Hubo un tiempo, no hace tanto, que Alberto Núñez Feijóo amagaba con distanciarse en lo que podía con Vox, con Santiago Abascal. Eso ha ocurrido en esta misma legislatura. La tesis del PP era ser la opción moderada entre una izquierda decaída y una derecha que buscaba consolidar su espacio. Eso arrastraba al PP al centro casi sin darse cuenta: pidiendo el voto al socialista descontento, rascando de los moderados abstencionistas que no quisieran ver más a Pedro Sánchez.
Pero eso está cambiando. La sucesión de movimientos lo demuestra desde la segunda mitad del año y se confirma en estos días finales de diciembre, tras las elecciones extremeñas. Este lunes ha sido la rueda de prensa de balance del presidente del PP. El 28 de septiembre reunió a varios de sus barones y les hizo firmar un documento de partido. Entonces estaba aún Mazón antes de que el aniversario reavivase la indignación de los afectados de la dana de Valencia. También se ha sabido este lunes que la jueza pedirá que declare para saber qué habló con el entonces presidente de la Generalitat.
En cualquier caso, en aquel encuentro de cúpula autonómica del PP de septiembre, Feijóo habló más que nunca hasta entonces de migración. Como un problema. Asegurando que tenía discurso y que no pasaba por echar a todos los migrantes, como había sugerido Vox en aquellos días. Ahora, en diciembre, Feijóo ha vuelto a tocar el tema para apoyar a Xavier García Albiol, alcalde de Badalona, en dejar a la calle a los que estaban ocupando un colegio abandonado. "Los problemas sociales no se pueden solucionar con incumplimientos legales". Es decir, que ha apoyado esa 'mano dura' que Albiol tiene no de ahora sino desde siempre.
Y es que el discurso es el de la dureza en Feijóo. Lo dijo cuando habló de las acusaciones sobre la mujer de Pedro Sánchez, de quien dijo que fue "partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución". Aquello fue en verano, en los días post-Cerdán, y cuando más sacó el PP todo lo que no le había sacado a Sánchez en estos años.
Por un lado, Feijóo tiene más guiños a dos cosas que preocupan a los votantes de Vox: migración y antisanchismo. Ambos han sido recetas para que los de Abascal sigan creciendo. Todo proviene de un ciclo largo que ha comenzado de hegemonía cultural más conservadora, y que se ve en todos los estamentos de la sociedad: la conversación del bar y los mensajes institucionales. Hasta Gabriel Rufián ha pedido a la izquierda que hable "sobre inmigración y seguridad aunque incomode". ¿Qué menos puede hacer el PP?
Esa es la gran batalla ideológica sobre la que se mueve el PP. Feijóo, lógicamente, se ve presidente en un futuro próximo, a más tardar en 2027, cuando toquen elecciones si no se adelantan. Pero la ola de la derecha puede cambiar el tablero. Feijóo tiene los pies sobre arenas que empiezan a moverse. Por eso, va modulando su discurso hacia posiciones que asumiría Vox como propias en algunos puntos. Una derecha que se derechiza más parece algo inevitable en este tiempo. Igual que esa misma derecha asumió tesis de la izquierda en la pasada década, abandonando ciertos debates como el matrimonio igualitario al que se opusieron y acabaron aceptando, ahora toca actualizar los principios para no quedarse atrás, y eso implicará nuevos mensajes que en parte satisfagan a un electorado más polarizado. No hay que olvidar que uno de los socialistas más poderosos, el laborista Keir Stramer, primer ministro británico, ha comenzado a deslizar mensajes de mano dura contra la migración.
Todo lo anterior puede servir para entender perfectamente la frase más relevante que ha dejado Feijóo en su intervención: "Nosotros nos vamos a presentar a las elecciones generales para ganarlas. Una vez que las ganemos, intentaremos gobernar en solitario. Es nuestro objetivo, sigue siendo nuestro objetivo. Es evidente que tendremos que, si no hay mayorías, conseguir acuerdos para la gobernabilidad de España. Ese es el siguiente compromiso en el caso de que los españoles no nos den la mayoría que anhelamos, buscar acuerdos para la gobernabilidad de España". Dirigiéndose al periodista que le había preguntado por pactos a futuro: "Lo he dicho muy claramente, porque sé que usted se está refiriendo a Vox".
Y ese socio preferencial es Vox, porque "es el tercer partido en Extremadura", y también en España: "Ha consolidado su posición, tiene buenas encuestas en España. Veremos en qué posición queda en las elecciones generales, pero, desde luego, nuestro cordón sanitario es Bildu. No serán Vox ni los votantes de Vox, será Bildu. Como siempre ha sido así en democracia, hasta que llegó el señor Sánchez. Sí, seguimos con el objetivo de gobernar después de ganar las elecciones y hacer un gobierno en solitario, y pactos y acuerdos puntuales para aprobar presupuestos y otras leyes trascendentes para las reformas que España necesita".
Tras asumir algunos de sus puntos, Feijóo viene a naturalizar la relación PP-Vox cuanto antes, porque le hará falta. El problema está en que Vox ha seguido una estrategia en el último año y medio de profundo distanciamiento, y por eso salió de los gobiernos. Ese distanciamiento tenía una utilidad, la de distinguirse y poder criticar con credibilidad al PP. Juanma Moreno ya ha dicho que la mejor forma de debilitar esas tesis podría ser hacer que Vox entre a gobernar. Que deban aterrizar sus mensajes en el día a día. Eso funcionó para anular a Ciudadanos, que se diluyó en toda España a cuenta de esa relación.
Y el fenómeno Vox está aún por analizar. En la ciudad de Badajoz fue segunda fuerza, lo cual viene a decir que eso de que Vox arraiga en el campo no es del todo correcto, pues le sacó 3.000 votos al PSOE en la capital. Quedan por delante Castilla y León, Aragón y Andalucía, eso en el corto plazo, para que Vox y el PP se entiendan. Ya ha pasado en Sevilla, donde se ha formalizado un acuerdo del que el presidente popular no era ajeno. Feijóo les ha abierto las puertas una vez más.



