tener muchas ganas y mucha fuerzas", sostiene. "A mí me mucha fortaleza física y emocional", incide. Montar a caballo la ayuda a "poner al cuerpo en su sitio", a mantener la muscultura y a sentirse viva: "Donde no me llevan las piernas, me llevan las patas del caballo".
Mi equipo soy yo
Cada vez que Flore Espina tiene a la vista una competición, comienza a encajar piezas del puzle. Lo primero que hace es llamar a su madre, que se desplaza desde Suiza para quedarse con su hijo, de diez años. Luego, elabora el plan de viaje hasta el lugar del certamen.
"Ser deportista de alto nivel y madre soltera es complicado", recalca. "No tengo equipo, al caballo lo preparo yo", cuenta Espina. Para cuando llega al campeonato en cuestión, lleva a la espalda un buen número de kilómetros y el cansancio propio de los madrugones que se pega para que D'Artagnan esté a punto.
Cuando la visita lavozdelsur.es, está a punto de ir a Italia, a un campeonato internacional que se celebra en Ornago, en la provincia de Monza, hasta donde hay más de 2.100 kilómetros desde Conil, que recorre por carretera. Con D'Artagnan y alguna amiga que la suele acompañar para turnarse conduciendo, hace el largo trayecto hasta la sede de la competición, realizando paradas para que su caballo estire las patas cada poco.
D'Artagnan es un caballo hannoveriano, de sangre templada, originario de Hannover (Alemania), al que Flore tiene que exigirle para que trabaje, pero tiene unas condiciones físicas que lo convierten en un compañero ideal para competir. "No tiene tanto corazón como el caballo español", incide la amazona, "no le gusta trabajar, pero una vez que empieza a cabalgar exige el 100% de ti".
Una pierna amputada a un mes de empezar la carrera
Flore Espina ha pasado los veranos de su infancia en la costa gaditana, concretamente en Conil, donde tuvo claro desde muy pequeña que quería vivir. Poco después de cumplir la mayoría de edad, hizo realidad su anhelo.
Pero apenas un año y medio despúes de llegar a España, a los 21 años, se vio involucrada en un accidente que le truncó sus planes de futuro. Un coche se saltó un ceda del paso y chocó contra la moto en la que circulaba Flore, que sufrió una fractura abierta de tibia y peroné en la pierna izquierda.
La herida, por la larga espera que tuvo que soportar en la sala de urgencias del Hospital de Puerto Real, se gangrenó. Después sufrió un fallo multiorgánico y estuvo 40 días ingresada en la UCI del Hospital Puerta del Mar de Cádiz, donde le amputaron la pierna a la altura de la rodilla.
A un mes de empezar la carrera de Veterinaria, Flore Espina se vio sin pierna y ante un largo proceso de recuperación. A base de morfina y con la ayuda de dos muletas se comenzó a mover los primeros meses. Luego, gracias a la pierna ortopédica de la Seguridad Social, la primera que tuvo. Una "pata de palo", como la llama ella, compuesta por una barra de hierro protegida con espuma.
"Durante 15 años he andado con esa prótesis". Ahora tiene la "suerte" de tener tres piernas ortopédicas, porque es embajadora de una marca, y utiliza cada una según esté entrenando o haciendo vida diaria. Ya no son de "palo", sino que le permiten mucha más libertad de movimientos. El pie, por ejemplo, bascula para adaptarlo al estribo del caballo.
El futuro: la veterinaria
Diez años después de estar a punto de empezar la carrera de Veterinaria, cuando tuvo el accidente, Flore Espina pudo cursar los estudios que siempre quiso. A su llegada a España, se puso a trabajar para pagarse la carrera. "Cuando ahorré un poquito me matriculé en la universidad, pero iba a entrar en septiembre y entonces me pegué la piña", recuerda.
Durante la carrera, se especializó en neurología —"es la rama que me gusta"— y no descarta dedicarse a ella una vez que termine su etapa como amazona paraecuestre.
"El amor por los animales lo tengo desde siempre", dice Espina. "Mi idea inicial era especializarme en caballos, pero es verdad que a medida que va pasando el tiempo, ves las limitaciones, porque cuando tratas con animales que tienen problemas, son agresivos, y no es lo mismo un gato o perro que un caballo que pesa 600 kilos".
Una vez que pasen los Juegos Paralímpicos de 2024, quiere ejercer el oficio. Para cuando llegue ese momento, espera haber cumplido su sueño.
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