Junto a una pequeña caseta de madera, ubicada a pocos metros de la entrada, comienza la ruta. En una mesa auxiliar hay colocados varios prismáticos y algunos folletos. En la llamada Doñana gaditana, en el codo de la Esparraguera, donde el Guadalquivir gira y enfila en dirección a Sanlúcar, hacia el Atlántico, hay una extensión de terreno donde se para el tiempo. El estrés y los nervios se quedan en la puerta. Al traspasarla, están esperando Beatriz, Rosa y Ana con una sonrisa.
En este paisaje de película —de hecho, muy cerca se rodó El imperio del sol y, recientemente, Lobo feroz, protagonizada por Javier Gutiérrez— se pueden hacer muchas cosas. Desde asistir a una ruta guiada por los esteros, donde se crían lubinas, doradas o lisas —conocidas aquí como albures—, avistar aves como cigüeñuelas, flamencos, espátulas o la cerceta pardilla —una especie amenazada—, asistir a despesques, o degustar pinchos y caldos de la tierra, aunque puede que dentro de poco también se pueda recorrer a caballo.
Todo cabe en Esteros Tres60, una empresa de reciente creación. “Os pido que intentéis desconectar, que os relajéis”, dice Rosa Romero al comenzar la ruta a la que asiste lavozdelsur.es. Ella es fisioterapeuta, natural de Trebujena. Sus compañeras Beatriz Borge y Ana Rechi son licenciadas en Ciencias Ambientales, y trebujeneras de adopción. Este trío de mujeres ha unido sus “energías” para dar forma a un proyecto que llevaba tiempo rondándoles por la cabeza. “Las tres somos amantes de la naturaleza”, cuenta Beatriz. “Yo esta zona la descubrí por casualidad, estaba explorando el entorno, buscando aves”, dice, y se enamoró de ella.
A las marismas de Trebujena, para llegar al citado Codo de la Esparraguera, donde desde hace más de dos décadas la empresa Esteros del Guadalquivir creó pequeñas balsas para criar doradas, lisas o lubinas, hay que atravesar un camino que discurre en paralelo al Guadalquivir. Este lugar, catalogado como reserva ecológica hace una década, comprende una extensión de terreno de unas 250 hectáreas, donde se producen unos 300.000 kilos de pescado al año. Rosa, Beatriz y Ana quieren dar a conocer este patrimonio natural, primero a los vecinos de Trebujena, luego a quien se quiera acercar a este ecosistema.
Una vez se cruza la puerta, el paisaje cambia. Y los sonidos, los aromas. El canto de los pájaros es lo único que interrumpe el silencio, unas veces, cuando no lo hace el chapoteo de algún ave que se está refrescando en un estero. Con este entorno, no es raro que Rosa quiera dar clases de yoga o pilates. De momento, han comenzado por las rutas guiadas, que ofrecen a pequeños grupos, aunque en breve acudirán escolares. "Éste ha sido para mí un punto de encuentro familiar", dice Ana Rechi, cuyo marido trabaja en Esteros del Guadalquivir. "Yo empecé en la parte comercial de la empresa, pero venía con mis hijos, para sacudirme el estrés", señala. "Me parecía interesante que se conociera este entorno".
Durante la ruta se puede aprender que en estos esteros hay hasta 40 especies de aves, algunas de ellas amenazadas, como la cerceta pardilla, pero también para por aquí la malvasía, el águila pescadora, el morito común, la garceta, el martín pescador, el cormorán, la gaviota, y especies terrestres como conejos, zorros y hasta nutrias. Esta última especie es un "bioindicador", cuentan desde Esteros Tres60, de que las condiciones del agua son estupendas.
"Aquí hay un ecosistema parecido al de Doñana", relata Beatriz Borge, graduada en Ciencias Ambientales y especializada en educación ambiental. "Los humedales en general están en peligro, por lo que en estos esteros se ha hecho una labor muy importante de conservación de la cerceta pardilla, que está amenazada". "Mi misión es impactar a la gente de Trebujena", relata Borge. "Mucha gente se queda en la puerta, nunca han entrado, y cuando lo hacen creen que están en otro lugar, no saben lo que hay aquí", agrega su compañera Ana Rechi. "La sociedad necesita encontrarse consigo misma", aporta Rosa. "El ritmo que llevamos no ayuda a que podamos parar y pensar qué queremos", dice. Eso se puede conseguir entre esteros.
Conforme continúa la ruta, se van avistando aves y el visitante se mimetiza con el entorno. Y también conoce las técnicas utilizadas para pescar las especies que se crían en los esteros. Para eso aparece Francisco Romero, conocido en Trebujena como El Largo, que despliega una atarraya, una red redonda con pesos en sus extremos, que tira con destreza al estero, y arrastra para coger varias lisas. Luego hace lo mismo con una nasa, una red cilíndrica con forma de embudo con la que se pescan camarones. "Al camarón lo engañamos, para sacar rendimiento a la parcela le quitamos agua para que crea que va a morir y se reproduzca, así tenemos más", cuenta.
"Queremos hacer rutas con los colegios y llevar a los visitantes a probar vinos de Trebujena a las cooperativas", cuenta Ana Rechi sobre Esteros Tres60. "Nos llamamos así porque somos tres y vamos a ir variando la experiencia en función del clima", añade Rosa Romero. La fisioterapeuta cuenta que la intención de las tres emprendedoras pasa por "crear un espacio donde podamos hacer varias tareas, como talleres de yoga o pilates", aunque también rutas a caballo, que ya se lo han propuesto. Y todo lo que se les ocurra.
El respeto al medio ambiente es una de las bases de la empresa Esteros del Guadalquivir, que se autoabastece de electricidad con la energía solar que producen las placas instaladas en una parte de los terrenos, unas instalaciones diseñadas "para aprovechar el agua proveniente del río Guadalquivir, que mediante bombeo es introducida hacia las balsas de decantación y desde estas por gravedad pasan por canales a los estanques de cría y engorde”. En la Doñana gaditana, desconocida para muchos, algo se mueve, con un movimiento que abarca 360 grados.
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