Encontrar la paz y el equilibrio: "Mi trabajo no tiene nada que ver con amontonar piedras"

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De pequeño tenía por costumbre llevarse a casa, como recuerdo, las piedras más singulares y bonitas que se encontraba. "Llegué a acumular un saco de piedras. Pero un día se perdieron, a saber qué hizo mi madre con ellas", ríe. No concibe una vida alejado de la naturaleza. Ha sido pintor de brocha gorda, de aquellos que siempre daban una pincelada mirando unos segundos al cielo. Y estuvo trabajando durante 14 años en una empresa local tejiendo de manera artesanal alfombras de diseño con materiales nobles como la lana y el algodón orgánico.

"Hacíamos alfombras exclusivas para jeques o futbolistas, pero ya luego llegaron los Ikeas y los chinos...", comenta, al tiempo en que incide que de ahí le viene su minucioso pulso y su poderosa concentración. Ahora trabaja como jardinero y se dedica a cuidar de sus plantas, mientras escucha a los pájaros y el chapoteo del estanque. Él, que nació en Arcos y que se crió en La Molinera, desea que su niño interior florezca y poder, así, ganarse la vida jugando con la naturaleza. "Me inquieta no vivir de esto. Y esto es un trabajo..., no remunerado. No da de comer", puntualiza.

Hace tres años que Pedro Durán (Arcos, 1974) se sorprendió al ver una fotografía donde aparecía un 'totem' de piedras. "Me dije, ¿pero esto cómo puede ser posible? Me impactó tanto que desde entonces no he parado de practicarlo". Lo primero que hizo fue intentar equilibrar dos piedras, una encima de la otra. Pero comparte que la experiencia que le hizo dedicarse al stone balance (piedras en equilibrio) fue una tarde en El Palmar, junto a su hijo.

Cuenta que en la playa creó una pequeña ciudad con piedras en equilibrio. "Ahí fue cuando empecé a sentir esa magia... Mi mente estaba a cero y no podía parar de hacerlo. Fue entonces cuando comencé a darme cuenta que algo dentro de mi estaba cambiando", comparte Pedro, quien se llevó hasta el anochecer creando una pequeña fortaleza erigida a base de piedras. Ese mismo día, un chico italiano que fotografió todo lo que había hecho se le acercó y le dijo: "De todas las fotos que he hecho aquí, estas son las mejores. Tú no eres consciente de lo que has hecho". Palabras que le impulsaron a publicar sus esculturas efímeras a través de internet. "Ahora forma parte de mi vida y no puedo parar de crear", se sincera.

Y tanto. Es capaz de crear arte con tan solo tres botellas de vidrio, en mitad de una cafetería. "Esta es la versión de bar", sonríe Rocío Agar (Arcos, 1985), su pareja e intérprete cuando Pedro participa en campeonatos internacionales o imparte talleres para desarrollar la creatividad, cuando este hace una pequeña demostración antes de empezar la entrevista. Le duele cuando le acusan de que sus diseños son falsos, puros montajes. Pero lo llega a comprender: "Impacta tanto ver algo así que la gente que lo ve, no se lo puede creer".

Una de las maneras que tiene para afrontar esos comentarios negativos, es, de entrada, mostrar lo que sabe hacer, sin trucos ni un as bajo la manga. Se sienta en el suelo para estar en contacto con la naturaleza, coge cualquier objeto, calcula su peso al tacto y busca su punto de equilibrio. Acto seguido, su cuerpo se tensa, desaparece cualquier tipo de vibración y escucha el mismísimo silencio en su cabeza. Su nivel de concentración le teletransporta a un mundo de paz y tranquilidad. Toquetea el objeto, lo masajea como si pudiese modificar su forma y consigue colocarlo en la virtud de su cuerpo. La bebida queda en equilibrio, suspendida casi en el aire, como por arte de magia. Pero esta vez no es magia, es arte.

Gracias a sus miles de horas de práctica, el artista arcense es el actual campeón europeo de stone balance, categoría integrada en el land art (movimiento artístico de obras efímeras que se llevan a cabo en la naturaleza). Al triunfar en Escocia, consiguió clasificarse para el campeonato mundial en Texas (EEUU), certamen del que ha vuelto recientemente con una medalla de oro y otra de plata. "Pero, tal como yo siento y pienso, es difícil competir, porque para mí la competición es conmigo mismo. Lo que cuenta es la intención, las ganas, el entusiasmo de hacer algo bello con la naturaleza". Su trabajo más alto llegó a medir 2,10 metros, la construcción en la que invirtió más piedras fue en un arco realizado con 30 piezas que a los pocos minutos devoró una ola, y ha llegado a pasear una piedra de hasta 15 kilos por su cuerpo para establecerla en una cima de piedras diminutas.

"Cuando conecto con las piedras entro en un estado que es mágico"

Sus esculturas le pueden llevar entre 30 minutos y 4 horas. Y depende en gran medida del viento, la luz y los escenarios de la naturaleza. No le vale cualquier lienzo: "Soy muy delicado para elegir el sitio para crear mis obras. Tienen que ser lugares muy especiales". Hasta el momento, ha dejado su huella efímera en El Bosque, Ubrique, Arcos, en el Faro de Trafalgar, los Caños de Meca, El Palmar... Y más escondites naturales que tampoco desea desvelar. Pero comparte que "hay veces que no salgo porque no lo siento. Solo salgo cuando lo siento y cuando necesito entrar en ese estado de meditación". Nunca antes había sentido tanto la "llamada de la naturaleza".

Pedro ha presentado exposiciones de sus obras de arte —con fotografías y esculturas de piedras en equilibrio, que al estar alejadas del público, se mantenían intactas—, en su tierra natal y en Jerez, entre otras partes del país. Él, que es una persona muy inquieta, acude al stone balance como terapia. "Cuando conecto con las piedras entro en un estado que es mágico. Desaparece todo y aparece un silencio, y a través de ese silencio es cuando aparecen las creaciones. Concentrarme en solo una cosa. Al principio busco mi postura y luego hay un momento en que es fundamental entrar en conexión con lo que hago. Solo existe eso, sentir algo tan imperceptible...", explica, mientras las palabras que utiliza también le inundan de paz. "Y ese estado real que todo tenemos, llevarlo a la práctica en la vida cotidiana. Así empiezas a disfrutar de las cosas con intensidad para luego recordarlas mejor", agrega.

Por último, quiere resaltar que su arte "no tiene nada que ver con coger un lugar en la naturaleza y dejarlo lleno de piedras". Asegura que una vez que termina su figura, intenta dejar las piedras que ha utilizado en el mismo sitio donde las encontró. "Soy consciente de que si las dejo montadas luego va a venir gente y va a querer hacerlo también". Por ello, se muestra delicado con su trabajo y comprometido con el medio ambiente. “ Los que de verdad se dedican a esto, no hacen este tipo de cosas. Mi trabajo no tiene nada que ver con amontonar piedras”, destaca. Y es que no hay comparación entre formar una torre que hacer esculturas casi imposibles de entender al ojo humano.

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Claudia González Romero

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