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#PSICOLOGÍA ¿Es sano no desesperarse creyendo en la Esperanza?

"La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento de los hombres". En esta expresión de Friedrich Nietzsche podemos interpretar el concepto de esperanza como algo nefasto que trastorna a la humanidad. Aunque de alguna manera, todavía entrevemos cierta justificación para que el ser humano se levante y reaccione ante dicho pretexto. La Esperanza se podría definir como el sentimiento de confianza de un individuo que ansía un logro o deseo futuro (a pesar de ser consciente de esa imprevisibilidad lógica que nos aporta la experiencia) como si realmente  mereciera la pena, creyendo así en la posibilidad de realización de su deseo por medio de su entrega al destino incierto. Así la Esperanza podría servir para no desesperarse.

¿Es sano no desesperarse creyendo en la Esperanza? Siempre se puede creer en que hay algún poder superior al que recurrir para pedir ayuda cuando se tienen graves problemas, pero si realmente lo que queremos es asegurarnos resultados productivos, más vale que empecemos por centrarnos en uno mismo, o sea, en mis cualidades y capacidades, en confiar en mí, ya que sin duda, la mejor manera de saber lo que es bueno o malo para mí, es experimentar, porque la experiencia implica acción y tener inquietud por algo me va a motivar para actuar.

Poniendo los pies en tierra, prácticamente nada dura para siempre y pensar que no podemos afrontar las adversidades sólo nos convierte en personas menos capaces de manejarlas. Y es que probablemente la adversidad vence a mucha gente porque ésta se entrega, se deja someter. Dejarlo todo en manos de la Esperanza, de que el tiempo pase, tener fe en que todo irá mejor, limita nuestras inquietudes e ingenio a la hora de encontrar formas de afrontar y solventar las circunstancias para conducirnos a otro nivel de razonable bienestar.

Imaginemos un inmigrante (y aquí aparto a Ronaldo o Messi del saco…que parecen de otra dimensión… ¡hasta hacemos la vista gorda ante sus travesuras fiscales!) al que le obstaculizan con una valla kilométrica de considerable altura para frenarle en sus esperanzas de conseguir otra vida mejor, o un estudiante que, terminada su carrera y al no encontrar trabajo, se entrega a seguir en su habitación delante de su ordenador repitiéndose: no puedo hacer nada, confío en tiempos mejores para que todo me llegue como quiero; o ese matrimonio, que lleva años en un pozo de incomunicación y no hacen nada para mejorar la situación creyendo que la vida es así, que aún queda esperanza para ese restablecimiento familiar.

Asumir riesgos puede ser mucho más peligroso que simplemente pensar en arriesgarse. Sin embargo, arriesgarnos nos va a permitir aprender mucho más de la situación y a estar completamente seguros del verdadero peligro que puede conllevar, en lugar de aterrorizarme con mis propias fantasías negativas. Es evidente que las cosas malas existen, pero eso no quita que pueda luchar por mejorar las cosas para mí y los demás. Reflexionado así, podríamos distinguir entre dos tipos de Esperanza: La Activa y la Pasiva.

Hablaríamos de una Esperanza activa cuando el individuo se moviliza, realiza actos para no acomodarse en la desidia que depara el destino. Tomemos conciencia y reconozcamos que la acción muchas veces genera inspiración y la inactividad más inactividad.

Arriesgarnos nos va a permitir aprender mucho más de la situación y a estar completamente seguros del verdadero peligro que puede conllevar, en lugar de aterrorizarme con mis propias fantasías negativas

Una Esperanza pasiva sería aquella en la que nos vislumbramos en un futuro mejor porque nos entregamos a un destino de posible optimismo, sin garantías de realidad, y con el riesgo de que  mientras el tiempo pasa y pasa, podemos perder el sentido de nuestro objetivo, adentrándonos en una especie de anestesia mental donde ya sólo nos queda no desesperanzarnos mientras permanecemos en el acomodo de la Esperanza.

Sin querer podemos construirnos esta trampa, hasta que una vez dentro de ella, sentir no estar en condiciones de salir por uno mismo. Como decía O. Wilde, "La mayoría de las veces, con las mejores intenciones obtenemos los peores resultados". Poner en práctica una Esperanza Activa hará que mis acciones influyan en mis pensamientos y emociones, tanto, como estos influirán sobre las primeras. Emprender con fuerza y entusiasmo actos para resolver o mejorar los problemas, servirá para demostrarnos que podemos soportar los aspectos irremediables que tengamos. Esta será  la mejor prueba de reconocer que somos capaces de manejarlos y vivir con las dificultades que escapan a nuestro control.

Recuerda, la acción conduce a la experiencia; la pasividad al aburrimiento. Tomar iniciativas en relación al futuro probablemente te convierta en algo mejor, te permitirá estructurar tu vida, y por tanto estar menos excesivamente preocupado por esta. Hay un cuento, titulado El portero del prostíbulo (J. Bucay), donde se contempla el ejemplo de cómo ante la adversidad, las personas tenemos la capacidad de progresar íntegramente en muchos de los aspectos importantes de la vida, por lo que desde este espacio,  recomiendo tenerlo en cuenta como conclusión a todo este ensayo reflexivo.

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