Una cata pone punto y final a 'El vino, alma de mujer'.

Punto final a El vino, alma de mujer. La cita marcará un antes y un después. Debería hacerlo. La cata que puso el epílogo es otro botón de muestra. El alegato de Noelia Herrera y Jonocla Fotografía no puede caer en saco roto. Por el bien de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, pero sobre todo por la cuenta que le trae al vino de Jerez. Pese a las palabras finales emocionadas y el nudo en la garganta de su impulsora, no había en el ambiente la impresión de que algo estuviese terminando. Más bien todo lo contrario, porque es ahora cuando comenzarán a verse los frutos.

La cita en Los Jándalos no podía tener mejor broche que una cata. Dirigida por Mari Carmen Martínez, sumiller y comunicadora, estaba completa desde hacía más de una semana, y eso que coincidía con la primera de las que se celebran en el Alcázar con motivo de las Fiestas de la Vendimia. Miss Catas, que eligió personalmente los cinco vinos, se rodeó de un repóquer de mujeres que llevan el vino de Jerez en el alma. Todas han hecho doblete, porque han sido también protagonistas de la exposición fotográfica.

El éxito de la cata, como acertadamente dijo su directora, fue contar cosas de los vinos en vez de diseccionarlos. Ya de por sí el consumidor no busca sólo el producto, sino sensaciones. Cinco grandes vinos presentados por cinco grandes mujeres, y cada uno de ellos y de ellas con una historia que contar.

Rompió el hielo Rocío Ruiz, de Urium, una pequeña bodega familiar situada en la calle Muro. Su padre es un enamorado de los vinos de Jerez. Toda la familia es natural de Moguer, la cuna de Juan Ramón, y el nombre Urium es como se conocía a la localidad onubense en la época romana. Rocío empieza pidiendo a los participantes en la cata que intervengan, que pregunten y que expriman los puntos de vista y los conocimientos de las cinco profesionales que están en el estrado.Toda la gama de vinos de la bodega lleva el nombre de Urium. Nos presenta un fino en rama. Es norma de la casa que cada vino esté marcado en su tipo. Y vaya si lo está. Es un gran fino que parece recién sacado de la bota, donde ha estado criándose durante ocho años. Nada más servirlo en la copa el olor lo inunda todo. Tiene carácter e intensidad. Al no estar filtrado ni sometido a tratamiento alguno, puede ser que en el tapón haya algo de velo de flor, razón por la que al principio los clientes y amigos de la familia devolvían las botellas pensando que el vino se había pasado. Y lo que se sucedía realmente es que era una pasada. En boca es pan, almendra y tiene todo lo que debe tener un gran fino. Es de los de antes, como La Panesa de Emilio Hidalgo. De los que dejan una lágrima importante en el cristal de la copa que casi es un llanto. Elegancia, equilibrio, salinidad, amargor. Al haber sido objeto de una crianza larga ha perdido acidez volátil. Está muy seco, pero al mismo tiempo tiene cierta frescura. 

De la calle Muro marchamos imaginariamente hacia Diego Fernández Herrera. Allí, en Bertemati, nos aguarda un amontillado de doce años: Bertola, que nos presenta Sara Peña, embajadora en Madrid de Díez Mérito y una de las fundadoras de Sherrywoman. Llegó a Jerez hace diez años procedente de Extremadura. En su tierra había tomado contacto ya con el mundo del vino y había acudido a la London Wine con caldos extremeños, pero nadie les recibía. Al repetir años más tarde con los de Jerez fue consciente de la trascendencia y de la herencia del pirata Drake.

Profesora de Análisis Sensorial de la Escuela de Hostelería y Turismo, asegura que el jerezano que bebe vino de Jerez se va directo al amontillado. Ya lo creo. Este Bertola de doce años tiene un color viejo ámbar oscuro que denota su vejez. La mezcla de crianza biológica y oxidativa le da las notas características de esta maravilla de nuestras catedrales del vino. Nos advierte que es más de boca que de nariz, donde detectamos ligeramente la avellana, la vainilla, la miel y las naranja. Pero todo de forma muy sutil. Se cría en una solera paralela a uno de los grandes vinos de siempre, el amontillado Fino Imperial, con más de treinta años. A decir de Carmen Martínez, “empieza tímido y se vuelve grande”. No puede expresarlo mejor.Especialmente emotiva me resulta la tercera intervención. No tanto por el vino, que es otro vinazo, como por la persona que hablará de él. Desde González Byass llega Silvia Flores. Bendita la rama que al tronco sale, porque es hija de mi admirado Antonio Flores, el hacedor de vinos. Si seguimos con el inagotable refranero español, de casta le viene al galgo. Nos presenta el palo cortado Leonor. Ahí es nada. Desvela que etimológicamente el nombre significa en griego “poseedora de luz”, lo que contrasta con los muchos años que ese vino ha estado escondido en bodega antes de ser reconocido en todo el mundo. Silvia entiende que la definición que da el Consejo a este accidente, o más bien milagro, de la bodega —el vino que parece un amontillado en nariz y en boca un oloroso— “se queda corto”. A partir de ahí, destaca a la vista su limpieza y brillo, y en nariz su aroma punzante con aromas de frutos secos, vainilla, miel y toffe. Qué me alegro por la saga Flores y por Jerez.

Noelia Herrera, que está a mi lado durante la cata, acaba de darse cuenta de que no dejo de picar frutos secos —nueces y almendras, principalmente— y vierte el contenido del plato de al lado. Flaco favor me está haciendo.

Desde Manuel María González hasta la calle Arcos. De Lustau llega otra jerezana, Isabel Ortegón, que empezó en El Puerto con Caballero antes de que el grupo adquiriera la bodega en 1990. Destaca el creciente interés por los vinos de Jerez de los consumidores nacionales, y la pasión e interés que demuestra en sus visitas a la bodega. Nos habla del oloroso Don Nuño. Su olor nos traslada a una calle de Jerez cualquier con casco de bodega. Es un vino poderoso que trae a la nariz aromas a nueces y, sobre todo, a chocolate negro. Es complejo y suave a la vez. Tiene tradición y suavidad, es dócil, intenso, agradable y largo en el paladar. Ideal para cualquier plato principal: un estofado o una carne de toro, además de con queso curado y picante. Potencia sobremanera el sabor del jamón, al que le hemos colgado como acompañamiento casi exclusivo el fino. Hay que darle una vuelta.El último vino, como todos los demás impuesto por decreto por Miss Catas, es un moscatel. Lo presenta Victoria Frutos. Es una barcelonesa, hija de sanluqueña, que pasó su infancia y adolescencia entre vinos de Jerez y manzanillas. Ingeniero técnico agrícola y enóloga, llega a Jerez en 2005 como responsable de calidad de Estévez. Tras pasar por La Guita, lleva todas las bodegas del grupo desde hace tres años. Deja claro que en su departamento técnico, de los doce empleados ocho son mujer. Ejemplar.

Nos habla del moscatel Promesa. Es el vino que rocía al moscatel Toneles, que logró 100 puntos Parker. A diferencia de los cuatro vinos restantes, este es el único que no es de la variedad palomino, sino de la moscatel de Alejandría. La uva se deja sobremadurar en la cepa, por lo que su concentración de azúcar es muy importante. Tiene solera y tres criaderas. Cuatro años, transcurridos los cuales, lo que nos llega a la nariz es un vino dulce con notas cítricas y de miel muy marcadas. En boca aterciopelado. A pesar de los 220 gramos de azúcar por litro no nos da la sensación empalagosa en boca, guardando el equilibrio entre la acidez y el dulzor que nos aporta ese frescor final. Es un cierre a la altura de una cata que nos deja a todos satisfechos y complacidos.

El vino, alma de mujer se torna ahora itinerante. Recorrerá otras ciudades (Cádiz ya está cerrado), bodegas y tiene previsto aterrizar en marzo en El Alcázar de Jerez. De nuevo mis felicitaciones.

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Jorge Miró

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