Samir y Hassam: refugiados por amarse a 14 millas de España

Dos jóvenes viven en un centro de acogida de Sevilla tras un periplo desde Marruecos, de donde tuvieron que huir tras ser amenazados de muerte por su condición sexual

Foto de dos personas cogidas de la mano. FOTO: R.S.
Foto de dos personas cogidas de la mano. FOTO: R.S.

Tienen veintipocos años, van vestidos iguales, como si fueran gemelos, se agarran de la mano y se dedican miradas cómplices. Es imposible no adivinar nada más verlos que son pareja y que no tienen pensando soltarse de la mano. Se llaman Samir y Hassam, tienen 23 y 22 años, respectivamente, y han vivido una travesía inhumana hasta llegar a una casa de acogida de refugiados en Sevilla, adonde llegaron hace un mes huyendo de la muerte, la cárcel, las palizas, el rechazo, el desprecio de su familia y la violencia policial que en Marruecos sufren las personas lesbianas, bisexuales, gais y transexuales que osan romper las puertas de los armarios. Con apenas poco más de veinte años, confiesan: “Podríamos estar hablando varios días de nuestra vida”.

A Samir, a los 10 años de edad, su padre lo quiso mandar interno a una escuela coránica a un pueblo inhóspito del sur de Marruecos. Pensaba su progenitor que estudiar el Corán lo convertiría en heterosexual: “Mi madre me salvó, ella luchó para que no me mandaran a la escuela coránica”, dice en uno de los centros de acogida que la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) tiene en la capital andaluza, donde el 12% de las personas refugiadas han llegado por ser homosexuales, bisexuales o transexuales en países donde está penado con la cárcel o con la vida.

A su lado, sin soltarle de la mano, está Hassam, su novio, que lleva una pulsera arco iris por la que en Marruecos ya habría sido detenido en aplicación del artículo 484 del Código Penal, una pena de seis meses a tres años de cárcel y una multa económica contra la población LGTB. El único sitio donde la comunidad gay marroquí goza de algo más de seguridad es en Internet, en las redes sociales; justo ahí se conoció esta pareja de tortolitos hace dos años. Se vieron en un grupo de gais de Facebook y se hablaron. Al poco tiempo ya se estaban viendo en un vídeo en directo y a los pocos días quedaron en un municipio cercano a Tánger; en el río, para que nadie los viera quererse. En territorio neutral, ni en el pueblo de Samir ni en el de Hassam. Allí se abrazaron, se besaron y se pusieron sendas pulseras de artesanía prometiéndose amor eterno. Todo lo eterno que es el amor cuando se tienen 20 años.

A los pocos meses, coincidieron en la universidad, adonde llegó Hassam para empezar sus estudios de Programación y encontrarse con Samir, que estudiaba Historia. En la residencia de estudiantes donde Hasaam vivía con otros nueve universitarios se enteraron de que Samir era su novio. El mundo se cayó bajo sus pies: “Nos robaban el móvil, la cartera, nos pegaban y nos tiraban piedras”, relatan. A Samir le dio tiempo a terminar la carrera de Historia, pero Hassam no pudo acabar sus estudios universitarios porque la noticia llegó a las altas esferas universitarias y fue expulsado sin contemplaciones antes finalizar la carrera

Matar a un gay cuesta muy barato en Marruecos

Ser gay en Marruecos es menos que nada. La policía puede mirar tu móvil sin consentimiento y, si ve fotografías en actitud cariñosa con otra persona del mismo sexo, montarte en el furgón policial camino a la comisaría más cercana. Fue lo que estuvo a punto de ocurrirle a esta pareja de veinteañeros un día que fueron a pasar el día a la playa. Se dieron un beso, con selfie incluido para inmortalizar el momento, y un policía les requisó el teléfono en una cafetería porque sospechaba que podían ser gays. Se libraron de montarse en el furgón policial porque el agente estaba fuera de servicio, pero el episodio no avecinaba nada bueno. Los sueños que iban construyendo cada día tenían menos cabida en Marruecos.

A la vuelta a la universidad, después de unos días en la playa, la noticia de su homosexualidad era vox populi entre profesores, estudiantes y cúpula universitaria. Un antiguo compañero de piso de Hassam, que lo había violado en repetidas ocasiones sin que éste lo denunciara por miedo a que no lo creyeran, se encargó de que hasta las respectivas familias de la pareja supieran que eran novios. No contento con la gesta, los amenazó de muerte. Y en Marruecos, matar a un gay, penalmente, cuesta muy barato: “Son populares los vídeos por redes sociales donde se apalean a los gays sin que nadie se fije en la paliza, sino en los gays”, certifica la traductora de ambos. “Hasta se les mata y no pasa nada”, zanja la mujer, también de nacionalidad marroquí.

Samir y Hassam, agarrados de la mano. FOTO: R.S.

Tres meses encerrados en una habitación

Tras tres meses encerrados en una habitación, con pensamientos recurrentes de suicidio para acabar con el suplicio, descubrieron por Internet que existía un mecanismo de protección internacional a personas que ven vulnerados los derechos humanos. No se lo pensaron dos veces y huyeron. Llegaron, tras dos días de viaje, a la frontera de Melilla el 11 de septiembre de 2017, pero no les dejaron cruzar porque no traían el visado. De vuelta a Nador, a 15 kilómetros de Melilla, a buscar fortuna al Consulado de España en la ciudad rifeña. El cónsul estaba de viaje y no les podía atender. Y los funcionarios les decían que tenían que regresar a sus respectivas ciudades, situadas cerca de Tánger, a pedir el visado en los consulados de la zona; pero no podían volver, si volvían los mataban.

Cinco meses se tiraron durmiendo en la calle en Nador hasta que les facilitaron los visados para poder ir de nuevo a la frontera y solicitar protección internacional a España en la frontera de Melilla. Una odisea inimaginable: “En Nador, la policía marroquí nos decía que si robaban o pasaba algo en la calle sería nuestra responsabilidad, que para eso estábamos durmiendo al raso”, cuentan los jóvenes, que siguen sin soltarse de las manos.

En la frontera había una organización de defensa de los derechos de las personas LGTB, con la que los chicos habían contactado por Internet, la cual les sirvió de salvoconducto para llegar hasta un centro de acogida donde esperar la resolución de la petición de asilo. Ocho meses de espera en Melilla, donde también fueron agredidos en la calle por su orientación sexual.

No es lo mismo vivir que salvar la vida

Desde hace un mes, Samir y Hassam viven en Sevilla, donde esperan la llegada de la resolución definitiva de la protección internacional por su condición sexual. De los 31.120 solicitantes de asilo que llamaron en 2017 a las puertas de España, 595 personas eran de Marruecos, siendo la persecución por orientación sexual o identidad de género una de las solicitudes de asilo más comunes entre los solicitantes de asilo marroquíes.

En Sevilla, Samir y Hassam toman clases de español, llenan su tiempo de actividades de integración a su nueva ciudad, esperan retomar los estudios en la universidad, encontrar trabajo para independizarse y vivir su historia de amor sin tutelas. Una parte muy importante del protocolo de acogimiento es la ayuda psicológica para que los jóvenes puedan afrontar el vértigo emocional de la condición de refugiados, después de toda una vida de palizas, clandestinidad, insultos y discriminaciones por ser homosexuales. Para Samir y Hassam, las 14 millas de distancia entre Andalucía y Marruecos es lo que les separa de pensar en vivir o en salvar la vida. El sábado 23 de junio dicen que les gustaría ir a la manifestación del Orgullo LGTB de Sevilla a ser todo lo libre que puedan. Al lugar donde no quieren volver es a Marruecos, ni aunque cambie la ley: "La ley puede cambiar pero la mentalidad de la gente, no", sentencian.

Sobre el autor:

Raúl Solís

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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