Han pasado varios días y la izquierda andaluza sigue noqueada tras los inesperados resultados electorales que han provocado un tsunami político de dimensiones imprevisibles. Susana Díaz está instalada en la soberbia, en el cinismo como lectura política a lo ocurrido, y dispuesta a morir matando, aunque ello desangre a un PSOE andaluz que puede firmar en este combate su certificado de defunción.
Adelante Andalucía, por su parte, está inmersa en un proceso de “reflexión participativa”, dos palabros que a la izquierda le provoca sueños húmedos pero que sirven de poco cuando no hay acción. Si hay alguien que no puede permitirse el cinismo es Adelante Andalucía, por ser la fuerza política llamada a atraer al electorado abstencionista que no ha querido votar al PSOE pero que todavía no ha considerado a la confluencia como una opción en estas últimas elecciones y tampoco se ha echado en brazos de Ciudadanos, como ha hecho una parte importante del antiguo electorado socialista.
Dicen los politólogos que la izquierda, antes de hacer mudanza de partido, primero se abstiene y, si ve una opción madura, a los cuatro años se atreve a irse con su voto a otra parte. La gente en la izquierda primero se avergüenza, se lame las heridas y maldice el desencanto antes de irse a otra opción política alternativa, según dice la Ciencia Política. Probablemente eso esté ocurriendo ahora mismo en el antiguo electorado socialista que se ha quedado en casa.
El PSOE fuera de la Junta de Andalucía será un reguero de víctimas, humanas y judiciales, y es Adelante Andalucía la que más responsabilidad tiene en este periodo de cambio de ciclo y la que está obligada a construir una alternativa por el eje que tradicionalmente ha ocupado el PSOE andaluz.
Pero para ello, para ser alternativa, la izquierda debe salir de la gentrificación que sufre y trabajar los cambios mucho antes que en los dos meses anteriores a unas elecciones. Al igual que los centros históricos de las ciudades se han convertido en parques temáticos sin vida, con una escenografía de plástico IKEA y modernos de mentira, que confunden vanguardia con un corte de pelo atrevido, la izquierda está secuestrada en una dinámica que ha sustituido la organización por comunicación.
Me contaba hace unos meses uno de los tres ediles de Podemos en el Ayuntamiento de Sevilla que su grupo municipal no tiene establecidas visitas semanales a los barrios de la ciudad. Me lo decía con naturalidad, sin ser consciente del drama y de lo inútil que es una izquierda que no sale a buscar a la gente que quiere atraer.
Dar solución a un bordillo que se ha roto, a un semáforo que no funciona, a una renta de inserción no tramitada o arreglar el columpio del parque es alta política para la gente sencilla, son las cosas que la gente siente como importantes mientras la izquierda presenta en los plenos municipales mociones inútiles para derogar leyes estatales, sin vinculación jurídica, que ni leerán los diputados en Cortes ni se convertirá en una medida que transforme la vida de nadie.
A la izquierda le da miedo los barrios, le da susto sentarse con una señora en bata y babuchas y que ésta le cuente sus preocupaciones en un lenguaje desprovisto de la retórica ideologizada, pero no por ello sin carga política. Cuatro años se tiró el exalcalde popular de Sevilla Juan Ignacio Zoido yendo, cada día, a visitar los barrios de la ciudad, a preocuparse –o parecer que se preocupaba- por el acerado, los árboles, los bordillos y el estado de los semáforos.
Zoido ha sido el alcalde que mayor número de votos y escaños ha obtenido nunca en el Ayuntamiento de Sevilla. No fue casualidad. La derecha, a la que la izquierda subestima en demasiadas ocasiones, se siente más cómoda en los barrios que quienes dicen defender a la clase obrera.
La izquierda ha sustituido las visitas a los barrios, en compañía de los líderes vecinales que hacían visitas guiadas en compañía del vecindario antes de que la izquierda fuera hipster, por tuitear y mensajes en Facebook. Se han sustituido a las agrupaciones del partido en los barrios por los gabinetes de prensa, a los militantes por politólogos y a las estrategias políticas por argumentarios cortoplacistas.
Contaba el arabista Samir Namir en una conferencia en Huelva, organizada por la Universidad Internacional de Andalucía, que las revoluciones árabes habían sido hegemonizadas por los fundamentalistas islámicos porque, mientras la izquierda con la barriga llena se iba a estudiar y cada fin de semana a las principales capitales europeas, los Hermanos Musulmanes se habían dedicado a estar en los barrios de El Cairo donde la gente vivía como en el siglo XVI.
Cuando llegó el momento, la gente votó a quienes conocían y no a quienes decían defenderles. El resultado es que las revoluciones árabes se han convertido en un funeral reaccionario que ha frustrado los sueños de democracia que tenía una parte importante de las sociedades árabes. Bien es cierto que EEUU ha intervenido en la zona para tiranizar a una región cercana a Israel, pero no es menos cierto que, salvo Túnez, la primavera árabe se ha convertido en un frío y oscuro invierno donde no parece que vaya a escampar.
Para que el 15M de la derecha no termine en convertirnos en un país más oscuro y duro con la gente sencilla, la izquierda tiene que salir de su parque temático, de sus centros históricos gentrificados, llenos de bares, tiendas de ropa modernas y locales cool, y pisar los barrios donde transcurre la vida real de la gente que, condenada a la exclusión social, está hastiada y han decidido quedarse en casa porque seguramente piensen que, una democracia que socialmente les niega una vida digna, no tiene nada mejor que ofrecerle.
O la izquierda llena los barrios o los barrios serán copados por la ultraderecha para echar a pelear a los que tienen poco contra quienes no tienen nada. O la izquierda sale de los barrios gentrificados o lo que se gentrificará serán la democracia y los derechos sociales, civiles y laborales.
Comentarios