La ideología de Concha Caballero era el amor

Homenaje a Concha Caballero en la calle de Sevilla que llevará su nombre. FOTO: R.S.
Homenaje a Concha Caballero en la calle de Sevilla que llevará su nombre. FOTO: R.S.

Tres años y nueve meses hace que se marchó como un rayo una mujer de las que se tardan en parir, de las que dejan huellas imborrables, de las que dejan marcado el mundo de los vivos y convierten su biografía en un ejemplo cívico en el que fijarnos para ser mejores. Esa mujer se llama Concha Caballero, la amiga, la camarada, la tertuliana, la profesora, la hermana, la compañera de vida de su inseparable Antonio, la mujer que soñaba con un mundo nuevo y la que se llevaba a casa a sus alumnos para hablarles de Literatura y de la vida. La mujer que llegaba a casa abatida tras conocer que un alumno o alumna no podría llegar tan lejos como sus sueños por la cuna en la que habían nacido.

Concha tiene mérito. Para ella la sensibilidad fue una carrera y no algo que le vino dado. Nació en una familia de gente de derechas, una niña bien de provincias que se hizo comunista para ser libre y no porque le hiciera falta para comer. Concha tenía más conciencia de clase trabajadora que muchos trabajadores. No hace falta ser pobre para ponerse en la piel de los pobres. No hace falta ser mujer para ser feminista. No hace falta ser homosexual para defender los derechos LGTB. No hace falta ser un paria para querer acabar con la explotación en el mundo. Esta máxima de la Ilustración, que ha entrado en crisis en este tiempo de identidades incomunicadas y posmodernas, Concha la llevó al límite de sus consecuencias.

Lo hubiera tenido más fácil de haber sido obediente y olvidarse de quienes vivían en el barrio de enfrente, pero no pudo ni quiso evitarlo. Dio el salto. Se afilió al Partido Comunista de España y se fue a Granada a estudiar a la Universidad. Allí conoció por primera vez el ruido de la libertad en una multicopista que le pusieron sus camaradas en la casa donde vivía.

“Tenía que abrir todos los grifos de la casa y poner la música a todo volumen para que no se oyera el ruido de la máquina”, contaba en una de las sobremesas llenas de amigos en las que relataba las mejores páginas de su vida, las que dedicó a hacerle imposible la vida al dictador en los últimos años de la dictadura. "La democracia la trajimos los jóvenes, los estudiantes, el movimiento obrero, no Adolfo Suárez", recordaba muy a menudo cuando se intentaban apropiar de la democracia quienes nunca lucharon por ella.

Con lo que salía de aquella máquina luego se iba a la Facultad de Filosofía y Letras y soltaba los pasquines de la propaganda. “Estábamos locos, nos pudimos buscar una ruina”, decía entre risas, la única manera en la que ella sabía hablar. Su extrema coquetería la salvó de las porras de los grises. “Yo iba a las manifestaciones y cuando se daban la vuelta para darme se quedaban paralizados”, contaba, también muerta de la risa. La policía franquista se quedaba paralizada de que aquella joven, rabiosamente guapa, maquillada y con tacones, estuviera en una manifestación comunista.

A pesar de esta biografía militante a favor de la democracia y contra la dictadura, a Concha no le gustaba vivir de las batallitas. A ella le gustaban los jóvenes, el futuro, lo nuevo, la alegría de la revolución y la belleza de lo que está por venir. Los jóvenes le daban la vida. También adoraba a los viejos que parecían jóvenes, pero a los gruñones que creían saberlo todo los rehuía. Concha amaba la vida, a la gente, a los caracoles, a sus hermanos, a su sobrina Rosita y a Antonio, “mi Antoñito”, el amor de su vida que conoció durante el tiempo que fue miembro del Consejo de Administración de la RTVA.

Antonio Luis Girón durante el acto de homenaje a su compañera de vida. FOTO: R.S.

Lo amaba perdidamente, como Antonio a ella. No he conocido en mi vida a ninguna pareja que se mirase con la candidez que se miraban ellos después de 25 años de vida en común. Antonio siempre supo estar en la sombra para que ella brillara; a cambio, ella siempre supo mirarlo como se mira a las estrellas. La ideología de Concha era el amor y por eso en el homenaje que se le ha rendido este martes, por el Parlamento de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla, había gente tan dispar.

De su vida política, de lo que más orgullosa se sentía era de haber sido ponente de la Reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía. “Tiene más competencias que el Estatuto de Cataluña, pero el Constitucional es tan obtuso que a nosotros no nos lo han recurrido”, decía riéndose, en su idioma. Otra de sus grandezas fue no haberse ido a ningún sitio después de abandonar Izquierda Unida. Ni siquiera mandó una nota de prensa para comunicar su baja y hacerle daño a la formación de la que había sido portavoz en el Parlamento de Andalucía, la primera mujer portavoz en la Cámara andaluza.

Era tan elegante y amaba tanto la belleza que escribió una carta y se la envió a todos los militantes. Tanta ética tenía que rechazó todas las ofertas que le hicieron, en un momento donde la gente vendía su coherencia muy barata: “Por respeto a todos los militantes de IU que me han pegado los carteles yo no me puedo ir a ningún sitio”, admitía. Y cogió su petate y se fue a un modesto instituto de Coria del Río a dar clases de Literatura a jóvenes del nocturno que buscaban una segunda oportunidad. A los jóvenes les dedicó los últimos años de su vida: “Los admiro, son muy valientes por venir y decir que han fracasado y que quieren volver a empezar”, te espetaba cuando hablaba de sus alumnos y alumnas. Así era ella de grandiosa.

Casi cuatro años hace que se marchó y todavía llena un salón frío y gris como el Salón de Actos del Parlamento de Andalucía. Lleno hasta la bandera, como si fuese un concierto de su admirado Bruce Springsteen y no un homenaje a una mujer sencilla que adivinaba desde lejos la injusticia, la discriminación y hablaba bajito y tocándole las manos a quien ella sentía que necesitaba ayuda.

Concha era tan grandiosa que tranquilizaba a los demás cuando le detectaron la fatídica enfermedad. “No le tengo miedo a la muerte. He leído, he viajado y he vivido mucho”, me plantó en la habitación del hospital al día siguiente de que le dieran el fatal diagnóstico. Lo dijo para tranquilizarme. Así ella era de generosa. Por eso la quisieron tantos y tanto. Por eso todavía la quieren tantas personas y tan distintas.

Y por esa misma razón será un lujo, reservado sólo a unos pocos privilegiados, poder vivir en la Calle Concha Caballero, en el popular barrio del Polígono Norte lleno de pisos sencillos de 45 metros que piden a gritos la justicia, la igualdad y la esperanza que dieron sentido a la vida de la mujer que portó la sonrisa más bonita de la izquierda.

 

Sobre el autor:

Raúl Solís

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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