Desde los primeros asentamientos prehistóricos hasta la cuna de la soleá, Alcalá conserva un legado vivo que une tradición panadera, espíritu mediterráneo y una profunda raíz cultural andaluza. El castillo que se alza sobre un escarpado cerro de albero, que fue hogar de reyes y nobles, o la Vía Augusta que une Cádiz con Sevilla, son dos ejemplos de un pasado rico e intenso.
Entre molinos centenarios, pinares y miradores naturales, Alcalá de Guadaíra se revela como un destino ideal para el turismo de naturaleza y aventura. Su entorno fluvial permite practicar senderismo, ciclismo o kayak, mientras sus rutas culturales y gastronómicas completan una experiencia que combina deporte, historia y la esencia más auténtica de Andalucía.
Alcalá de Guadaíra es una ciudad que ha tejido su historia de forma ininterrumpida desde el Calcolítico, hacia el 3.000 a. C., cuando los primeros asentamientos humanos se establecieron en la zona de Gandul. Por su territorio pasaron distintas civilizaciones —prehistóricas, fenicias, íberas, romanas, visigodas, andalusíes y castellanas— hasta que, en 1280, el rey Alfonso X fundó oficialmente la villa de Alcalá.
A lo largo de los siglos, el municipio fue creciendo gracias a su pujante actividad agrícola y ganadera, su industria panadera y la llegada del ferrocarril, que impulsó las comunicaciones con Sevilla. No en vano, Alcalá ha sido conocida tradicionalmente como ‘Alcalá de los Panaderos’, por el intenso comercio de pan que durante generaciones abasteció a la capital andaluza, primero a lomos de mulos y más tarde en trenes cargados de hogazas.
El flamenco late en Alcalá de Guadaíra con el compás de la soleá, cante profundo nacido en el barrio de San Miguel. Entre cuevas y calles empedradas surgió este palo esencial del flamenco, símbolo de la identidad alcalareña y referente para artistas que hallan en su eco la verdad del cante.