El Liba, 85 años como mirador del Cádiz eterno

Carlos López, tercera generación, oficia en un mostrador que guarda un siglo de historia cotidiana

El nieto del fundador, ante la estantería que guarda una colección de casi 1.500 botellas en miniatura.
El nieto del fundador, ante la estantería que guarda una colección de casi 1.500 botellas en miniatura. MANU GARCÍA

El próximo martes 14 de noviembre se cumplen 85 años desde que lo fundara José María Ruiz López. El buen señor lo abrió en plena Guerra Civil (1938) para dejar claro que nunca son malos tiempos cuando hay ganas o necesidad.

El aniversario lo vivirá su nieto al frente de una barra que es una cátedra de discreción y saber hacer (know how, dicen ahora). El Liba sobrevive con una salud de hierro forjado y madera clara en mitad de un Cádiz eterno, inmune sin vacunas a modas turísticas y vaivenes digitales.

Un modesto edén con olor a café y forma de 'L'. Dentro, y en su terraza, a dos calles, el encuentro sereno y la tertulia ocasional son tan naturales como la solitaria lectura o la contemplación silente del paso de los demás.

Carlos López Galván (Cádiz, 1966) es un maestro involuntario que dio relevo a su padre, que sucedió al abuelo fundador. El jefe de todo esto combina la frase exacta, la ironía más elegante, con la pausa observadora. Las ha visto de todos los colores y entre todas las opciones prefiere la sonrisa, la cortesía que supone una atenta distancia. No se mete en nada. Está en todo.

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Carlos López sirve una cerveza con el capote enmarcado en la pared del fondo.  MANU GARCÍA

El nombre, El Liba, procede del verbo en desuso, tan latino, y es una sugerencia de la poeta gaditana Adela MedinaGitanilla del Carmelo. Para vivir otra fecha señalada, el local ha recibido un pequeño repaso.

Nueva cubierta inferior de la mítica barra, toda claridad. Nuevas lámparas alineadas, retro, color caldero. Idea y obra de Raúl Olvera. Más luz sin quitar brillo a su ausencia, al octogenario encanto que guarda.

Nada de cocina, "aunque mi abuelo llegó a poner unas tapas, algunos platos, durante algunos años. Ahora, como mucho, algunos bocatas en Carnaval, en Semana Santa" pero poco más. La oferta principal son los dos espacios, interior y exterior, que ofrecen refugio a una legión de fieles parroquianos.

Aún son mayoría, aunque conviven cada vez con más turistas. Un prodigio ancestral hace que los recién llegados entiendan al segundo. Es para estar, sentir y ver. Fuera ruidos, prisas, fiesta ni grandes reuniones. Si fuera posible trasladarlo colgado de un helicóptero, encajaría a la perfección en el lugar más auténtico que aún quede en Rabat, Estocolmo, París o Estambul.

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Las paredes están llenas de carteles que dan testimonio del pasado reciente de Cádiz.  MANU GARCÍA

Tiene fama de servir uno de los mejores cafés de la ciudad y del planeta. Puede que sea por la eterna marca que usa, por la máquina perfecta o por la quirúrgica pericia al usarla, pero hasta el descafeinado, condena y consuelo para tantos, es incomparable con casi todos.

Desayunos de los simples por la mañana. Algo de bollería por la tarde. Sin más. Un mundo de aromas y sabores que se pega a la memoria. Generaciones recuerdan las meriendas a base de los dulces de La Torre que despachaba. Ahora "son de La Madrina, un obrador que antes fuera La Rosa de Oro", detalla Carlos.

Hay espacio para el vino, antaño centro de cada reunión y ahora rareza. Para la cerveza, omnipresente en estos tiempos modernos. Siempre a la hora del aperitivo, del vermú, dirían los clásicos. También a primera hora de la noche, "antes de cenar, eso le gusta mucho a los turistas". Cierra temprano. Seriedad.

Como prueba etílica y atractivo estético, una insólita colección de botellas en miniatura. Son casi 1.500 distintas. Los clientes aportan sus rarezas a un patrimonio de origen familiar, heredado como todo.

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A pesar de su céntrica ubicación, los residentes en Cádiz aún son mayoría entre su amplia clientela diaria.  MANU GARCÍA

La mejor condición del Liba, además de foro, es la de mirador. Sentarse en sus mesas interiores, con tres grandes puertas, o en su terraza dividida entre Ancha y San José, permite verlo todo.

Por delante han pasado Tom Cruise en moto (no deja que le doblen extras), todas las cofradías cuando el tramo era carrera oficial, las mayores leyendas del Carnaval vestidas de paisano y con tipo, escritores abrumados, pintores mirones, todos los alcaldes y varios presidentes de gobierno.

Estar en mitad del centro, frente a otro clásico como la heladería Los Italianos, tiene todo eso y mucho más, invisible, intangible. Es el ombligo anciano de un mundo gadita extemporáneo, otoñal e invernal, alérgico a la velocidad de crucero.

A los oriundos anónimos, además, El Liba les condena al saludo. En Cádiz, todo el mundo desfiló por su pasillo de baldosas amarillas. Y azules. Hasta las hermanas Sicur que inventaron un adjetivo.

Ha sido sede de intrigas de todos los colores. Está a dos pasos, equidistante, de la sede provincial del PSOE y del Partido Popular, del escenario perenne de San Antonio, de tiendas, ateneos y salas de exposiciones. Es difícil encontrar a un gaditano de la provincia que no haya tenido allí una conversación, un reposo.

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La celebérrima terraza une las calles San José y Ancha.  MANU GARCÍA

Sus paredes hipnóticas dan fe de viejas conversaciones, muchas en extinción. Un capote enmarcado, obra del sastre Pepe Díaz, deja constancia de las perdidas tertulias taurinas. Otro cartel recuerda que la ciudad, por fortuna, vive sin plaza de toros desde 1967.

Una manigueta, que llevara el mítico capataz El Pájaro, preside una mesa en la que aún se dan conversaciones cofrades. La reproducción de un mapa de la ciudad en 1647 deja claro que se puede hablar de todo lo demás que tenga que ver con la ciudad y con el mundo. Incluso se puede callar.

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La mesa del único rincón interior, escenario de míticas tertulias cofrades, taurinas y políticas durante 85 años.  MANU GARCÍA

Carlos es tan humilde que, afirma, tampoco tiene mucho más que contar. "Mi tío, Marcelino León, que tenía un almacén, un ultramarinos, sí que cuenta cosas, sí que sabe historias del Cádiz de aquella época. Es ponerte a escucharle y no puedes parar".

Seguro que el Tío Marcelino tiene anécdotas, andanzas y viviencias que decir. El Liba, también. Conserva la virtud de guardarlas sin mostrarlas, sólo insinuarlas. Bien vivo 85 años después pero discreción por encima de todo. Aquí se viene a ver. Mucho más que a ser visto. A oír. Mucho más que a decir.

Sobre el autor:

Afot

José Landi

Nacido en Cádiz, en 1968. Inicia su trayectoria en 1990. Columnista, editorialista, redactor, colaborador, corresponsal o jefe de área en 'El Periódico de la Bahía de Cádiz', 'Cádiz Información', 'Marca', 'El Mundo' y 'La Voz de Cádiz'. Ha colaborado en magacines o integrado tertulias de Canal Sur Radio, Cadena SER, Canal Sur Televisión, Onda Cero y COPE. Premio Paco Navarro de la Asociación de la Prensa de Cádiz en 1997 y 2012 (a título colectivo). Premio Andalucía 2008 a la mejor labor en internet (colectivo). Ganador del I Premio de Relatos Café de Levante. Autor de la obra de autoficción ("no sabía que existiera ese género", dice) 'Ya vendrán tiempos peores' (Editorial Cazador, 2016). Puso en marcha el proyecto de periodismo gastronómico 'Gurmé Cádiz' y mantuvo durante diez años blog como 'El Obélix de San Félix' y 'L'Obeli'. Forma parte del equipo que realiza el 'podcast' de divagación cinematográfica 'A mitad de sala'.

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