Y cómo me enamoré de ti

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Mujer escuchando la radio. FOTO: Archivo RTVE
Mujer escuchando la radio. FOTO: Archivo RTVE

Esta semana hemos celebrado el amor. Hace apenas unas horas que lo estábamos haciendo. Si algo nos enseñan los años es que el amor tiene muy diversas manifestaciones. De una u otra manera, todos estamos un poco enamorados, un bastante enganchados y un mucho atontados. A todos nos apasiona algo o alguien y ese amor demasiadas veces resulta ingobernable. De hecho, por naturaleza esa catarsis química que consigue mover el mundo debe ser desmedida para ser de verdad. Y esto si me lo permiten es independiente de la edad porque mientras dura, como dijo la diva Barbra Streisand, te sientes de puta madre.

Hay muchos amores distintos que pueden hacernos vibrar así. Los hay de lo más peregrino y de lo más sugestivo. Sin ir más lejos, existen los amantes de los libros, del arte o del cine. Y a esos los entiendo. Pero también los hay que aman las barbas, como los pogonófilos —que no pornógrafos, aunque no es incompatible—; los hay también que son presa de la estigmatofilia y por eso nunca paran de profanarse el cuerpo con la aguja y la tinta. Los que practican la talasofilia son unos románticos porque adoran los mares y océanos; y los ailuráfilos, lejos de padecer una enfermedad distrófica terminal como pueden estar pensando, viven por y para sus gatos. Los amores son así: insospechados e imprevisibles. Por eso existen amantes de la luna, de los cementerios, de las luces, del queso… y hasta del color amarillo. Lo vital a mi juicio, es encontrar en ese algo o ese alguien una razón para mantenernos fascinados. Y lo estúpida que pueda ser esa razón nunca fue relevante.

Yo me enamoré hace doce años. Cierto es que la poca luz nos ayudó a conectar, como también lo hicieron la música y los susurros. Sobre todo los susurros. Me acostumbré a tenerla para dormir y a no poder dormir sin ella. Me acostumbré a vivir para ella. Y es que cuando al fin nos encontramos a solas la conexión fue vibrante. Recuerdo muy bien el estado de nervios en el que me encontraba antes de nuestra primera cita. Era como si llevara toda la vida preparándome para aquel momento. Nuestra historia de amor no fue fácil pero ¿cuál lo es? No sabía si podría estar a la altura, no sabía bien lo que se esperaba de mí ni si sería capaz de comprometerme del todo.

Era yo tan joven y tenía tantas ganas de experimentar que se me antojaba difícil un amor en exclusiva. Pero llegó ella y lo tuve claro. Nos dedicamos a hablar y a hablar durante horas a lo largo de los días. Y así fueron pasando los meses. Vivir para contar era nuestro secreto, un secreto que cada vez compartían más personas. Y sentí su magia, esa que solo se experimenta cuando se ama de verdad. Incluso ahora, cuando nuestro momento ya pasó, sigo pensando en ella, sigo sintiéndome dentro de ella, sigo hablando a los demás de ella. Porque un amor así —ahora lo sé— es para toda la vida. Porque sin ella, sin la radio, no me siento la misma. Este 13 de febrero, como cada año, hemos celebrado el Día Mundial de la Radio. El amor tiene muchas manifestaciones y casi todas ellas se pueden escuchar.

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