La fiesta de Todos los Santos hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Nació como una conmemoración de los mártires y, con el tiempo, se extendió a todos los que vivieron y murieron fieles al Evangelio. Su ubicación en el 1 de noviembre se fijó en la Edad Media, como signo de comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra.
La liturgia de este día se reviste de color blanco, símbolo de alegría y victoria. En ella se proclaman las Bienaventuranzas, recordando que la santidad se construye en lo cotidiano: con misericordia, pureza de corazón, justicia y amor. Es una jornada que anima a mirar hacia lo alto, pero también a reconocer la presencia de Dios en la vida de quienes nos rodean.
La solemnidad de Todos los Santos no solo celebra a figuras históricas de la fe, sino también a las innumerables personas que, en silencio, han reflejado el rostro de Cristo en su entorno: padres, madres, trabajadores, religiosos, mártires, jóvenes y ancianos que han vivido el amor hasta el extremo.
Santos y beatos del día
En esta fecha no se recuerda un solo santo, sino a toda la multitud de los santos:
- Los mártires, que entregaron su vida por la fe.
- Los confesores, que testimoniaron su fidelidad en tiempos difíciles.
- Las vírgenes consagradas, que vivieron su pureza como signo de entrega total a Dios.
- Los pastores y fundadores, que guiaron comunidades y sembraron fe.
- Los laicos santos, que en medio de su vida ordinaria dieron ejemplo de amor, justicia y servicio.
- Los beatos recientes, hombres y mujeres que en tiempos modernos fueron testigos valientes del Evangelio.