Entre caños y salinas, San Fernando invita a viajar sin prisa por una Bahía de Cádiz que huele a marisma y a sal. La ciudad nació mirando al agua y sigue haciéndolo: senderos de madera surcan el Parque Natural Bahía de Cádiz, con miradores para avistar flamencos y rutas que conducen al Molino de Mareas del Zaporito, símbolo de una cultura salinera que regresa con fuerza. En el casco, el Real Teatro de las Cortes recuerda 1810 y la ebullición constitucional; a pocos pasos, la Iglesia Mayor y plazas de reja blanca animan el paseo. El pulso contemporáneo lo pone Camarón de la Isla: el Centro de Interpretación traza la biografía del mito y la ciudad ofrece una ruta por sus escenarios vitales.
Para un día completo, combine marisma y patrimonio: mañana de bicicleta por las salinas, tarde de museos y, al caer el sol, tapeo marinero. La mesa manda: ostiones, cazón en adobo, tortillitas de camarones, cañaíllas y pescados de estero. El Trambahía, el tranvía de la Bahía de Cádiz, facilita la llegada sostenible desde Cádiz o Chiclana; dentro, todo es escala humana: cafés, comercio local y terrazas donde el tiempo se estira. Si queda margen, asómese al Panteón de Marinos Ilustres (visitas concertadas) y aúne memoria y mar.
La gran playa cinco estrellas de Cádiz
Camposoto es la playa salvaje de San Fernando, su arenal cinco estrellas: kilómetros de arena fina, dunas móviles y pasarelas de madera que protegen la marisma. En temporada estival hay servicios, pero el espíritu sigue siendo natural. Con el Castillo de Sancti Petri al fondo, el arenal invita a caminar hasta Punta del Boquerón. Un lujazo cinco estrellas abierto al Atlántico.
