La aventura de ser médico rural: "Aquí ejercemos 24 horas al día"

Una visita a la Sierra gaditana para conocer cómo trabajan dos facultativos en las poblaciones de Grazalema y Benaocaz: "La proximidad que tienes aquí con el paciente no la encuentras en una ciudad"

Consultorio en la Sierra de Cádiz, en una imagen de archivo. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Consultorio en la Sierra de Cádiz, en una imagen de archivo. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Primeros de enero en Grazalema. Día entre semana. El pueblo, uno de los más bonitos de España, como así fue designado en 2016 y como recuerda un cartel a su entrada, respira del bullicio de turistas que lo pobló en navidades y que lo abarrota cada sábado y domingo. En el aparcamiento situado junto al mirador del tajo, hoy poblado de plazas vacías, un jardinero se toma un descanso previo a seguir con sus trabajos de poda. Un frío intenso nos acaricia el rostro al bajarnos del coche, para que no olvidemos que estamos en pleno corazón de la Sierra gaditana. Bajamos la calle de las Piedras hasta la plaza del Ayuntamiento. No se oye más que el sonido de algún pájaro. Aquí el estrés debe ser una palabra desconocida, o al menos eso nos parece. Los motivos navideños todavía decoran la plaza, que hoy tampoco está llena de veladores con turistas degustando los platos típicos de la serranía de Cádiz. En su lugar, tres niños juegan a la pelota para combatir el frío.

Grazalema, aunque no ha dejado de lado la actividad agropecuaria, hace años que vio en el turismo rural una fuente de riqueza. De eso se benefician multitud de vecinos, que alquilan casas o que han abierto bares y restaurantes sabedores de que, sobre todo en invierno —y más cuando nieva—, el pueblo atrae a miles de turistas no solo de la provincia, sino de toda España e incluso del extranjero, para hacer senderismo, montañismo, bicicleta o simplemente para disfrutar de las maravillosas vistas y de la gastronomía local.

Todo ello también repercute en el trabajo de Alberto Luna, cordobés de Pozoblanco, 44 años y especialista en medicina general y comunitaria, lo que viene siendo popularmente un médico de familia. Lo pillamos desayunando en uno de los bares vecinos del Ayuntamiento. A pesar de la hora que es, pasadas las 10 de la mañana, el doctor degusta su tostada con tranquilidad. ¿Sería posible algo así en Jerez o Cádiz, donde los centros de salud están hasta arriba de pacientes? Parece que no, pero él mismo nos responde a esa pregunta. Aquí, explica, tienen una especie de acuerdo formal por el cual, si él puede estar a veces disponible las 24 horas para sus vecinos, ellos pueden también esperar un poco a ser atendidos si es que el doctor tiene que tomarse un merecido descanso.Alberto, que vive en la cercana El Bosque, aunque recientemente acaba de comprarse junto a su pareja otra vivienda en la propia Grazalema, lleva 12 años como médico en el pueblo, una “plaza complicada”, aunque uno pudiera pensar lo contrario. De hecho, hasta que arribó al consultorio local pasaron varios compañeros que apenas duraron en su puesto unos meses. “Los pacientes me preguntaban si iba a ser el definitivo”, recuerda. Y es que, ya no es solo el hecho de vivir en un pueblo pequeño —algo que no muchos soportan— ni las distancias que hay que cubrir, también lo es el hecho de tener un cupo de pacientes mucho más elevado que el de cualquier médico de familia en un centro de salud de una ciudad. Así, mientras que en estos el cupo por facultativo es de 1.500, aquí Alberto lidia con los 2.000 vecinos de Grazalema más aquellos visitantes que, de vez en cuando, necesitan atención médica relacionadas con el senderismo —esguinces y fracturas—, el ciclismo —caídas—o por cualquier otro motivo. Pero a todo esto, además, hay que sumarle el llamado cupo TAE, la Tasa Ajustada por Edad. Como la mayoría de pueblos de la Sierra, la población de Grazalema está muy envejecida, lo que hace que sus pacientes requieran mayor atención.

Aun así, Alberto siempre ha querido ser médico rural. Si bien hizo la especialidad en Puerto Llano, su primer destino fue Alcalá del Valle. Luego, al conocer a su pareja, grazalemeña, pidió el traslado a la localidad serrana. Y por muchas comodidades que puedan tener otros colegas en centros de salud de ciudades más grandes, si por él fuera no cambiaría nunca su condición de médico rural. De la misma opinión es Marian Algarra Ríos, ubriqueña de 50 años y vecina de esta localidad, que lleva doce ejerciendo en Villaluenga y Benaocaz. Sus primeros ocho años de profesional los pasó entre Sevilla y Valencia, pero afirma que “la balanza, al cien por cien, cae del lado de la zona rural”.

"La proximidad que tienes con el paciente no la encuentras en una ciudad y, a la postre, esta es la verdadera medicina familiar"

Como Alberto y Marian, hay unos 22.000 médicos trabajando en los aproximadamente 8.000 municipios de menos de 15.000 habitantes que hay en España. A muchos de ellos, su condición de médico rural les viene de familia, caso de la ubriqueña. Antes que ella lo fueron su padre y su abuelo. Este último, explica la facultativa, iba con un burro por la Sierra, de pueblo en pueblo atendiendo a los enfermos. Toda una aventura propia de otra época. Y aunque los tiempos han cambiado, la sensación de ser la médico del pueblo, “la de todos, la del niño, el primo, el padre y el abuelo”, es la misma ahora que antes. “Esa proximidad que tienes con el paciente no la encuentras en una ciudad y, a la postre, esta es la verdadera medicina familiar y lo que me hace disfrutar de mi profesión”. Alberto coincide con Marian en este aspecto: “aquí se cuida más el trato con las personas y eso te hace ser más solícito y cercano. Además, tienes que ser un médico más resolutivo. En una ciudad, a lo mejor, pasas tres años sin ver una verdadera urgencia. Aquí rara es la semana que no tengo que atender a senderistas o ciclistas con una fractura”. Esta parte positiva tiene, por otro lado, aspectos que no lo son tanto. Por ejemplo, el ser consciente de que en cualquier momento del día puedes recibir una llamada de algún paciente, que alguno no esté satisfecho con el diagnóstico recibido —“aquí, eso de la segunda opinión médica no existe”— pero, sobre todo, sufrir casi como un familiar cualquier enfermedad grave o pérdida.En la zona rural, los avisos a domicilios son frecuentes. Hay que tener en cuenta que muchas de estas poblaciones, al estar asentadas en zonas escarpadas, están llenas de cuestas, lo que impide a algunos con movilidad reducida desplazarse hasta la consulta, algo a lo que se suma la mencionada mayor confianza entre paciente y facultativo. En cuanto a los medios que tienen disponible, ni Alberto ni Marian tienen quejas, aunque bien es verdad que, “de vez en cuando” echan de menos aparatos como “rayos X”, así como el helicóptero del 061 con base en Jerez —que solo funciona de mayo a finales de verano—, ya que si bien disponen de ambulancia, o en un caso extremo pueden echar mano de los helicópteros de Sevilla o Málaga, reconocen que el jerezano tardaría bastante menos en llegar y trasladar al paciente.

Una última pregunta nos asalta antes de despedirnos de los médicos rurales. ¿Son más sanas las personas que viven en el campo con respecto a las que lo hacen en la ciudad? “Las gripes y las enfermedades se pillan fuera. Ten en cuenta que la gente también se desplaza para hacer compras a Jerez, que es lo que tienen más cerca. Pero sí es verdad que aquí hay mayor longevidad”, señala Marian, que añade: “Y además, aquí al mayor se le tiene mucho más respeto. Mientras que en la ciudad se le arrincona en el último sitio, aquí tienen un lugar preferente en la casa”.

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Jorge Miró

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