El bar museo de Neno: el primer local que abrió en Valdelagrana tiene "mucho que contar"

José Luis Benjumeda continúa en la avenida de la Paz el legado de su padre, al que todos conocían con este término gallego, que aterrizó en la zona en 1976

José Luis Benjumeda en la barra del bar Neno, el primer local que abrió en Valdelagrana.

Un salvavidas colgado en la pared homenajea al Marqués de Pezaguas. En un pequeño bar ubicado en Valdelagrana se divisa un azulejo con el mismo nombre. Detrás de esta misteriosa identidad se esconde un hombre al que todos llamaban Neno, que significa chico en gallego. “Mi padre se puso un título un poco ficticio”, ríe José Luis Benjumeda Adan, portuense de 73 años que le dio el relevo al señor con bigote que aparece en la fotografía situada a su espalda.

Se llamaba José Luis Benjumeda Molleda y fue hijo de una familia cántabra que se mudó a El Puerto hace décadas. “Ese es mi padre”, dice señalando el retrato. El que se ha convertido en uno de los vecinos históricos de la localidad, trabajó con los americanos durante muchos años en Obras Públicas y, un buen día, decidió montar su propio negocio en un lugar un tanto extraño, enfrente de los terrenos que hoy albergan Decathlon, en la avenida de Valdelagrana.

“Era un poco líder, los amigos lo seguían, pero decían que no iba a durar mucho”, dice el hijo del que llegó a hacer la vuelta ciclista a España con publicidad de las bodegas 501. A él también lo identifican como Neno, aunque “los más antiguos sí me llaman José Luis”. Estuvo junto a su padre desde 1968, año en el que inauguró un local, un chalet de grandes dimensiones al que bautizó como Rincón del Neno.

Fotografía de Neno en la pared del bar.   MANU GARCÍA

Por entonces, en la zona “no había nada, era un camino de tierra”, pero esta circunstancia no quitó las ganas de emprender a este portuense que inició su camino en la hostelería junto al dueño del inmueble. Con el paso de los años, “aquello no daba” y acabó quedándose solo.

"Mi padre fue un visionario"

Fue en esa época en la que Valdelagrana estaba aún en proceso de construcción y aún no se veían visitantes con toallas de playa al hombro. En 1974 comenzaron las obras del primer hotel de la zona costera que unos años después supondría un boom para el turismo en la ciudad. Y José Luis vio la oportunidad de cambiar la ubicación. Así, se instaló en el primer local que se divisaba al salir por la puerta del hotel Puerto Bahía. “Mi padre fue un visionario y dijo que nos cambiáramos aquí, que entonces tenía 100 metros”, cuenta su hijo en el interior del bar Neno abierto en 1976.

El establecimiento se convirtió en el primero que echó a andar en esta zona. “Yo era el que ponía las copas y mi padre el relaciones públicas”. Al portuense se le escapa alguna que otra sonrisa recordando los inicios del lugar donde lleva 43 años haciendo “malabarismo”. Ese en el que los turistas de entonces se paraban a tomar algo después de un caluroso día de playa.

Detalles de la decoración del bar del portuense.   MANU GARCÍA
Vista del local desde el exterior, en Valdelagrana.   MANU GARCÍA

Este portuense, que eligió la jubilación activa para seguir manteniendo en pie el legado de su padre ha vivido en sus carnes la evolución de Valdelagrana como destino preferido de muchas familias. A lo largo de estos años, ha creado un auténtico museo en las cuatro paredes del local situado en la avenida de la Paz. “La barra ha dado muchas vueltas, la llegué a tener sobre la ventana”, comenta frente a un cuadro que conserva un trozo de cinta usada en la inauguración del paseo marítimo, allá por el año 1973.

Como esta reliquia, hay unas cuantas repartidas por el espacio en el que han disfrutado turistas nacionales y algunos extranjeros. “Venían los americanos de los submarinos polaris y muchos madrileños y sevillanos”, explica Jose Luis que hace mención especial a los extremeños. Fue cónsul de Extremadura, por lo que, todos los vecinos de la tierra, acaban pasandose por allí y firmando en un libro de recuerdos.

Entre las caras que han pasado por el bar no faltan a los que él llama “los goteras” que son los clientes fieles, algunos con más de 80 años, que aún siguen acercándose al local para tomar un vaso de Whisky. Todas las tardes de lunes a sábado se pueden ver a los de toda la vida, amigos de la casa a los que el portuense cobra y guarda el dinero en una caja registradora con solera. “Marca un máximo de 100 pesetas, es de la marca National y la compró mi padre en Sevilla de segunda mano, pertenecía a un ultramarinos”, explica.

José Luis conversa con uno de sus clientes habituales.   MANU GARCÍA
Techo del bar Neno repleto de banderas en Valdelagrana.   MANU GARCÍA

El Neno es un bar repleto de recuerdos. No cabe ni un alfiler en este lugar que guarda muchísimas historias en sus entrañas. Hasta en el techo. Con solo levantar la cabeza, un sinfín de banderas cuelgan de él. “Aquí hay muchas cosas para contar”, asegura señalando a un trozo de tela. “Esta fue la primera, era de un grupo de moteros que vinieron al mundial de motociclismo de 1995 y la colgaron ahí, al año siguiente vinieron a llevarsela y luego siempre volvían a dejarla”, sostiene.

A partir de ese momento, amigos, conocidos y grupos empezaron a traerle banderas de todos los países que visitaban. Desde Rusia, pasando por Noruega y hasta Hong Kong. “Esa que está despintada es de unos amigos scouts que son mayores que yo”, ríe entre regalos que conserva con cariño.

"Todo tiene un por qué"

El bar cobra vida propia gracias a esta decoración tan singular con la que quedarse unos minutos observando. “Aquí todo tiene un por qué”, dice paseando frente a cuadros y otros objetos. Según detalla, los asientos en los que uno de “los goteras” disfruta de una consumición tienen más de 100 años y fueron rescatados de un petrolero de una compañía americana que desguazaron. “Teníamos un cliente que cada vez que venía se cargaba los taburetes y teníamos que soldarlos, mi padre decía que parecía un elefante”, cuenta.

El portuense toca la campana del Amarola.   MANU GARCÍA
Detalle de uno de los regalos expuestos en el bar.  MANU GARCÍA

Anécdotas y más anécdotas que caracterizan a este bar cargado de elementos marineros porque su familia tenía una naviera en Cádiz y porque José Luis es un enamorado de todo lo que tenga que ver con este mundo. Tiene una rueda de respeto del trasatlántico Ciudad de Sevilla, que se desguazó en El Puerto y un telégrafo que su padre compró en un anticuario de Madrid. “Este es igual que el que sale en la película Titanic”, dice posando su mano en la pieza. Después, muestra una bitácora sacada de un mesón gaditano, y a continuación toca una campana que durante muchos años navegó a bordo del Amapola, barco del capitán Emilio Baldosé.

“De vez en cuando hago limpieza, quito un montón de cosas y voy poniendo más”, comenta el portuense dejando a su derecha el busto de un marino mercante y un sombrero de un amigo que explotó el océano en ElCano.

Fotos antiguas de toreros, ciclistas o pilotos acompañan las veladas en este bar que sigue surcando Valdelagrana hasta que su cuerpo aguante. Desconoce si sus hijos tomarán el timón, “creo que no le gusta, a mi tampoco, yo he sido siempre más de ahí fuera que de aquí dentro”, bromea desde la barra. Entre historias, José Luis se asoma a la ventana desde donde se observa la rotonda que desde 2016 lleva el nombre de su padre. “Los amigos del bar abrimos una cuenta y metimos el dinero para pagarla”, recuerda.