La solemnidad de la Inmaculada Concepción proclama que la Virgen María, por un privilegio único concedido por Dios, fue preservada de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su existencia. Este misterio, profundamente arraigado en la tradición de la Iglesia, fue definido dogmáticamente en 1854, aunque su creencia se remonta a los primeros siglos del cristianismo.
La Iglesia contempla en María el comienzo de la nueva creación: una mujer plenamente abierta a la gracia, preparada para acoger en su seno al Hijo de Dios. Su corazón, libre de la herida del pecado, es imagen de la humanidad redimida, llamada a la santidad y a la plenitud del amor.
La fiesta del 8 de diciembre invita a todos los fieles a mirar a María como modelo de pureza, entrega y esperanza, madre cercana que acompaña el camino espiritual de los creyentes. En ella, Dios anticipó la obra redentora de Cristo, mostrando que la gracia puede transformar la historia desde sus raíces.
Esta solemnidad tiene una intensa dimensión espiritual y cultural en todo el mundo: procesiones, vigilias, consagraciones, celebraciones parroquiales y la tradicional iluminación de imágenes y monumentos marianos ponen de manifiesto la devoción de los pueblos hacia la Inmaculada, patrona de numerosos países, ciudades, diócesis y comunidades religiosas.
Otros santos y beatos conmemorados el 8 de diciembre
En el calendario universal, la solemnidad de la Inmaculada Concepción desplaza cualquier otra memoria obligatoria o libre. Sin embargo, en algunos lugares y órdenes religiosas se recuerdan (sin desplazar la solemnidad) a diversos santos y beatos, entre ellos:
San Macario, mártir de Alejandría: testigo de la fe en tiempos de persecución, cuya vida refleja la constancia cristiana ante la adversidad.
San Patapio, monje: asceta de los primeros siglos de la Iglesia oriental, dedicado a la vida de oración y penitencia.
Beata Narcisa de Jesús Martillo, ecuatoriana del siglo XIX: laica consagrada, ejemplo de sencillez, sacrificio y caridad.