Eva Serrano junto a los chicos discapacitados de Upace. Foto: Dulcemente Eva
Eva Serrano junto a los chicos discapacitados de Upace. Foto: Dulcemente Eva

El olor inolvidable de los pestiños, matalahúva, miel, azúcar o el agua de azahar para los roscones de Reyes envuelven a Eva cuando recuerda su infancia en el campo de su abuela. En Chiclana, en un horno de leña, comenzó a hacer sus primeros dulces en familia cuando llegaban fechas señaladas como Navidad o Semana Santa. “Desde pequeña siempre me ha gustado meter las manos en la masa, recuerdo reunirnos los domingos en el campo con la familia y hacer recetas artesanales que sabía mi abuela”, recuerda la joven llena de emoción.

Ella es Eva Serrano, una chiclanera que ha encontrado su felicidad, y busca la de los demás, en la repostería. Realmente nunca pensó dedicarse profesionalmente a hacer dulces. Ella cursó estudios de Administrativo y estuvo trabajando en varias empresas, pero fue a raíz de un duro revés que le dio la vida cuando encontró en el azúcar y la harina el salvavidas que necesitaba para salir a flote.

Eva siente un profundo amor incondicional hacia los niños. Foto: Dulcemente Eva.

“A mi hija pequeña le detectaron una grave enfermedad para la cual los médicos no encontraban tratamiento. Tenía un virus en la sangre que le provocaba fiebres muy altas. Continuamente teníamos que hacerle pruebas. Así nos llevamos casi un año, lo pasamos realmente mal, tanto que yo caí en una depresión”. Se vio tan afectada que buscó un modo de reponerse anímicamente para que la sonrisa volviera a iluminar su rostro, y lo encontró en los pasteles.

“Tuve que buscar ayuda para salir del pozo en el que me encontraba y la psicóloga a la que acudía me sugirió que me centrara en algo que me gustara para poder despejar la mente. Pensé en algo que tenía aparcado, pendiente de hacer desde hacía tiempo, y recurrí a la repostería”. Así fue como por las noches, “como tenía que estar todo el tiempo pendiente de mi hija, por la fiebre y el tratamiento, comencé a hacer cositas de pasteles en casa, empecé a probar y vi que se me daba más o menos bien”. Afortunadamente su hija superó la enfermedad y Eva volvió a brillar con luz propia, pero esta vez, con un nuevo objetivo: Hacer feliz y ayudar a la gente a través de la repostería.

Eva encontró su felicidad en la repostería y ahora se la transmite a los demás. Foto: Dulcemente Eva

Movida por su amor incondicional hacia los niños, se lanzó a organizar talleres para los más pequeños en su propia casa. “Empecé con niños, de manera altruista, con cuatro utensilios que tenía en casa, y poco a poco, me fui prestando voluntaria para impartir talleres en asociaciones de vecinos o en colegios, dando a conocer un poquito lo que a mí me gustaba y lo que podía transmitir a los niños con la repostería, porque la idea no era solamente hacer pasteles, sino ayudar también a aquellos niños que fueran más tímidos, que tuvieran algún tipo de problema para relacionarse con sus compañeros, niños autistas o incluso niños con síndrome de Down”.

Nacía entonces Dulcemente Eva, una marca con la que esta joven chiclanera quiere llevar felicidad, en forma de dulces, a todo el que la necesite. “He vivido momentos tan amargos que pienso que siempre hay que buscar la visión dulce de la vida”, afirma rotundamente.

Sus talleres de repostería son auténticas terapias para personas que, como ella, han atravesado momentos difíciles en la vida por distintas circunstancias, “se trata de hacer de la repostería un modo cercano de poder estar con ellos, trabajar en equipo y reforzar algunos valores que ya no tenemos”, nos cuenta Eva quien, además de hacer pasteles, anima a sus alumnos jugar, cantar, bailar y pasar un rato divertido. “También tengo ratitos de charla con los alumnos, ellos me cuentan sus cosas y yo intento motivarlos para que se sientan útiles. Siento una satisfacción personal muy grande, lo mismo me ocurre con las personas discapacitadas”. Es el caso de los talleres que Eva imparte en Upace donde acuden personas con discapacidad de diferentes edades. “Ellos necesitan un poquito de ayuda, porque quizá no son tan autónomos como otros chicos, pero ellos se sienten muy agradecidos y sobre todo muy felices de saber que pueden hacer sus propios pasteles”.

También imparte clases de repostería a jóvenes en riesgo de exclusión social, en concreto lleva varios años colaborando con un programa puesto en marcha en Medina Sidonia y también con el programa De vuelta, de la Fundación La Caixa. Otro de los colectivos con el que trabaja es con las personas mayores, enfermos de Alzheimer, así como losFoto: Dulcemente Eva que vienen a la provincia de Cádiz a pasar sus vacaciones de verano con familias de acogida “son con quienes me siento más sensibilizada”.

En verano imparte talleres en el que participan algunos niños saharauis. Foto: Dulcemente Eva

Recuerda uno de los momentos más emotivos que ha vivido cuando, “en un taller con niños saharauis de este verano, hicimos galletas en forma de corazón para que se las regalen a las familias con las que están acogidos, y a uno de los niños le hizo tanta ilusión que le hicieran ese taller, que cogió su galleta, se vino para mí y, como no entiende nuestro idioma, me cogió la mano, me la abrió y me colocó la galleta como diciendo que era para mí. Ese momento me llegó al alma porque pensé que, aunque no nos entendemos con el idioma, pero hay gestos de cariño que son universales. Son cosas que te llenan. Con los niños discapacitados me ocurre lo mismo, son personas muy cariñosas y muy agradecidas por lo que les das”.

Eva Serrano junto a los chicos discapacitados de Upace. Foto: Dulcemente Eva

Pero, a la vez, Eva también está muy agradecida, “esto te hace crecer como persona, te humaniza con todos estos colectivos que, a lo mejor estando en tu casa, no te das cuenta de cómo son ellos. Lo poco que tú les ofreces, ellos te lo agradecen mucho más. Te hacen ver las cosas de una manera diferente. Yo estoy muy contenta, soy feliz y disfruto mucho con lo que hago”.

En la actualidad Eva está trabajando en una pastelería en Chiclana pero sigue con su labor voluntaria por las tardes. Algún día espera poder cumplir su sueño de contar con su propio local para poder desarrollar sus talleres. “Ahora soy yo la que me muevo de aquí para allá, con un horno en el coche”.

Ahora, Eva echa la vista atrás y, al recordar los momentos más duros de su vida “ahora los veo de forma positiva, porque yo creo que, gracias a esa experiencia, además de ver la vida de otra manera, me ha servido para poder ayudar a otras personas, a otras familias, a otros padres. Hay padres de niños con autismo o con alguna discapacidad a los que he podido hacerles ver que todo se supera y, con un poco de ayuda, se puede seguir adelante. No podemos ver todo tan negro”.

Así es Eva Serrano, una mujer luchadora que encontró en la repostería su verdadera vocación, al tiempo que le sirvió como terapia para superar duros momentos vividos hace ya unos años.

Sobre el autor:

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Tamara Ariza

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