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Vivimos una época de nuevo culto al terror. El cine y la televisión nos asedian con reportajes de asesinatos y tragedia al estilo heleno. Todo con maquillaje y falsos efectos, quizás demasiado digitalizados. Un terror 3.0 que a nadie pasa desapercibido. Oleadas de zombies, infectados y caminantes blancos invadiendolo todo. Y cada vez nos hace más gracia, mientras una mueca de miedo sigue surcando el lateral de la boca, justo en la comisura. Nos gustan los deportes de riesgo, poner los dientes por delante y fingir que nada nos puede detener.

Tiritan las hormigas de mi encimera muertas de pánico mientras tanto imaginando un oso hormiguero. Ya decía Nelson Mandela que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el hecho de afrontarlo. Y está de moda la valentía y el pundonor de tiempos pasados. Quizás un poco más a la japonesa, entre el hedonismo forzado y el silencio compartido y publicado en muros de toda la red. Muros que ya quisieran los imperiales chinos para bloquear e imponer sus normas a hormigas amordazadas dentro de un terrario. Uno con forma de calabaza, que ya toca.

El coraje de aparentar que todo se puede, sin detenerse a pensarlo. Y no por ello es un error acometer aquellos mitos y relatos de campamento de verano con verdades cazadas fundamentadas en la ciencia o en aciertos y errores de presentadores de ‘realities’ televisivos en vivo y diferido. Cazar al chupacabras y la celebración de las apariciones marianas tampoco se sale mucho de la cuestión. Sin ese horror heredado y mejorado, adaptado y posmoderno no seríamos quienes somos. Y aunque la sangre parece más atrezzo, que materia elemental de vida, no puedo negar que nunca la oscuridad estuvo tan de moda.

Debemos el avance de la cultura a superar los demonios del pasado; aunque quizás se nos fue de las manos el merchandising que de la fiesta de difuntos nos queda, y debemos la salud mental al saber de en qué punto puede la locura llegar a catalogarse peligrosa. Y es posible que todos los asesinos en serie formen parte de la consolidación de ese avance. Que al evitarlos en el mundo real se acabe por no repetir los mismos errores que los protagonistas.

La muerte permanece en exclusiva al menos unas horas. Y resulta hasta irónico este bullyng a las sombras y la muerte que nos rodea. Gritar no es más que el residuo cósmico que desprende aquella sábana bajo la cual nos escondíamos de pequeños. ¡Pero gritad, bien alto!

Sobre el autor:

J. P. De Cosa

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