Juan Diego nació hacia 1474 en Cuautlitlán, en el actual México, y pertenecía a un pueblo originario de raíz náhuatl. Tras recibir el bautismo pocos años después de la llegada de los misioneros franciscanos, vivió una fe sencilla, marcada por la oración, la humildad y el trabajo cotidiano. Su vida cambió en diciembre de 1531, cuando la Virgen de Guadalupe se le apareció en varias ocasiones, pidiéndole que transmitiera su deseo de ver construido un templo en el lugar de la aparición.
Ante la incredulidad del obispo, Juan Diego insistió con perseverancia, guiado por la confianza en el mensaje recibido. El milagro de las rosas en pleno invierno y la aparición de la imagen de la Virgen plasmada en su tilma fueron los signos que confirmaron la autenticidad del acontecimiento. Desde entonces, Juan Diego quedó unido inseparablemente a la identidad espiritual de América Latina.
Tras la muerte de su esposa, vivió cerca del santuario del Tepeyac, entregándose al cuidado de la pequeña ermita y a la instrucción de los peregrinos. Murió en 1548 con fama de santidad.
Juan Diego es símbolo de la dignidad de los pueblos originarios, de la fe vivida con sencillez y de la misión confiada a quienes, sin grandeza humana, son escogidos por Dios para transmitir esperanza. Su figura invita a redescubrir la fuerza evangelizadora que nace de los humildes.
Otros santos y beatos celebrados el 9 de diciembre
San Valerio, monje: religioso de la Galia del siglo VI, hombre de oración y penitencia, inspirador de la vida monástica en su región.
San Cipriano de Perigueux: obispo francés que dedicó su ministerio a la atención de los pobres y a la defensa de la fe en tiempos difíciles.
San Pedro Fourier: sacerdote francés del siglo XVI-XVII, fundador de las Canonesas de San Agustín, entregado a la educación cristiana y a la renovación pastoral.
Beato Bernardo María de Jesús Silvestrelli: religioso pasionista, guía espiritual de su congregación y ejemplo de fidelidad al carisma de la pasión de Cristo.


