Rafael, su flamenco inseparable y toda la vida en la Algaida: "Me daba más miedo el mosquito que lo otro"

Agricultor de navazo y ganadero, este sanluqueño de 71 años se ha hecho viral por la relación con uno de los flamencos que crían y reproducen sus hijos en el único centro del mundo de protección de aves esteparias amenazadas. La impronta, que la descubrió el Nobel Konrad Lorenz, es un proceso biológico tan natural como frecuente

Rafael junto a su inseparable Currito, el flamenco que le tiene como un padre. Autor: MANU GARCÍA

Si el vienés Konrad Lorenz viviese seguro que le gustaría conocer a Rafael López y familia, sanluqueños de Monte Algaida. El Nobel de Medicina en 1973, uno de los científicos e investigadores más importantes del siglo XX, zoólogo, padre de la etología —ciencia que estudia la conducta animal— descubrió la impronta, un proceso biológico de aprendizaje y apego por el cual las crías se identifican con adultos sin que necesariamente sean de su especie.

Les observan e imitan y buscan en ellos alimento, refugio y, en suma, su supervivencia. Como Lorenz, Rafael cultivó desde muy pequeño su amor por los animales, aunque principalmente a base de trabajar en el campo. También, aunque suene paradójico, con la caza. Su padre, ganadero y agricultor en la marisma, entre eucaliptos, cerca de la desembocadura del río Guadalquivir, le dio instrucciones bien pronto para que hiciera su vida en el campo. “Con siete u ocho añitos empezaría yo a cuidar cabras, las vacas…”, relata a lavozdelsur.es, que recientemente visitó el proyecto que sus hijos han promovido en la colonia sanluqueña, el primer centro del mundo dedicado a la protección, cría y reproducción de aves esteparias, especialmente enfocado a la amenazada avutarda.

Rafael, en cambio, saltó a la palestra mediática de forma viral hará cosa de un mes por una anécdota en la que repararon hasta medios nacioanles, pero que para ellos es algo habitual cada temporada. La impronta, de hecho, es muy usual entre muchas especies, mamíferos incluidos. Igual que Konrad Lorenz criaba patos en su jardín y para algunos de estos animales el científico era mama pata, Rafael tiene ahora a su nuevo Currito, "el flamenco más endeblito de la última camada" que ha nacido hace unos meses en el llamado Pago de los Ranos, donde conviven cientos de aves, algunos primates en peligro, numerosos perros, y alrededor de todos ellos, la familia López Ibáñez.

Rafael, un hombre de campo de toda la vida. Autor: Manu García

El pasado 19 de octubre, Rafael cumplía 71 años, es bisabuelo por dos veces, y tiene a Currito que no le deje ni a sol ni a sombra. “Mi vida ha sido toda esto, desde chiquito”, responde cuando se le pregunta por la popularidad que repentinamente ha alcanzado en los medios. Su video sacando a pasear a Currito, llevándolo al bar… ha dado la vuelta a España. Pero más allá de eso, la vida de Rafael no ha sido fácil. “No le deseo a nadie el trabajo que he tenido. Con siete u ocho años, en lugar de tirar para el colegio, que estaba a 20 metros, me metía en los eucaliptos con las cabras, cayeran heladas o lloviera. Iba andando a que pastaran, esa calle —señala un camino próximo— era de arena y tenía una ropa y unos zapatos endeblones. Nací aquí, en el cañaveral, en un tollo que teníamos para regar parió mi madre, y se lavó con agua de nosotros regar, ¡Manda cojones eso! Eso sí, hambre nunca pasamos. La olla de mi madre hervía todos los días”, rememora.

"No le deseo a nadie el trabajo que he tenido. Con siete u ocho años, en lugar de tirar para el colegio, que estaba a 20 metros, me metía en los eucaliptos con las cabras, cayeran heladas o lloviera"

Ahora vive feliz, rodeado de hijos, nietos, bisnietos y muchos animales, la gran pasión de esta familia, empezando por las aves. En una enorme estructura metálica repleta de ánsares y gangas, mientras observa el manejo de su primogénito Rafael con las aves, Rafael se acuerda de cuando cazaba. “Nunca he matado una ganga con la escopeta, mi tiro favorito ha sido el conejo. El conejo con mis perros es un disloque”. La caza es respeto para Rafael, no se tira por tirar. Lo que se mata, se come.

Mientras suspira por aquella agilidad que ahora visiblemente ya no tiene, se le viene encima Currito. Se le cambia la cara. “Cuando lo cogí, empecé a hablarle, a hablarle, a hablarle, y al otro día llegué y le dije: ay, mi Currito, y me habló. Ya cayó. Ya estaba improntado. Vente, vente, lo cogí cerquita, me lié a acariciarlo, y ahora, vaya para allá quien vaya está ahí, pero si yo digo Currito viene como sea para estar conmigo, quiere conmigo”.

Rafael, junto a animales de su pago y su inseparable Currito, en días pasados. Autor: Manu García

En el campo de los López cultivan de todo: papas de la Algaida, boniatos, coliflor… “todo lo que es agricultura de navazo”. El navazo es una técnica de cultivo autóctona de la zona de la Costa Noroeste de Cádiz que consiste en regar con agua ligeramente salada. El resultado son texturas y sabores únicos en el mundo que se han convertido de un tiempo a esta parte en tendencia culinaria. Pero eso Rafael quizás ni lo sepa, porque no ha hecho otra cosa que lo se ha hecho siempre por allí. Como dar calor a los animales que nace más endebles o que tienen más dificultades para sobrevivir. O respetar a la flora y a la fauna. O cultivar de forma ecológica su huerta. O inculcar a sus hijos el amor por los animales, por la naturaleza. Lo del covid, por cierto, lo lleva medianamente bien.

“He tenido más miedo con el mosquito —se refiere al virus de la fiebre del Nilo, que ha causado algún que otro estrago en las provincias de Sevilla y Cádiz en el año del coronavirus— que con lo otro. Aquí todas esas aguas están muchas veces podridas, de escurrir los campos, por los desagües, y yo decía: veremos a ver… He estado asustado con los mosquitos”. En la zona han proliferado autoconstrucciones, todas irregulares por estar en una colonia agrícola que es suelo de dominio público, pero allí resisten. “Algunas multillas se pagaron…”, dice Rafael, que subraya que “los niños ya no quieren campo”, aunque “los míos ha sido dale que te pego toda la vida. Esto es muy duro, tractor para arriba y para abajo”. “¡Ay mi chiquitito!”, dice Rafael a Currito, mientras este ave, lejos todavía de volverse rosa, da saltitos acurrucándose como puede entre el cuerpo enjuto y robusto de un hombre de campo de toda la vida. El vínculo con un perro, decía Konrad Lorenz, es el más duradero de esta tierra. Si hubiese visto la relación inseparable de Rafael y Currito, quizás habría añadido también al flamenco.

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