Salvador vuelve a tener casa tras dormir en la calle en cinco ciudades distintas: "No te fías de nadie"

El hombre, de 52 años, se beneficia del programa 'Derechos a la vivienda’ que impulsan Hogar Sí y Provivienda, en una comunidad en la que hay 2.500 personas sin hogar más que hace diez años, una década en la que aumenta el número de mujeres y la edad de quienes duermen al raso

Salvador Manzano, antiguo sinhogar, en la terraza de la vivienda que comparte con dos compañeros.
Salvador Manzano, antiguo sinhogar, en la terraza de la vivienda que comparte con dos compañeros. MANU GARCÍA

Salvador tiene 52 años y hace unos 15 que viene alternando periodos de dormir bajo techo y, los peores, al raso en la calle. Ahora, para su tranquilidad, puede decir que es una buena etapa, porque se encuentra en un piso, que comparte con otros dos compañeros, en el Polígono de San Pablo de Sevilla.

"Aquí llevo tres meses, pero antes me informé de quienes eran porque hay mucha gente estafando y engañando", confiesa Salvador Manzano Rivera, quien a base de sufrir desengaños y periodos de sinhogarismo, se ha vuelto desconfiado. O precavido, según se mire. En su frase se refiere a Hogar Sí, la entidad que le facilita el piso, en el que convive con otros dos inquilinos a los que conocía de antes, lo que también le supuso una garantía. 

El piso en cuestión tiene el mobiliario justo. No hay mucha decoración. Salvador y sus compañeros tampoco tienen excesivas pertenencias. El salón lo componen un par de estanterías, semivacías —solo algunos libros—, una pequeña televisión, una mesa de comedor y unas cuantas sillas, además de un sofá. En su habitación tiene una cama, mesita de noche, armario y un espejo con borde de madera, todo de tonos amarillos. 

Entre albergues, casas de amigos, pisos de entidades sociales y la cruda calle han pasado los últimos 15 años de vida de Salvador, a quien el sinhogarismo lo visitó por primera vez hacia 2008. Desde entonces, ha pasado frío, noches lluviosas, ha sufrido robos y todo tipo de altercados. A pesar de todo, dice que ha tenido "suerte". Cuando ha pedido limosna —pocas veces, porque le da "vergüenza"—, lo han ayudado. "Será porque no tengo pinta de mala gente, hay quien me lo dice", señala. 

Salvador, como sus dos hermanos mayores, nació en Francia. De madre gallega y padre granadino, ambos emigraron y formaron una familia en tierras francesas, buscando una vida mejor. Allí estuvo el pequeño de los Manzano Rivera hasta la mayoría de edad, aproximadamente, cuando se instaló en Almería, donde tenían una vivienda. Pero cuando falleció su padre, a principios de los años 2000, se "descontroló". "No tenía ningún vicio raro, drogas ni nada, solo alcohol", puntualiza sin ser preguntado, por el estigma que rodea siempre a estas circunstancias.

Cuando su madre supo que, en el piso de Almería, metía a inquilinos sin su consentimiento, le quitó las llaves y se tuvo que buscar la vida fuera. Ahí empezaron sus dificultades para tener acceso a una vivienda digna. Su primera experiencia durmiendo en la calle fue en Málaga, pero también lo ha hecho en Cartagena, Almería, Granada o Sevilla. Con el dinero que sacaba durante los periodos que trabajaba en el campo o vendiendo chatarra, las etapas peores, podía comer, pero no pagar un alquiler.

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Salvador, sentado en su cama.  MANU GARCÍA

"Yo me crié en el campo, siempre con mi padre, que tenía un huerto", rememora Salvador, al que la faena agrícola nunca le "asustó". Hasta que llegó un momento en el que su cuerpo le dijo basta. Ha llegado a trabajar jornadas maratonianas que empezaban a las cinco de la mañana y terminaban cerca de las once de la noche. "Caía en redondo, ni me duchaba, ni comía", recuerda. También, desesperado, ha ejercido de aparcacoches, pero lo llegaron a multar cuatro veces. Hace poco ha terminado de saldar la deuda que le faltaba, ya con recargo por el retraso en el pago. 

Su último empleo, hace cinco años, fue en una cooperativa agrícola, no tan exigente físicamente, pero también perjudicial para su maltrecha espalda. "No puedo esforzarme, como no sea trabajando sentado o mitad de pie, mitad sentado, no puedo hacer nada", incide Salvador. Con sus escasos estudios —dejó el instituto tras cumplir la etapa obligatoria, aunque empezó una especie de grado medio de pintura—, no se atreve ya ni a buscar empleo. "Me da vergüenza, sé que voy a hacer el ridículo". Una espiral de precariedad que tiene difícil salida, al menos sin ayuda. 

Hasta llegar al piso en el que vive ahora en Sevilla, Salvador ha pasado por numerosos albergues y por viviendas de entidades sociales, algunas vinculadas a la Iglesia. "Me prometían cosas que no cumplían; me hartaba de trabajar y no podía casi hablar con mi familia, ni ver el móvil... una vez estuve tres meses fregando platos sin parar", señala. Pero peor lo pasaba en la calle, donde tenía que elegir muy bien el lugar donde dormir, normalmente sobre cartones. "No te fías de nadie, siempre estás con miedo a que te roben o peguen", dice.

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Salvador, en la cocina del piso. MANU GARCÍA

"El sinhogarismo se puede erradicar"

"Básicamente, nosotros trabajamos acompañando a estas personas en los procesos de recuperación de su autonomía", explica Llum Cercós, técnica de Hogar Sí, en conversación con lavozdelsur.es. "Cada una tiene unas necesidades distintas y nosotros nos adaptamos a esas necesidades que vayan surgiendo", añade.

El programa del que se benefician Salvador y sus dos compañeros se llama Derechos a la vivienda, y está impulsado Hogar Sí y Provivienda con la financiación del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 a través de los fondos Next Generation. "Queremos impulsar cambios en el sistema de respuesta tradicional al problema del sinhogarismo: pasar de la atención en grandes centros y albergues a la atención en viviendas en comunidad", reseñan estas entidades.

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Llum Cercós, técnica de Hogar Sí, escuchando a Salvador.   MANU GARCÍA

Con el método housing first se les proporciona viviendas asequibles y permanentes, ofreciéndoles apoyo social y de salud de carácter intensivo. Con este método, el 96% de las personas mantienen su vivienda o alojamiento autónomo 18 meses después; y ellos mismos aseguran que el dolor, la ansiedad o la depresión disminuyen.

"El otro objetivo principal del programa es que los recursos de la red de atención a personas sin hogar transiten a otra forma de trabajar, es decir, que se nutran de esta metodología", explica Cercós. Estas entidades sostienen que "el sinhogarismo se puede erradicar y podemos conseguir que nadie viva ni muera en la calle", todo ello "dejando los albergues para la emergencia y apostando por la vivienda como elemento prioritario en el proceso de inclusión".

Más personas sin hogar y cada vez, más mayores 

Andalucía ha pasado de contar a 3.009 a 5.539 personas en situación de sinhogarismo en una década, la que va de 2012 y 2022, unas cifras que pueden ser un 30% superiores según cálculos de entidades sociales como Hogar Sí.

Entre personas de 45 y 64 años, el sinhogarismo ha crecido considerablemente en la región andaluza, nada menos que un 183,4% en estos diez años, y un 233,33% en mayores de 64 años. En todo el país, el sinhogarismo ha aumentado un 24,47% frente a un 84% en Andalucía.

Mientras que en 2012 un 65% de las personas sin hogar tenían entre 18 y 44 años, en la actualidad los mayores de 45 años son más de la mitad (55%). Ahora hay más mujeres en la calle —sube del 18,81 al 27,1%, un aumento del 165%— y se puede concluir que se está cronificando el sinhogarismo, ya que casi el 70% de quienes duermen al raso llevan más de un año haciéndolo. 

La encuesta del INE sobre Personas Sin Hogar de 2022 recoge que se ha pasado de 22.938 a 28.552 personas sin techo en toda España entre 2012 y 2022, casi un 25% más, a lo que hay que sumar quienes viven de manera permanente en la calle y no hacen uso del sistema de atención, lo que puede incrementar estas cifras en un 30%, es decir, que serían más de 37.000. Ahora mismo se ofrecen en todo el país un total de 20.613 plazas de alojamiento para más de 37.000 personas sin hogar, por lo que más de 16.000 quedan fuera del sistema de protección.

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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