El Pasaje, el restaurante más antiguo de Conil: Hemingway, Welch y 1.000 tapas de ensaladilla al mes

Regentado desde hace más de 90 años por cuatro generaciones de la familia Sánchez, la historia de este negocio frente a la playa de los Bateles comenzó en un chozo en el que 'repostaban' los marineros hasta convertirse en una referencia cultural y gastronómica con el paso de las décadas

Jesús Rubio, encargado de El Pasaje en Conil, con uno de los platos y delante de una foto gigante de la época en la que actuaban los Trafles en el local.

Hemingway estuvo en Medina Sidonia en casa del torero Antonio Ordóñez y desde allí frecuentó Conil de la Frontera, en la costa gaditana, para buscar tierras. Quedó tan enamorado de aquello el bueno de Ernest —y esto ya quizás sea leyenda— que en una de las correspondencias con su hijo hablaba de la localidad conileña y de El Pasaje con vivo entusiasmo.

Corría finales de los 60 y en aquella tasca marinera ya sonaban los greatest hits del momento en los dos jukebox —monedas a cambio de música, artilugio conocido en España como sinfonola— que trajo Manolo Sánchez, uno de los integrantes de las generaciones de propietarios del establecimiento. También cada fin de semana, de manera independiente al trasiego de pescadores de regreso de mar adentro, era el momento en el bar de la actuación en vivo de los Trafles, un grupo local que hacía las delicias del público.

El público venía de todas partes, incluso de otros puntos de la provincia, y además venía por un cine de verano aledaño al bar-restaurante. Ese restaurante que antes fue bar, que mucho antes fue tasca, y que mucho, mucho antes fue chozo de reunión de marineros, era un garito de moda de aquellos años, más grises que otra cosa en la España franquista. “Siempre ha sido un punto de encuentro, en todas sus épocas, y un espacio de actividad cultural”, defiende Jesús Rubio, encargado, junto a Sandro Rodríguez, del que probablemente sea el negocio hostelero más antiguo de Conil.

El Pasaje tiene más de 90 años de historia entre sus paredes desde que se fundara en 1929. Nueve décadas contemplan a un negocio que ha resistido los temporales y mantiene a día de hoy una carta que mezcla calidad, tradición y modernidad en uno de los puntos turísticos clave del litoral gaditano. Un año antes, una humilde familia, la de Diego Sánchez Moreno y Ana la Currita, llegada al pueblo desde Barbate, se asentó en aquella primera línea de costa de la época, entre la desembocadura del Río Salado y la playa de los Bateles.

El equipo al completo, con Jesús y Sandro, segundo y tercero empezando por la izda.   MANU GARCÍA
El paisaje de los Bateles, con El Pasaje al fondo.   MANU GARCÍA

“En aquel momento era muy denigrante vivir junto al mar. Hasta los marineros solían residir en los barrios altos de los pueblos”, recuerda Jesús, enseñando la enorme fotografía de la época que decora una de las paredes del restaurante. Tan cerca del mar estaba El Pasaje que, según cuentan, en el muelle que entonces había en la zona un barco soltó su amarre y acabó dentro de lo que entonces apenabas pasaba de barracón sin luz ni agua.

Antes de que hubiera paseo marítimo, el río y una duna separaban al negocio de la arena de la playa. Hacía las veces de lonja o daba cobijo a los marineros para que empinaran el codo. Luego, en la etapa de Ana, Diego y Manolo, los hijos de Diego y la Currita, el bar reviró hacia lo cultural, “todo gracias a Manolo, que iba por delante en todo, estaba atento a todas las novedades”.

Otro de los platos del restaurante.   MANU GARCÍA
La familia de El Pasaje, incluyendo a sus propietarios en el 90 cumpleaños del local.   MANU GARCÍA

“Manolo fue el precursor de todas las ideas nuevas”, insiste Jesús, antes de que Sandro cambie el tercio: “Esto empezó con nada de espacio, luego una cocinilla pequeña y poco más”. Ninguno vivió el momento en que cruzó la puerta Hemignway y se pidió un trago. Ninguno lo vivió porque Jesús ha estado en dos etapas en el negocio y tiene 58 años, y Sandro lleva casi treinta años desde que empezara como ayudante de cocina en un restaurante que ahora sirve una media de 1.000-1.200 tapas de ensaladilla  al mes. ¿Qué lleva? “Muy simple, patatas, mahonesa y mucho atún de la almadraba de Conil”, explican. Y añaden: “Hay cosas que por mucha innovación que introduzcamos en los platos no podemos quitar, la gente las viene buscando”.

En temporada alta, aquel chozo de la Currita tiene ahora casi una veintena de empleados, que luego bajan a la docena en temporada baja. Lejos del bullicio de julio y agosto, El Pasaje recibe las luces de sol de otoño a primavera sirviendo sus arroces —atención al que lleva pescado del litoral a la espalda—, su carne al toro, su calamar de potera, sus croquetitas cremosas de bacalao con sashimi salvaje y esferas de trufa, o su carpaccio de gambas blancas con arándanos y caviar de aceite de olivar virgen extra.

Uno de los arroces.   MANU GARCÍA
Con ella llegó el escándalo... Raquel Welch 'vive' en Conil.   MANU GARCÍA

Buenas críticas sobre calidad-precio, inmejorable servicio, gran calidad con una carta muy centrada en el producto y en el kilómetro cero. Y una longeva y gloriosa historia detrás. Larga, densa, plagada de anécdotas, de recuerdos, de obstáculos... Una emocionante memoria sentimental que lleva a asistir a cosas tan excéntricas en el interior del restaurante como ver colgado un enorme póster de Raquel Welch en el que aparece como una Diosa —“si vieras la de gente que venía en peregrinaje a verlo, era casi un escándalo; y luego, la de gente que lo ha querido comprar”—. Una memoria que también lleva a tener decorando el comedor principal una serie de cartelitos de cine clásico que hacen homenaje al antiguo vecino con pantalla grande del que El Pasaje se beneficiaba en su día.

"Esto ha sido un negocio familiar, con más de 90 años y cuatro generaciones de la familia Sánchez, y ha sido un punto de encuentro en distintas épocas y décadas", recalca Jesús, que cuenta que el vínculo de la familia con el establecimiento ha provocado que incluso descendientes de los fundadores hayan compaginado sus estudios con el trabajo en verano para conocer qué era eso que tanto orgullo despertaba en la familia. Era, y es, El Pasaje.

Quizás fue el nombre de otro negocio que tuvo Diego —que alquiló el chozo en los tiempos de la II República—, o quizás, como explica Jesús, fue el nombre que le dieron porque estaba en el pasaje del centro hasta la playa. Un pasaje de un Conil en sepia que Manolo Sánchez, el inquieto taxista y peluquero, quiso convertir en un Conil en Technicolor. "Toda la gente joven paraba aquí, se conoció mucha gente", rememoran.

Terraza exterior del negocio, en la avenida de la Playa en Conil.   MANU GARCÍA
Cartelería del antiguo cine de verano, en el interior de El Pasaje.   MANU GARCÍA

¿Y estuvo Hemingway? "Es cierto que estuvo aquí, te podría decir hasta dónde se sentó. Unos señores extranjeros estaban en Cádiz hospedados en el Parador, alquilaron un taxi para venir aquí, porque eran muy seguidores de Hemingway, y se tomaron una copa en el mismo rincón que él lo hizo". "En ese rincón estuvo", señala Jesús, mientras cambia el vinilo de una de las cartas ante el vaivén de precios tras la pandemia y las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania.

"El borriquete o el marisco están caros, es normal en esta época del año porque hay mucha demanda, pero es verdad que, por semana, lo mismo sube el gas que el aceite". Fue Hemingway el que escribió: "La primera cura para una nación mal administrada es la inflación de la moneda; la segunda es la guerra. Ambas aportan una riqueza temporal; las dos traen una ruina permanente. Pero ambas son el refugio de políticos y económicos oportunistas".