Lo cierto es que la Geología nos habla de una línea de costa en las proximidades de la ciudad… Pero hace varios millones de años. ¿Qué hay de realidad y de mito en torno a las Playas de San Telmo? Las 'costas de Jerez' se encontraban en las laderas de Vallesequillo, Cerrofruto y las hoyancas de San Telmo.
Estos días luminosos de mayo y junio, antesala del verano que se presiente ya muy cerca, invitan a pasear por la costa. Así que, sin pensarlo dos veces, hemos aprovechado la mañana del domingo para llegarnos a ese litoral marino que tenemos al lado de casa y, de paso, ejercitarnos en las artes del “marisqueo”. Para ello no ha sido preciso salir de la ciudad y el lugar elegido no ha podido ser más apropiado, ya que hemos vuelto con una cesta llena de los más variados productos del mar. Sólo había un problema: frescos, lo que se dice frescos, no estaban. Y es que algunas de las piezas recolectadas tenían ya… varios millones de años. Sí, han leído bien, algunos millones de años ya que se trata de moluscos depositados en el Plioceno cuando las “costas de Jerez” se encontraban en las laderas de Vallesequillo, de Cerrofruto y de las “hoyancas” de San Telmo.
Una parte de los Llanos de la Ina estaban también inundados y los esteros penetraban tierra adentro, por el cauce delarroyo del Carrillo hasta Espantarrodrigo, por el del Salado hasta los Llanos de Caulina y por el del antiguo Guadajabaque, desde El Portal, hasta las cercanías de la actual zona comercial de Luz Shoping y Área Sur. Una idea aproximada de cómo pudieron ser estas “costas de Jerez” la encontramos en los mapas trazados a mediados del siglo pasado por el prestigioso ingeniero de minas Juan Gavala Laborde, en ellos se muestra la evolución de los estuarios del Guadalquivir y el Guadalete al terminar su excavación y su posterior relleno con depósitos aluviales en época histórica (1). En ellos queda ya patente, como en la protohistoria, el mar inundaba las tierras situadas en las cotas bajas en torno a Jerez.
El profesor Juan Abellán nos informa de las pesquerías medievales en el Guadajabaque, topónimo de origen árabe que significa “el río de las redes” (2). Uno de nuestros historiadores más renombrados, Fray Esteban Rallón, recoge también un interesante testimonio sobre esta imagen Jerez como una ciudad bañada por los esteros: ”… mirada por la parte del mediodía está en una eminencia sobre una barranca, al pie de la cual está la madre vieja que fue del río Guadalete, cuya cercanía convidó con sus aguas a los vándalos que la trasladaron de Hasta para elegirle por sitio si bien hoy se halla, como dijimos, privada de sus comodidades por la razón que allí tocamos de haber el río mudado su corriente y, apartándose distancia de media legua, causando no pequeña incomodidad a sus habitadores en la parte del comercio que se funda en la navegación”. (3)
Otros historiadores como Mesa Xinete oMartín de Roa también se han referido en sus escritos a este Jerez rodeado de esteros, como lo ha hecho Bartolomé Gutiérrez quien en el capítulo V de su "Historia del estado presente y antiguo, de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera”, al ocuparse de la descripción de los ríos del termino de Jerez, hace numerosas e interesantes observaciones geográficas, algunas de las cuales tratan de demostrar esa repetida tesis de la historiografía más tradicional que sostiene que Jerez, en tiempos históricos, estuvo bañada por el mar, o cuando menos, por un brazo de las marismas en conexión directa con los estuarios del Guadalquivir y el Guadalete. Aunque Gavala y Laborde rechazó “de modo terminante” en su Geología de la Costa y Bahía de Cádiz (1959) la conexión en tiempos históricos de ambos estuarios a través de los Llanos de Caulina, quedan abiertas otras posibilidades, tal como ha publicado en un interesante trabajo sobre “Los canales de Jerez”, Alberto M. Cuadrado Román, cuya lectura recomendamos (4)
Cuando en 1787 termina de escribir su Historia de Jerez la geología no existe todavía como ciencia y la estratigrafía o la paleontología están dando sus primeros pasos. No es de extrañar por ello que las observaciones geográficas y fisiográficas de nuestro erudito local busquen apoyo en la autoridad de los textos clásicos (Estrabón, Ptolomeo, Pomponio Mela, Plinio…). Sin embargo, a diferencia de otros historiadores locales que le precedieron en los siglos anteriores,Bartolomé Gutiérrez apunta también hipótesis y conjeturas que fundamenta en datos que extrae de la observación directa, y, como en el ejemplo que hoy traemos, de lo que él mismo estudia en sus recorridos por los alrededores de la ciudad. Dejemos que nos cuente lo que, en el último tercio del siglo XVIII, ve en un corto paseo por el “camino alto de las Puertas del Sol”, en los bordes de la “Hoyanca de San Telmo” o por el camino que conduce a la “huerta de Geraldino, tal como puede leerse literalmente en el capítulo V de su obra:
Nuestro historiador, al observar los restos de conchas marinas que se acumulan en las cercanías de la ciudad, en esa “línea de costa” que configuran los cortados de la Hoyanca de San Telmo, Cerro Fruto y las faldas del camino de Geraldino, concluye que son la prueba evidente de que en tiempos pasados el mar estuvo ahí, “en la vezindad de los muros”. Y describe, con cierto detalle, como pudo hacer un pionero de las ciencias naturales, las especies que encuentra. Si tenemos en cuenta que en los albores de la geología, en pleno siglo XVIII, científicos que gozaban de reputado prestigio sostenían que los “fósiles” no correspondían a criaturas extinguidas sino que habían sido fruto de la “creación”, valoraremos aún más las observaciones que apunta Bartolomé Gutiérrez en 1787.
Hemos vuelto a recorrer estos mismos lugares, y de nuevo nos hemos adentrado por “el camino alto de las Puertas del Sol”, la actual zona de Estancia Barrera, aprovechando que las obras de una reciente promoción de viviendas y la adecuación de varios viales permiten observar los cortes del terreno. Hemos paseado por el camino de las Huertas de Geraldino(por la Hijuela de Pinosolete) y hemos bajado por uno de los “desagues” que menciona Bartolomé Gutiérrez, y buscado entre sus “derrumbios” los restos de moluscos marinos que citaba el historiador.
Pero esta vez, haciendo caso a sus indicaciones, nos hemos detenido en este lugar para observar los restos de conchas marinas “donde la curiosidad puede ejercitar la admiración contemplando la abundancia y su motivo”. Y hemos recogido sólo algunas de las muchas muestras que allí se encuentran de conchas bivalvas pertenecientes a moluscos marinos de los géneros Pecten (parecidas a las vieiras), Cardium (que recuerdan a las actuales almejas y berberechos), Ostrea (ostras) o Pectunculus (bivalvos de gran tamaño)… que se cuentan entre los más representados. No faltan tampoco ejemplares de otros géneros como Chlamys (que se asemejan a pequeñas “conchas de peregrino”), Anomia (de delicadas conchas finas y amorfas con tonos iridiscentes), Monia (especie de mejillon de concha irregular), Gryphaea…
Por todas partes el observador curioso encontrará restos fósiles bastante bien conservados que nos recordarán a los actuales ostiones, lapas, ostras, almejas, vieiras…esos mismos que describía en 1787 Bartolomé Gutiérrez y que más de doscientos años después les mostramos en las fotografías.
Para saber más:
(1) Juan Gavala y Laborde (1959): Geología de la Costa y Bahia de Cádiz. El Poema Ora Maritima de Avieno. Diputación de Cádiz. Ed. Facsimil. 1992. p. 71 y mapas.
(2) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. P. 145
(3) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV, p. 127.
(4) Alberto Manuel Cuadrado Román.: Los canales de Jerez. Revista de Historia de Jerez, nº 14-15, 2008-2009, pp. 67-90
(5) Mapa Geológico de España. Hoja 1.048. Jerez de la Frontera. Instituto Geológico y Minero de España. 1988. Pp, 20-21 y 33.
(6) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol I P. 48-49
