El reloj aún no da las nueve y media de la noche y la puerta no para de abrirse. “¡Hola, Antonio!”, saludan todos y cada uno de los que pasan por el arco. El color de la fachada no aleja a los supersticiosos. Produce el efecto contrario. Es un color dulce y llamativo que invita a entrar. Era imposible que este negocio no se vistiera de color amarillo llamándose Bar Yellow. Antonio Rivera y Loli Medina llevan casi cuatro décadas regentando un restaurante que ha sido parada familiar para muchos ciudadanos y vecinos de Jerez. Antonio cuenta que deciden abrir un bar por el horario que tenía en su anterior trabajo en la SEAT. Desde los 16 años empieza a trabajar como mecánico y no para de usar herramientas y de engrasarse las manos hasta 1985, tres años después de que iniciara su aventura hostelera en un localito de la calle Maestro Fernández Sierra, en el barrio de Vallesequillo.

Siempre trabajó como mecánico, no tenía muchos conocimientos culinarios, pero igualmente, se anima a servir hamburguesas y sándwiches junto con su esposa Loli, quien se maneja con soltura en la enorme plancha que poseen. En un principio, en marzo del 82, compran el primer local, lo que es hoy la alargada barra, la cocina y las dos primeras mesas. Necesitan un nombre. En aquel momento no tenían claro como bautizar al bar y realizan una encuesta en el IES Padre Luis Coloma para evitar comederos de cabeza. “Le dijimos a las alumnas que votaran un nombre para ver cuál atreaería a más clientela. Y como las mujeres son las inteligentes, ellas fueron las que escogieron”, relata Antonio. De entre todos los colores en inglés… se decantaron por Yellow, y así, sin más, fue el inicio de la historia del Bar Yellow. ¿Historia? ¿Ya es historia?

Antonio y Loli guardan 35 años de vivencias, anécdotas y amistades entre las paredes amarillas y los asientos de espuma morada. Al mismo tiempo, informan que después de comenzar por puro azar, venden el bar al finalizar 2016. No lo dejan por falta de clientela, aseguran que están desbordados, sino porque, a sus 66 y 65 años, ambos se jubilan.

Hablando de sus inicios evocan bonitas escenas que creían ya olvidadas. Antonio dice que jamás había cocinado antes de abrir el restaurante. Por ello, cuenta que en los primeros meses su cuñado Paco —cocinero de toda la vida— es quien permanece detrás de la barra para enseñarle todo lo que hoy domina en gastronomía. Loli también agradece la ayuda que les brindó Paco, ya que fue él quien les muestra la receta de sus famosas hamburguesas caseras. En esos meses Antonio va adquiriendo más destreza y empieza a amar lo que hace —gesto que muchos comensales denotan en su comida—. Ese gusto y ese conocimiento le permiten ir aumentando poco a poco la carta, e incluso tomarse la libertad de ser creativo en sus elaboraciones. La cosa va bien, y en 1987 realizan la única reforma que ha sufrido el bar. Deciden comprar el local que está justo a su derecha y así aumentar el número de mesas.

“Niños que venían con el pipo vienen ahora con sus hijos. Eso es una satisfacción enorme”

Empiezan a ganarse la clientela a través de su plato estrella, el sándwich de pollo. Sus hamburguesas y patatas tampoco se quedan atrás. Pero Antonio quería dar un paso más e incluye una gran variedad de verduras a la plancha, carne, pescado, tostas, ensaladas y la ensaladilla de gambas, un hit en su bar. Todo es comida casera y un 90% a la plancha. Solo sirven comidas por la noche y descansan los miércoles. Este horario les facilita ir a la Plaza todas las mañanas y abastecerse de productos frescos. “Ahora traigo ahí unas almejas riquísimas”, señala el dueño. Guarda latas de conservas de la tierra en su vitrina de cristal. También expone botellas de vino del Marco y una gran variedad de quesos y embutidos de la zona. Todo queda en casa porque así han querido que fuese la línea del bar. “Si te fijas, nosotros no tenemos televisión ni máquina de juegos. Siempre hemos querido ser un bar familiar, y creo que hemos conseguido esa personalidad”, expresa Antonio. “Niños que venían con el pipo vienen ahora con sus hijos. Eso es una satisfacción enorme”, añade.

Antonio intenta hacer memoria e imaginar todas y cada una de las caras que han pasado por su bar. Comenta orgulloso que gente del gremio ha acudido a su negocio para probar algunos platos. Las Bridas, la Venta Esteban, las Banderillas, el Bar Juanito… Pero se queda sobre todo con las personas de siempre, esas que entran y le saludan por su nombre, esas que son como de la familia y que le llaman “titi”, o esas personas que se toman una copita de Tío Pepe y preguntan por cómo le ha ido el día. Jaime Pérez es un ejemplo de ello, uno de los clientes —amigo ya para toda la vida— más veteranos del Bar Yellow.

“¿Por qué escoger este bar y no otro?”, se preguntan ellos mismos. Confiesan que la zona no es muy buena para aparcar, pero que realmente no termina siendo un problema de peso, ya que siempre se llena al poco tiempo de abrir. Destacan que la limpieza del establecimiento es uno de las cosas que más aprecia la gente, además de la variedad que encuentran en la carta. Una madre del barrio entra con su hija pequeña para recoger un pedido que hicieron por teléfono. Antonio se aproxima a la barra y le enseña una piruleta a la pequeña. Esta, al saber que cada vez que entra en el Bar Yellow se lleva un caramelo, lo recoge con gusto y sale por la puerta con una sonrisa. Este tipo de detalles, como el chupito gratuito que dan para asentar bien la comida, facilitan que el cliente repita. “Si no le agrada, un bocado y no paga”, una de las frases que al principio cantaba Antonio a los comensales. Él siempre atiende entre bromas e ironías, tiene un toque de humor para romper el hielo y que el cliente se sienta como en casa.

“¿Y ahora dónde vamos a ir a comer Antonio?”, le preguntan algunos habituales. El padre del Bar Yellow declara que tiene varias ofertas pero que aún no ha cerrado la venta del negocio. “Estoy dispuesto a echarle una mano a aquel que quiera coger esto y desee continuar con la personalidad del restaurante”, comparte Antonio. A partir del 30 de diciembre comienzan su jubilación. Están cansados, pero para ellos es un logro haber trabajado con éxito en algo que han terminado amando. Desde aquí, Antonio y Loli quieren agradecer a todas esas personas que le dieron una oportunidad a su comida, a aquellos asiduos, a todos los que se interesan por ellos y por sus hijos, a las personas que alaban sus elaboraciones y que, entre todos los bares de Jerez, prefirieron escogerles a ellos. “Gracias, de corazón”.

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Claudia González Romero

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