La conmemoración de todos los fieles difuntos invita a la reflexión solemne sobre la muerte, la esperanza cristiana en la resurrección, y la comunión entre los vivos y los que ya descansan en la paz de Cristo.
Este domingo en particular, al caer la celebración en domingo, la Iglesia une la liturgia dominical con esta memoria, reforzando la dimensión de ‘semana del Señor’ junto al recuerdo de los hermanos difuntos. El color violeta o morado, símbolo de esperanza en medio de la espera, puede acompañar las oraciones y el silencio comunitario.
Aunque el centro de la jornada es la memoria de los fieles difuntos, la liturgia fija también su atención en la comunión de los santos y, por tanto, en todos los que ya están en la gloria o esperan la plenitud. En este sentido se pueden considerar:
- Todos los mártires y confesores que dieron la vida por Cristo y sirven de testimonio.
- Las vírgenes, los pastores y fundadores que edificaron la Iglesia con su servicio.
- Los beatos y santos recientes cuya memoria no se limita a una localidad, sino que testifican ante todo una vida entregada.
- Y en un sentido más amplio, cada persona bautizada que ha cumplido el camino de la fe y ahora descansa en la casa del Padre.


