El gaditano que fue escolta de políticos en tiempos de ETA: “Si digo que no he tenido miedo, mentiría”

El apodado Génesis, vigilante de seguridad de 54 años, ofreció protección a concejales del Ayuntamiento de Pamplona amenazados por la organización terrorista en el año 2003

Andrés Génesis, el guardaespaldas gaditano que protegió a concejales en tiempos de ETA.
Andrés Génesis, el guardaespaldas gaditano que protegió a concejales en tiempos de ETA. GERMÁN MESA

No poder pasear con los nietos o tomar una cerveza con los amigos. Miles de personas vivían atemorizadas por la organización terrorista Euskadi Ta Askatasuna (ETA). La psicosis se había apoderado de la sociedad por un grupo sin escrúpulos que desencadenó el auge del sector de la seguridad. Génesis, apodo por el que se le conocía, fue uno de los 1.300 escoltas privados que formaron parte de la plantilla contratada por el Ministerio del Interior en 2003 —5.500 hasta 2010— según datos de la Asociación Española de Escoltas (ASES).

El gaditano, de 54 años, vivió en sus carnes la incursión de la amenaza terrorista que obligó a las administraciones públicas a invertir más de 1.625 millones de euros desde el año 2000 en protección. Este año se cumple el décimo aniversario del fin de la banda que anunció su retirada el 20 de octubre de 2011. 

Un detalle de la mano del escolta.
Un detalle de la mano del escolta.  GERMÁN MESA

Estudió Criminología, trabajó de celador en el Hospital de Jerez y después, se sacó el título de vigilante de seguridad. Tras 10 años prestando servicio en eventos deportivos, en el Circuito de Jerez o de noche en la casa de Pemán en Cádiz —“decían que había fantasmas”—, decidió especializarse en una profesión que le marcó la vida. “No tenía una seguridad laboral y yo quería tenerla. Me hice escolta porque buscaba estabilidad y no estar dando bandazos”, explica a lavozdelsur.es.

"Me hice escolta porque buscaba estabilidad"

A los 32 años, estaba opositando para el Cuerpo de la Policía Nacional cuando dio el paso. Un subinspector de Policía fue el que le animó a realizar un curso de antiterrorismo y explosivos que impartían escoltas de la presidencia de Felipe González. “La élite de lo que había por entonces, algunos de ellos, guardias civiles amenazados por ETA”, comenta el gaditano al que el agente le dio “un empujoncito y me abrió los ojos”. Un año después, con su título en la mano, se mudó a Navarra, donde estuvo 9 meses sin separarse de una pistola semiautomática de 9 milímetros —concretamente una Star 30 con 15 disparos—. Era el arma reglamentaria para los escoltas privados en España.

El gaditano muestra su placa identificativa.
El gaditano muestra su placa identificativa.  GERMÁN MESA

El guardaespaldas, que “siempre había sido vigilante sin arma”, tuvo que acostumbrarse a estar pegado a la pistola las 24 horas del día desde que pisó suelo navarro aquel invierno. Pero mientras que el Ministerio de Interior tramitaba los permisos -entre los que estaba la documentación del arma- trabajó como vigilante en el Aeropuerto de Pamplona. Unos 15 días después, la Dirección General de la Policía, de la que dependía, ya le había asignado una persona por la que debía poner su vida en juego. En el argot, una VIP, very important person, que la Policía consideró que “estaban corriendo un riesgo”. Según el gaditano, “las amenazas eran bastante reales, no era una tontería de un vecino que te echa al buzón una pamplina”.

“Era raro el concejal en Pamplona que no tuviera amenazas de algún tipo"

En esos meses, llegó a escoltar a tres personas, concretamente, tres concejales del Ayuntamiento de Pamplona a los que ETA no le quitaba ojo. Dos hombres del PP y una mujer de la que no recuerda su afiliación porque “fueron muy pocos días”. En una de ellas, el servicio constaba de tres guardaespaldas mientras que el resto lo realizó junto a un compañero de El Puerto. “Era raro el concejal en Pamplona que no tuviera amenazas de algún tipo. Obviamente los de la Izquierda más radical, no, pero la mayoría sí. No hacía falta que fueran del PP”, añade. Empresarios, jueces, fiscales o periodistas tampoco se libraron.

Siempre de paisano y sin poder seguir dos días seguidos el mismo itinerario, desempeñaba su labor sin horario y con los cinco sentidos puestos en el entorno de su VIP. “Uno era muy motero, como yo, e iba en moto todos los días al Ayuntamiento, mi compañero iba 5 minutos por delaten y yo otros cinco por detrás”, explica el escolta, que también tenía que estar pendiente de las incidencias que podían ocurrir en la rutina más allá de un atentado.

Andrés paseando por su tierra natal.
Génesis paseando por su tierra natal.  GERMÁN MESA

Según señala, “había que fijarse en todo y cuando íbamos a pie era lo peor, toda persona era susceptible de ser una amenaza”. En aquel tiempo, el escolta vivió en dos domicilios distintos, el primero con sus compañeros en una casa rural de Tudela y el segundo en un piso de Pamplona. Debía residir en la misma localidad que la persona a la que protegía.

Además, dormía con un busca en la mesita de noche por si ocurría algún imprevisto. “No llevábamos móviles, el VIP llamaba al centro de coordinación y nos mandaban un mensaje. Según lo que fuera o esperábamos o salíamos pitando”, cuenta entre recuerdos de una época “calentita” donde “el 99% de los escoltas protegíamos a personas del mundo de la política”.

“El 99% de los escoltas protegíamos a personas del mundo de la política

El gaditano cuenta sus peripecias con entusiasmo y detalla algunas de sus funciones. Debían conocer todo sobre el político de turno al que iba a proteger, desde sus gustos más personales hasta “el pedo que usted se tira”. Una norma que algunas personas aceptaban “a regañadientes porque les restaba mucha intimidad”. Incluso tenía que estar al tanto de si el político iba a locales de alterne o dónde consumía estupefacientes, si se daba el caso.

En ocasiones, el VIP se escapaba poniendo en peligro su integridad. “Un compañero se encontró al concejal con su periódico y su puro en un bar como si no pasara nada. De nada vale que esté tres personas detrás de él todo el día si luego sale. ETA tenía estudiados sus movimientos”, señala.

Entre recuerdos, revive aquella experiencia que considera “muy bonita, se te graba” sobre todo para un apasionado de este trabajo por el que los familiares pasaban las noches en vela. “Si digo que no he tenido miedo, mentiría, pensaba en mi madre y en lo que ella sufría”, dice el ex guardaespaldas que llegó a sufrir situaciones indeseadas, pero nunca tuvo que lidiar con un enfrentamiento armado.

"Pensaba en mi madre y en lo que ella sufría”

Los insultos y las amenazas verbales eran comunes por parte de las personas afines a la izquierda abertzale. Según cuenta, “se quedan con su cara muy rápido”. Cuando le llovían las ofensas, el gaditano no tenía más remedio que echarse la mano a la cintura y, aunque no tuviera intención de usarla, era una forma de hacer saber que iba armado.  “Un día iba solo, me reconocieron y vi a varias personas detrás de mi llamándome de todo, y en castellano, para que lo entendiese bien”, expresa.

El escolta mirando al mar.
El escolta mirando al mar.  GERMÁN MESA

Tirar pedradas o quemar coches también era una práctica habitual entre los seguidores del brazo político de ETA. “Una vez un chaval me tiró un bocadillo en la espalda mientras iba andando”. Cada vez que salía a tomar algo por la noche, lo hacía en grupos de entre 10 y 12 personas entre las que se distinguían guardias civiles o policías nacionales. “Había mucho compañerismo, hacíamos piña, a los escoltas privados nos trataron siempre como un compañero más”, manifiesta entre anécdotas que guarda con cariño.

Tras 9 meses, en 2003, el escolta privado dejó su cargo “por amor” y en octubre de 2004, tras realizar cursos de formación, fue uno de los primeros que entraron a trabajar en la empresa vasca SK10, actual Alestis, donde permaneció como operario hasta que consiguió una plaza en Airbus. “Me fui porque conocía a una jerezana en una fiesta motera, la que hoy es la madre de mi hija”, comenta el vigilante ahora especializado en montaje aeronáutico.

Tras un año en Airbus, la pandemia le arrebató su plaza. Las vueltas que da la vida. 

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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