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La pregunta que planea es saber si ha servido de algo la normativa de violencia de género para proteger a los menores.

Siempre se ha dado por supuesto que los padres son mucho más violentos con sus hijos que las madres. Un caso paradigmático fue el de José Bretón que asesinó y quemó cruelmente a sus dos descendientes para hacer daño a su esposa. De hecho, para intentar evitar estas situaciones, se aplica la normativa de violencia de género a estos supuestos.  

Curiosamente en la literatura, especialmente en los cuentos, parece el mundo al revés, ya que infinidad de personajes malvados son mujeres. No solamente se han descrito un montón de brujas perversas, sino que se ha dado protagonismo a un sin número de madrastras maliciosas, como las famosas de Cenicienta o Blancanieves. Incluso en el cuento de Hansel y Gretel era la madrastra la que convence a su marido para abandonar a los hijastros en el bosque, ante la falta de alimentos en la casa.        

Pero la maldad no tiene sexo. Un menor está en inferioridad  física y psicológica ante personas adultas, sea del sexo que sea. Si nos atenemos a las estadísticas nos llevaríamos una gran sorpresa. Los datos chocan con el imaginario colectivo. En los últimos cinco años 25 mujeres (incluyendo tres madrastras) han acabado con la vida de veintiocho menores (hijos o hijastros)  frente a los 20 padres, parejas o ex parejas que han matado en el mismo periodo a 24 niños.

Hasta el desgraciado caso de Gabriel, como consecuencia de una gran exposición mediática del suceso, no se ha visualizado esta realidad tan oculta. Siempre se ha partido del mito de que la mujer por sistema es buena y que el hombre por el mero hecho de serlo es violento. Y nada más alejado de la realidad. Estamos hartos de observar que cada vez que un hombre mata a un hijo la movilización de la calle es masiva, pero cuando es al contrario casi nadie se moviliza e, incluso, apenas recibe atención de los medios informativos. Parece como si reflejar con objetividad los sucesos provocara una baja difusión informativa,  ya que éstos tienen más audiencia sólo cuando hay morbo. Para la prensa, la muerte de un hijo por su madre no aumenta las tiradas de los periódicos. En algunos casos, incluso se justifica esa conducta de su progenitora, culpando al varón de llevar a su pareja a la desesperación.  

La pregunta que planea es saber si ha servido de algo la normativa de violencia de género para proteger a los menores. Estoy convencido de que sí, pero habría que ir más allá, dado que la realidad es distinta de la que suponíamos. Deberíamos aplicar también la misma dureza legislativa  que se aplica a los hombres a las mujeres que actúan tan perversamente. No tiene sentido que al hombre se aplique con más rigurosidad el castigo por estos casos y, en cambio, con la mujer la ley se comporte más lasamente.  

En una sociedad donde la igualdad debe primar por encima de todo, mantener estas discriminaciones por razón de sexo no tiene sentido,  sobre todo cuando lo que tratamos de proteger (la vida de los más desprotegidos, los menores de edad) no tiene el amparo necesario. Además, los niños, a diferencia de otros colectivos,  no salen solos a la calle a manifestarse por sus derechos, ni hacen huelgas. Nuestros hijos son nuestro futuro. ¿Quién los protegerá? Una solución seria y rigurosa a esta problemática sería desarrollar una nueva Ley Integral de Protección del Menor más preventiva y encaminada a atender todas las necesidades de los que no tienen una voz propia: nuestros hijos.   

P. D. Desgraciadamente después de haber redactado este artículo se produjo en Getafe el asesinato de dos hijos por su padre, aumentando por tanto las fatídicas estadísticas.

Sobre el autor:

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Claudia González Romero

Periodista.

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