Fumata blanca, como suele decirse. Una de las investiduras más complejas -solamente superadas por las de la Moncloa- a las que se ha enfrentado el PSOE ha sido la de llevar al PSC a la Generalitat. Salvador Illa será president de la Generalitat, salvo que la política de un giro de traiciones de última hora.
Las juventudes de Esquerra Republicana han dado su sí al acuerdo alcanzado por la dirección del partido con los socialistas y Salvador Illa ha acudido en la mañana de este martes al Parlament para entrevistarse con Josep Rull, el presidente de la cámara. Así, inicia el proceso para que se reúnan los diputados en una votación.
El independentismo ha albergado algo más que dudas. Ahora, Pedro Sánchez puede apuntarse dos tantos, dos mellas en el fusil. Primero, ha terminado de romper con los bloques que han marcado la política catalana -y, por consiguiente, la española-: independentismo contra constitucionalismo. Ya logró los votos de los líderes del procés para hacerse presidente en 2023. Pero, además, se lleva de regalo una ruptura entre ERC y Junts.
Los de Puigdemont apuntan a los que eran sus socios como unos vendidos al españolismo. Han atacado diciendo que ya no se les puede considerar independentistas. Es la batalla para futuras elecciones. Hay votantes que antes que ser de izquierdas o de derechas, son independentistas o no independentistas. A ellos apelará el partido de la derecha catalana y que tiene como líder ya casi indiscutido a Puigdemont.
Del otro lado, ERC asegura que el acuerdo para la financiación de Cataluña, una caja propia, casi idéntica al concierto vasco y al régimen navarro, es un avance histórico. Y es otro gran punto que gana el independentismo. Porque el PSOE y Sánchez han cosechado animadversiones en el resto del país.
En Andalucía, el Ejecutivo de Juanma Moreno ha alzado la bandera justo cuando hacía meses que venía reclamando una mejor financiación, sabedores, quizás, de que el acuerdo de Illa con los independentistas pasaba por una nueva financiación propia catalana.
Mientras los servicios públicos se desgastan en el país -y crece la incertidumbre económica por una posible nueva recesión-, los impuestos estatales en Cataluña los recogerá la Generalitat y al final de la recaudación los enviará a Madrid, tras pactar las cuentas, tras asegurarse, seguramente, mejores inversiones.
Entre tanto, al esperanza del PSOE es que pueda recuperar algunos años cierta hegemonía en Cataluña, aunque sea con apoyos. Que no sea agua de una legislatura, sino que empape a la sociedad catalana, sería verdaderamente el fin del tiempo que se inició hace más de una década con los primeros avisos del independentismo, y que desembocaron en unas votaciones irregulares seguidas de una declaración unilateral que duró unos segundos, y que acabó con buena parte del Gobierno catalán en la cárcel o en el extranjero.
Precisamente ese será, políticamente, el primer momento cruento de Illa en la presidencia, pues se espera el regreso de Puigdemont para la investidura. Altos dirigentes del PSOE, interlocutores en Bélgica en el pasado, ya avisan de que sería inevitable su arresto, toda vez que el Supremo tiene dudas sobre cómo aplicar la ley de la llamada amnistía, y se resiste a librar a Puigdemont de todos sus posibles delitos.
Será un nuevo momento, el de ver al expresident entrar en prisión, que soliviantará a una parte del independentismo. Otra, seguramente, rechace las formas de quien lleva años sin pisar Cataluña. La pregunta es si es el último capítulo del pasado procés o si es el primero de un nuevo tiempo.
